Cinco momentos de Michael Bay

Una breve celebración del director de cine que celebra el exceso, y que este viernes estrena en Paraguay una nueva "Transformers".

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Muchos lo odian, muchos le tienen la suficiente estima para hacer de sus películas algunas de las más taquilleras de los últimos años. Muchos críticos y cinéfilos lo tildan como la personificación de todo lo que está mal con Hollywood en la actualidad, un proveedor de espectáculos vistosos pero superficiales con cuestionable sentido del humor y una irritante actitud patriotera.

De una forma o de otra, cuando se habla de cine la mención de Michael Bay es una figura altamente polarizante. Personalmente lo veo como un realizador con un par de filmes muy buenos, otro par de propuestas aceptables y otras que van desde olvidables hasta francamente terribles, pero que en casi todos sus filmes hace alarde de una identidad muy clara -es difícil no identificar un filme de Bay como tal- que ocasionalmente da resultados muy interesantes.

No es lo que llamaría un gran director, pero es uno más que capaz de dar grandes momentos de acción y tiene al menos un par de filmes auténticamente inolvidables. En honor a eso y al estreno este viernes de Transformers: La Era de la Extinción, lo que sigue es una humilde celebración a algunos de los momentos de la filmografía de este director que me parecen evidencia de que un mundo con Michael Bay en él es más interesante que uno sin él.

Bad Boys (1995), la recordada película de acción de 1995 en la que Will Smith y Martin Lawrence encarnaron por primera vez a la volátil pero efectiva pareja de detectives Mike Lowrey y Marcus Burnett, fue la película debut de Bay, y la piedra angular de lo que se convertiría su filmografía, para bien o para mal.

Si bien el filme encuentra su mayor punto positivo en la fantástica química de la pareja protagonista, Bay prueba en la mayor parte del filme ser un competente director de acción. Sin embargo, la mayor parte de la acción del filme consiste en tiroteos efectivos pero no especialmente memorables. No es sino hasta el final que Bay empieza a mostrar sus verdaderos colores.

Una vez que ese tiroteo final en el hangar comienza, Bay se suelta un poco y comienza a darnos algunos de los recursos que en el futuro se volverían su marca registrada. ¿Uso extensivo de cámara lenta? Afirmativo. ¿Gigantescas explosiones? Por supuesto. ¿Cierto grado de humor negro en la violencia casi caricaturesca?

De nuevo, si hay una de las sensibilidades artísticas de Bay que le han generado más burlas es su predilección por las explosiones. Y aunque su filmografía está llena de gigantescas bolas de fuego y demás tipos de pirotecnia, diría que ninguno de esos momentos alcanza en impacto al del clímax de su thriller de acción de 1996 La Roca.

El muy logrado filme de acción protagonizado por Sean Connery y Nicolas Cage trascurría en la famosa prisión de la isla de Alcatraz, en San Francisco, donde un grupo de militares rebeldes se había atrincherado con rehenes y cohetes con un químico extremadamente letal que amenazaban con lanzar contra la ciudad.

En esta escena, el personaje de Cage ha neutralizado la amenaza química y debe dar la señal para que se aborte el “plan B” de simplemente hacer volar por los aires la isla con un ataque aéreo. De nuevo con amplio uso de cámara lenta y el uso muy calculado de ciertos ángulos -como la toma en que Cage cae de rodillas-, Bay muestra el acto de dar la señal como una tarea titánicamente agotadora y enormemente heróica puntuada por la madre de todas las “Baysplosiones”. Sí, las hubo más grandes, pero nunca tan bien usadas como esta, que efectivamente actúa como el final de la historia, como la palabra final de una novela; lo que sigue no es más que un epílogo.

Bad Boys II. ¿Qué puedo decir yo de Bad Boys II que ya no se haya dicho en los 11 años que han pasado desde su estreno? Más que una celebración del exceso, es como si el mismísimo concepto del exceso se haya materializado en celuloide por acto de magia. Es explosiones gigantescas, gente atractiva, humor ofensivo, una cámara que no se queda quieta, una cantidad obscena de automóviles destruídos y un guión que apenas sirve para conectar de forma más o menos coherente sus escenas de acción.

Personalmente, esta es mi película favorita de toda la filmografía de Bay. Es caos hecho con destreza; si bien en futuros filmes a Bay se le iría totalmente de la mano esa forma maniática y epiléptica de filmar acción, en Bad Boys II había cierto grado de técnica acompañando a ese aparente afán de tomar todo lo que los críticos habían desaprobado de sus anteriores filmes y multiplicarlo por mil.

Y en ningún momento del filme se evidencia más claramente ese caos y esa técnica que en la inolvidable persecución de la mitad del filme. Una infiltrada de la Policía huye en una camioneta negra, perseguida por criminales que de alguna forma se las arreglaron para robar un camión cigüeña cargado hasta el tope de vehículos; detrás, nuestros héroes (de nuevo Smith y Lawrence) en un Ferrari y toda una flota de autos de la Policía.

Comienza bastante normal, una simple persecución con disparos como innumerables otras. Pero luego los criminales recuerdan que están sobre un camión transportador de autos, y las cosas se ponen creativas. Bay volvería a filmar escenas muy parecidas en La Isla y la primera y tercera parte de Transformers.

Sí, dos momentos de la misma película. Porque uno podrá decir muchas cosas negativas de Bad Boys II -muchas de ellas con validez, hay que admitirlo-, pero algo que absolutamente no se puede decir es que no es memorable.

Si la escena de la autopista es la evidencia de que detrás de las cámaras había alguien más que capaz de controlar el caos que ponía en pantalla, en una escena posterior en la que Mike y Marcus se encuentran con un grupo de criminales en una pequeña casa, Bay se vuelve el equivalente de un niño con un juguete nuevo, utilizándolo con emoción sin que nada más le importe.

El resultado es único, emocionante en la misma medida que es fascinantemente incomprensible. Con extensivo uso de efectos visuales por computadora, la cámara gira alrededor de dos habitaciones de la casa, pasando de la una a la otra por ventanas rotas y orificios de bala mientras policías y criminales intercambian balas e insultos. De nuevo es otra escena que hace una aparición en un filme posterior de Bay, quien reutiliza ese mismo movimiento de cámara en una breve parte de Transformers.

Luego del desastre cinematográfico de La Venganza de los Caídos y la menos terrible pero olvidable El Lado Oscuro de la Luna -que de alguna forma se las arregló para convertir una batalla a gran escala entre robots gigantes y naves espaciales de una duración de media hora en algo aburrido-, es difícil olvidar que la primera Transformers que Bay estrenó en 2007 es una película genuinamente entretenida.

Aunque adolece de todos esos defectos marca registrada de las películas de Bay -el humor mal ejecutado o directamente ofensivo-, la excesiva duración del filme-, pero hay un cierto tipo de magia y fantasía “spiebergiana” en esos momentos en los que los gigantes mecánicos se transforman ante nuestros ojos en helicópteros, tanques, aviones y todo tipo de automóviles. Algo que habla más a nuestros niños interiores que a nuestros cínicos “yo” adultos.

Eso le daba algo especial incluso a las ensordecedoras y hiperactivas batallas “marca Bay”, como la que cierra el filme. Durante la mayor parte de la batalla, los transformers -especialmente los villanos- pasan constantemente de una de sus formas a otra cuando pelean, dándole a toda la secuencia una variedad y agilidad que está casi totalmente ausente en las dos secuelas.

Ver a dos robots golpeándose y disparando entre explosiones nunca va a ser tan interesante como ver a uno de esos robots disparar, saltar y transformarse en un helicóptero en el aire para salir rápidamente de allí, o un avión transformarse en pleno vuelo, acabar con otros aviones y volver a transformarse en solo un instante.

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