Las cuatro españolas a competición están bien situadas entre las preferidas del público.
Lo cual, estrictamente, no es decir mucho, porque los jurados –el de este año, presidido por Alexander Payne– no suelen tener en cuenta los mismos criterios que los espectadores a la hora de premiar una película, si bien el año pasado sí ganó la favorita del público, The Disaster Artist, de James Franco.
Ya lo advirtió el director del festival, José Luis Rebordinos, un par de días antes de que comenzara la 66 edición, en una entrevista con Efe: “Hay cuatro o cinco películas que van a gustar muchísimo; algunas van a entusiasmar a algunos, pero a otros les van a molestar”.
Y así ha sido. Cintas como High Life, de Claire Denis; In Fabric, de Peter Strickland, o Rojo, del argentino Benjamín Naishtat, provocaron aplausos encendidos y caras de pócker casi a partes iguales.
Solo las cintas españolas, empezando por Isaki Lacuesta y su Entre dos aguas, que parte con algún punto por encima de sus competidores –la única con una valoración de los críticos superior al siete (en una escala de diez)–, consiguen cierto consenso.
Detrás, Quién te cantará, de Carlos Vermut (tanto Lacuesta como Vermut ya tienen sendas Conchas en su historial), y El reino, de Rodrigo Sorogoyen.
Pero unanimidad, solo con Alfonso Cuarón y su película Roma, que se proyectó en la sección Perlas tras ganar el León de Oro de Venecia, que corrió de boca en boca, tanto en los círculos más cinéfilos, como entre los menos entendidos: “Lo mejor del año, con diferencia”.
Aunque, como cada septiembre, los auténticos ganadores del festival son los centenares de fans que, estoicamente -o a veces, no tanto- aguardan móvil en mano a que lleguen sus ídolos, un momento único a las puertas del Hotel María Cristina, que la mayor parte de las veces se salda con autógrafos, selfies, apretones de manos y hasta besos.
Este año, con relevo generacional, pisaron la alfombra roja muchos “hijos de”, como Lily Rose Depp, que se ganó a la prensa por su inteligencia, Louis Garrel o Chino Darín, o nuevos valores como Timothée Chalamet, que carga en sus espaldas la dramática Beautiful Boy.
Si bien fueron los veteranos quienes más entendieron cómo se reparte este alimento: Judi Dench y Danny DeVito, los Donostia mayores, se deshicieron en agradecimientos nada más llegar, y el japonés Hirokazu Kore-eda, incapaz de contener la emoción al recibir el reconocimiento de un festival que le adora, y se lo dice siempre que puede.
Lágrimas, pero de risa, provocó el protagonista de The Sisters Brothers, de Jacques Audiard, el estadounidense John C. Reilly, “cazado” en la playa de la Concha vestido con un albornoz de ducha, tapados los ojos por unas gafas de sol y tocado con un sombrero de paja.
Situación que evitó Ryan Gosling, sobre todo, porque no salió de la habitación del hotel: “San Sebastián parece muy bonito desde mi ventana”, dijo en una rueda de prensa.
Otros, como Ricardo Darín, o su hijo Chino que este año paseó del brazo de su novia Úrsula Corberó ya como el “divo” en el que se está convirtiendo, no pudieron evitar al público ni aunque quisieran.
Hasta tal punto que, este año, hubo que reforzar la seguridad en la entrada de la terraza del hotel María Cristina, donde tradicionalmente trabaja la prensa, porque el público se “colaba” hasta la cocina, móviles en ristre, a por la foto con las estrellas.
De hecho, uno de los restaurantes más conocidos de la ciudad puso puso en la entrada un Ricardo Darín de cartón con una acompañante sin cara, como en las ferias, para que los clientes se inmortalizaran con el astro latino, que por cierto, este año estaba especialmente triste.
Su madre acaba de morir y la prensa española se hizo eco de informaciones difundidas meses atrás que le acusaban de maltrato a la actriz Valeria Bertuccelli.
Otro año más de salas llenas, con aforos completamente vendidos antes del comienzo del festival; arrolladores encuentros de la industria, con cada vez gente más joven peleando en el festival por su hueco, y mucha (mucha) gente en calles, playas y restaurantes.