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Doce años después de estrenar la magistral El viento se levanta, la que en su momento afirmaba era su película final, el legendario director Hayao Miyazaki regresa con El niño y la garza, un nuevo largometraje en el que, a través de una surreal y cautivadora historia de fantasía cargada de simbolismo, autorreflexión, creatividad y la maravillosa presentación visual que es marca registrada de Studio Ghibli, medita sobre la capacidad humana de existir y reconciliarse con la naturaleza finita de su propia existencia y la de los que le rodean.
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Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, Mahito (Soma Santoki) pierde a su madre en el incendio del hospital de Tokio donde estaba internada. Algunos años después, su padre se casa con Natsuko (Yoshino Kimura), la hermana de su difunta esposa, y él y Mahito se mudan a la casa ancestral de la familia de esta en el campo. Allí, la aparición de una garza parlante (Masaki Suda) y la repentina desaparición de Natsuko sumergen a Mahito en una odisea sobrenatural de autodescubrimiento.
Aunque el trasfondo de la Guerra del Pacífico pueda conjurar comparaciones con El viento se levanta, el tono de la película tiene matices más oscuros y simbólicos que colocan a la película más cerca de otra de las obras maestras de Miyazaki, La princesa Mononoke.
Mientras que El viento se levanta era una celebración del arte y el ingenio humano y en simultáneo un lamento por el frecuente destino de ese arte y ese ingenio de ser arrancado de las manos de su creador, deformado y hasta instrumentalizado como arma; y Mononoke era un furioso grito de alerta contra la explotación y destrucción del mundo natural, El niño y la garza tiene preocupaciones más filosóficas y psicológicas.
Miyazaki, quien nunca ha tenido pudor para imprimir sus ansiedades, aficiones, experiencias y perspectivas de vida en sus protagonistas, presenta a Mahito como un niño a la deriva en el dolor de la pérdida de su madre, confrontado con un mundo rápidamente cambiante e incierto dentro y fuera de su seno familiar, y ese tumulto interno acaba materializándose en la forma de la garza parlante que lo tienta con la idea de volver a ver a su madre, y en una torre que lleva a un mundo paralelo de pelícanos hambrientos, espíritus traviesos, mujeres capaces de controlar el fuego, pericos caníbales y rituales inescrutables con juegos de mesa cósmicos.
En ese contexto, la forma muy peculiar en que está animada la secuencia inicial en la que Mahito corre hacia el incendio en el hospital, con imágenes caóticas y borrosas - una clara referencia de Miyazaki a la película El cuento de la princesa Kaguya de su amigo y co-fundador de Ghibli, el fallecido Isao Takahata - se siente temáticamente apropiada dentro del filme a pesar de lo mucho que difiere en estilo visual de todo el resto de la película.
El mensaje final es tan claro y transparente como en las mejores películas del director, una sentida oda a la capacidad humana de recuperarse de la tragedia, de no perderse en la falsa anestesia del nihilismo, de sobreponerse al dolor físico o emocional y aspirar a dejar un mundo mejor para los descendientes de la especie; pero el camino que toma para transmitir esas ideas centrales es más difuso y zigzagueante; las distintas ideas que hacen al mundo mágico que Mahito recorre en su odisea pueden sentirse por momentos extrañamente dispares, y la personalidad del protagonista es, intencionalmente, menos fácilmente entrañable que las de los protagonistas habituales de Ghibli.
Por lo tanto, puede resultar un poco más difícil conectar en todos los niveles con una película que, en una medida mayor a lo que Miyazaki suele tener acostumbrado a su público, pide a la audiencia dejarse llevar, concentrarse más en sentir que en entender, y no la lleva de la mano por la historia.
Por momentos, El niño y la garza se siente más cercana a algo como las más recientes películas de Neon Genesis Evangelion mezcladas con la antología Sueños de Akira Kurosawa que a El viaje de Chihiro o Mi vecino Totoro.
Por supuesto, aquellas personas que no se espanten con un poco de surrealismo mágico encontrarán un filme tan entretenido y visualmente alucinante como toda la filmografía de Miyazaki.
Cada cuadro de animación se siente creado con un nivel insólito de atención al detalle, algo particularmente notable cuando hay decenas de personajes en pantalla al mismo tiempo y cada uno de ellos se mueve de forma única, con personalidad, aunque sea un personaje anónimo no humano en medio de una horda de otros seres idénticos.
Dejando de lado los fantásticos diseños de los personajes como la obviedad que son, resulta interesante ver a Miyazaki, uno de los grandes tradicionalistas del cine animado, incorporar estratégicamente animación por computadora en algunas secuencias, un truco nuevo para un perro viejo, que está perfectamente integrado, hasta el punto de que casi pasa desapercibido.
Igualmente, obvios pero también dignos de mención son los maravillosos fondos escénicos, paisajes naturales pintados con una vibrante sensación de vida, cada uno de ellos un cuadro digno de enmarcar y colgar en casa; y la espectacular banda sonora de Joe Hisaishi, que comunica aventura, tensión y emoción con simpleza y elocuencia.
Aunque se queda corta de las mejores películas de su filmografía - Monoke y El viento se levanta siguen ocupando la cúspide de esa montaña -, El niño y la garza es un regreso triunfal de uno de los grandes campeones del cine animado como entretenimiento y arte gran profundidad.
Calificación: 4/5
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El niño y la garza
Título original: 君たちはどう生きるか
Dirigida por Hayao Miyazaki
Escrita por Hayao Miyazaki
Producida por Toshio Suzuki
Edición por Rie Matsubara, Takeshi Seyama y Akane Shiraishi
Dirección de fotografía por Atsushi Okui
Banda sonora compuesta por Joe Hisaishi
Elenco: Soma Santoki, Masaki Suda, Aimyon, Yoshino Kimura, Takuya Kimura, Shohei Hino, Ko Shibasaki, Kaoru Kobayashi, Jun Kunimura, Keiko Takeshita, Jun Fubuki, Sawako Agawa, Shinobu Otake