Wertmüller, nacida en Roma el 14 de agosto de 1928, había recibido en 2019 el premio Óscar honorífico en reconocimiento a su trayectoria, en la que constan decenas de títulos como “Mimi metallurgico ferito nell’onore” (1972), todos marcados por una gran sensibilidad, sarcasmo y con títulos largos y llamativos.
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La cineasta, uno de los referentes de la segunda mitad del siglo XX, fue la primera mujer en optar al Óscar a la mejor dirección en la historia del premio, en 1977 por “Pastualino settebellezze”.
La palabra que más se repitió tras saberse su muerte fue “icono”, porque la realizadora fue precisamente eso, el emblema de una mujer que se puso detrás de la cámara cuando esto era una competencia casi reservada a los hombres, conquistando al público de medio mundo.
De las marionetas a Fellini
Lina Wertmüller nació en el en el seno de una familia acomodada y aristócrata de orígenes suizos, y durante su juventud empezó a estudiar en la academia de teatro, debutando como directora de espectáculos de marionetas.
Su salto al cine se produjo en 1963, como asistente de Federico Fellini en una de sus obras maestras, “8 y medio”, y aquel mismo año firmó su primera dirección, “I basilischi”, un retrato apasionado de una jauría de muchachos en el abandonado sur italiano.
En estos años conocería al escenógrafo Enrico Job, con quien se casaría en 1988, adoptando a su única hija, Maria Zullima.
Empezaba así la carrera de una de las más aclamadas directoras, dotada de una sensibilidad más que original hacia temas sociales y con un guiño sarcástico, surrealista y grotesco por el que a menudo se la coloca entre las renovadoras de la “comedia a la italiana”.
La directora de los títulos largos
Wertmüller acumula una filmografía con decenas de títulos para el cine y la televisión, caracterizados curiosamente por sus títulos, casi siempre llamativos, largos, repletos de perífrasis, casi imposibles de recordar si se carece de una memoria prodigiosa.
Para muestra, un botón: “Film d’amore e d’anarchia overo: stamattina alle 10 in via dei Fiori nella nota casa di tolleranza...” (1973) y “Fatto di sangue fra due uomini per causa di una vedova. Si sospettano moventi politici” (1978).
Uno de sus principales éxitos fue “Mimi metallurgico ferito nell’onore” (“Mimí metalúrgico, herido en su honor”), de 1972, la historia de un obrero siciliano que pierde su trabajo por votar al Partido Comunista, pero que encuentra uno nuevo ayudado por la mafia. Un cine con declaración de intenciones.
Poco después llegaría su auténtica consagración internacional, con “Pasqualino Settebellezze” (”Pasqualino Siete Bellezas), de 1975, la epopeya de un napolitano, chulo y oportunista, que logra sobrevivir a todo, hasta al campo de exterminio nazi.
La película, protagonizada por Giancarlo Giannini y por el español Fernando Rey, fue nominada a prestigiosos galardones del mundo del cine, entre estos cuatro Óscar, al Mejor Actor, a la Mejor Película Extranjera, al Mejor Guión original y a la Mejor dirección.
Rompiendo el techo de cristal
Wertmüller rompía así un techo de cristal convirtiéndose en la primera mujer en optar a un Óscar a la Mejor Dirección, que finalmente no ganó, pero abría un camino que recorrerían luego con mejor suerte otras como Kathryn Bigelow o Chloe Zhao, que lo lograron con “The Hurt Locker” (“En tierra hostil”), en 2008, y “Nomadland”, en 2019.
Referente del cine “comprometido” de la segunda mitad del siglo XX, otros de sus títulos más notorios son “Scherzo del destino in agguato dietro l’angolo come un brigante da strada” (1983), un cinta sobre terrorismo en plenos Años de Plomo.
Le siguieron “Un complicato intrigo di donne, vicoli e delitti” (1985), “Notte d’estate con profilo greco, occhi a mandorla e odore di basilico” (1986) o “Metalmeccanico e parrucchiera in un turbine di sesso e politica” (1996).
Pero su visión del mundo también llegó a la televisión y al teatro lírico, colaborando con figuras de la talla de Franco Zefirelli y hasta montando una producción de la “Carmen” de Georges Bizet en 1986 para la ópera de Nápoles (sur), el Teatro San Carlo.
Su arte ha inspirado a las generaciones sucesivas de directores y el español Pedro Almodóvar siempre la recuerda en sus mismísimos orígenes, pues formó parte del jurado de Venecia de 1988, en el que compitió con “Mujeres al borde de un ataque de nervios”.
Como broche de excepción para una carrera, la suya, prodigiosa, en 2019 la Academia estadounidense le concedió el Óscar honorífico, junto a otro gigante, David Lynch.
Wertmüller, siempre con sus gafas de pasta blanca, acudió personalmente a recoger la estatuilla, que recibió ante Sophia Loren y acompañada por su hija María. Y, dotada como pocas por un ácido sentido del humor, propuso poner un nombre femenino al premio.