Ese era el marchamo de un escritor que, elegante y puntual en cada cita, negaba con motivo de las celebraciones de su ochenta cumpleaños haber firmado un pacto con el diablo y atribuía a “los genes” familiares el buen aspecto que lucía.
Fuentes, que murió ayer de manera inesperada a los 83 años en Ciudad de México, estaba convencido de que la función del escritor no era la de “celebrar” ni la de “aplaudir”, sino la de criticar “en el buen sentido de la palabra” como le dijo a Efe en diferentes entrevistas.
Un principio que condujo al autor de “La muerte de Artemio Cruz”, dotado de una energía extraordinaria, a retratar con agudeza crítica tanto la realidad de su país como la coyuntura internacional. Así, el novelista y articulista, una de las figuras estandartes del “boom” de la literatura latinoamericana, se servía tanto de la ficción como de los artículos de opinión para pronunciarse de forma libre sobre asuntos espinosos como las drogas, la corrupción o la pobreza.
Agitador del debate político, Fuentes se mostraba partidario de la legalización de la droga a nivel mundial, tesis a la que también se suman colegas como el premio nobel de Literatura Mario Vargas Llosa.
El autor de “La región más transparente”, poseedor de una cultura inabarcable, apostaba por un gran acuerdo entre México y Estados Unidos para poner fin a la violencia generada por el narcotráfico. Y pese a respaldar la gestión del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, no creía que “ni siquiera él, un político bien intencionado”, se atreviese a despenalizar la droga.
El Premio Cervantes (1987) y Príncipe de Asturias (1994) siempre se mostró en desacuerdo con figuras como la del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, a quien definió como “el mago del birlibirloque”, que plantea políticas de “tipo personalista” y cuando desaparece de la escena los “problemas quedan”.
Fuentes, viajero impenitente, mostró su preocupación por que Chávez contagiase a Cuba. “Espero que haya suficiente inteligencia política en Cuba para evitar contagio con Chávez”, decía este exembajador, hijo de diplomático, que veía a la isla dirigiéndose hacia un “capitalismo autoritario”. Pero si había algo que realmente preocupaba al escritor, que en su vida personal vivió el desgarro de la muerte de dos de sus hijos, era el desarrollo económico de Latinoamérica, y que fuera por la vía democrática.
El autor de “El instinto de Inez” reclamaba una Europa “fuerte” que contribuyese a asegurar un “mundo multipolar”, en el que América Latina tuviese un lugar reservado. Al dirigir la mirada a su propio país, Fuentes, crítico a menudo con Felipe Calderón, mencionaba la falta de seguridad como motivo de gran inquietud.
Era consciente de que “la presencia del narcotráfico y la narcoviolencia” no permitían al gobierno mexicano “solucionar los grandes problemas”, como mejorar la educación, ampliar la oferta de trabajo y acabar con los monopolios públicos y privados. Pese a que el escritor solía reflejar la realidad de su país en sus libros, esta traslación alcanzó su punto máximo en “Adán en Edén”.
Se trata de “una novela-reportaje, muy periodística, que relata cómo está siendo minado el país por los narcotraficantes y por formas diversas de corrupción”, relataba. Como París en Balzac o Dublín en Joyce, Ciudad de México estuvo omnipresente en la obra de un autor consciente de la relación entre historia y novela.
“Ha habido tiempo sin novelas, pero nunca una novela que no trate el tiempo de alguna manera. Y tratar el tiempo es tratar la historia”, aseguraba el escritor cuya constante actividad le llevó el pasado año a publicar “La gran novela latinoamericana” y su libro de ficción “Carolina Grau”.
Al autor de “La silla del Águila”, incansable trabajador, la muerte le sorprendió en su país mientras preparaba dos trabajos, un ensayo centrado en personas que más influyeron y ya fallecidas, y una novela que verá la luz en noviembre.