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Esta semana comienza con la noticia del fallecimiento de Nawal el Saadawi, la pensadora feminista más influyente de las últimas seis décadas en Egipto. Amenazada de muerte por grupos extremistas, la escritora deja más de 50 libros –prohibidos hasta hoy en su país, pero traducidos a 30 idiomas– dedicados al análisis de las relaciones entre el capitalismo, la religión y el patriarcado, y el testimonio de una vida entera dedicada a luchar contra la desigualdad y la discriminación que conllevan dichas relaciones.
Nacida en 1931 en Kafir Thala, pueblo del delta del Nilo, Nawal el Saadawi se licenció en Medicina en la Universidad de El Cairo en 1955. Como doctora, atendiendo a sus pacientes mujeres, estuvo en cercano y constante trato con violaciones de derechos humanos tan graves como la mutilación genital femenina, crimen del cual ella misma también fue víctima a los 6 años de edad.
Nawal el Saadawi, que llegó a ser directora de Sanidad Pública en el Ministerio de Sanidad, resultó despojada de su cargo debido a la publicación de su libro Mujer y sexo (1972), que además fue censurado inmediatamente por el Gobierno de Nasser. Encarcelada en 1981 por el régimen del presidente Anuar el Sadat debido a sus críticas contra el Gobierno, Nawal el Saadawi siguió escribiendo en prisión con un lápiz de cejas sobre papel higiénico. Su libro Memorias de la cárcel de mujeres (1983) se convertiría en una de sus obras más traducidas y leídas hasta hoy. Liberada poco después del magnicidio de Sadat, El Saadawi empezó a recibir amenazas de muerte por parte de sectores extremistas, amenazas que la obligaron a huir de su tierra natal en 1993 y exiliarse en Estados Unidos, donde trabajó como profesora antes de decidirse a regresar a Egipto a comienzos del 2000.
Su vida no fue fácil tras el retorno a su país. En el 2001, tres de sus obras fueron prohibidas en la Feria Internacional del Libro de El Cairo. En el 2002, fue acusada de apostasía por un abogado fundamentalista y tuvo que comparecer ante un tribunal egipcio por vulnerar las normas del islam. En el 2007, tuvo que enfrentar otro juicio, acusada de apostasía y herejía por el Gran Imán de Al-Azhar, la máxima autoridad musulmana sunita de Egipto, debido a sus denuncias sobre la desigualdad en los derechos de herencia islámicos entre hombres y mujeres, y a su oposición abierta al uso del hiyab. Tres veces casada y divorciada, con casi 80 años de edad, fue vista por la audiencia internacional manifestándose en la plaza Tahrir de El Cairo, tomando parte activa de las protestas de la Revolución Egipcia del 2011 y exigiendo la destitución de Hosni Mubarak.
Las frecuentes imágenes en la prensa de los años recientes muestran a El Saadawi siempre activa, al mismo tiempo que sin maquillaje y con el cabello totalmente blanco, en una clara decisión de demostrar –como explicó más de una vez en numerosas entrevistas– que el valor de una mujer, su relevancia en la comunidad, su lugar en la vida pública no guardan ni deben guardar relación con la apariencia de juventud que se le exige como requisito de vigencia basado en el «doble estándar» imperante hasta hoy en nuestras sociedades. Censurada desde comienzos de la década de 1970, encarcelada en la década de 1980, amenazada de muerte y exiliada desde la década de 1990, acusada y juzgada como apóstata y hereje desde comienzos de la década del 2000, Nawal el Saadawi, la pensadora feminista egipcia más importante del mundo árabe, cuyas obras siguen prohibidas en su tierra natal, ha fallecido ayer, domingo, a los 89 años en un hospital de El Cairo, ciudad donde vivía desde hace más de una década. Si hay una obra en la cual lo personal se vuelva político, esa es sin duda la obra de Nawal el Saadawi: Memorias de la cárcel de mujeres (1983), Mis viajes alrededor del mundo (1986), La hija de Isis (2000) o Prueba de fuego (2001), por citar algunos de sus títulos más conocidos, son libros que, elaborando la experiencia propia, logran arrojar una implacable luz sobre el mundo egipcio moderno en particular –con sus contradicciones, extrapolables en diversos grados a otros tiempos y lugares, entre el reformismo político, por un lado, y la vitalidad del patriarcado, por el otro– y sobre las sociedades patriarcales en general, y constituyen un aporte clave para comprender el peso de la diferencia sexual y de la violencia material y simbólica ejercida sobre la mente y el cuerpo de las mujeres desde niñas, y para pensar las múltiples y complejas relaciones existentes entre poder, cuerpo y política.