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“Mis propios vínculos con Inglaterra se han ido soltando en los últimos años, y es una especie de liberación, aunque sea triste”, le contaba Le Carré a otro gran novelista, John Banville, en una entrevista para “The Guardian” hace un año.
En “Un hombre decente”, su último libro, el maestro de la intriga recreó un Reino Unido controlado por un gobierno conservador de “diez gruñones” y ventiló el pesimismo que le producía la actual situación de su país.
Le Carré (cuyo verdadero nombre era David Moore Cornwell) siempre encontró la causa justa por la que luchar a través de sus personajes. Si al final de sus días era el Brexit, antes lo fueron la guerra de EE.UU. contra el terrorismo, el saqueo del continente africano o el yihadismo. Pero si por algo será recordado Le Carré es por sus obras de espionaje ambientadas en la Guerra Fría.
Sus novelas forman parte del imaginario colectivo que perdurará en el tiempo sobre aquella época en que dos superpotencias y dos ideologías se repartían el mundo hasta casi acabar con él.
Nacido en 1931 en Poole (Dorset), Inglaterra, estudiante de lenguas modernas en la Universidad de Berna, licenciado luego en el Lincoln College, de Oxford, y profesor durante dos años del prestigioso Eton College, Le Carré dejó esta última institución en 1959 para iniciar una carrera de diplomático en la que sería reclutado por el “MI6”, el espionaje británico. Su carrera de agente secreto fue, sin embargo, desbaratada en 1964 por Kim Philby, agente doble que traicionó a decenas de agentes británicos al KGB (espionaje soviético).
Años más tarde, Le Carré iba a inspirarse en Philby para su personaje de Bill Halton, apodado “Gerald”, en la novela “Tinker, Tailor, Soldier, Spy”, titulada en español sencillamente “El topo”.
Casi todas las obras de aquel período, como “El espía que surgió del frío”, pertenecen al género de espionaje si se exceptúa “El amante ingenuo y sentimental”, de 1971.
Los críticos vieron en las novelas de Le Carré una réplica al James Bond de Ian Fleming, con personajes de gran complejidad psicológica, sin “glamour” o heroicidad, llamados a actuar en circunstancias muchas veces anodinas.