Un “hogar” jordano para refugiados sirios

JORDANIA. A unos kilómetros de la frontera entre Jordania y Siria, el campamento Zaatari hace de hogar para miles de refugiados sirios. Mientras algunos no conocen la realidad exterior, otros prefieren olvidarla. Aquí también el fútbol juega su papel.

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El color del polvo del desierto y el sol que besa permanentemente el suelo del noreste jordano, forman una pintura monocromática donde sólo abunda el beige. Aquí no hay árboles ni vegetación, sólo aridez. Los únicos colores que rompen la monotonía aparecen en la vestimenta de los más de 80.000 habitantes de Zaatari y algún que otro grafiti.

Desde su creación en 2012, la comunidad ha crecido tanto que actualmente se organiza como una ciudad, en barrios (sectores), calles, hospitales, escuelas, y ha llegado a albergar a más de 120.000 personas. Con el pasar del tiempo, Zaatari se hizo permanente.

Casas prefabricadas, familias incompletas y comercios precarios… todo esto suena a un panorama que los paraguayos conocemos en período de inundaciones, pero las circunstancias están lejos de ser similares. Algunos encontraron en este campamento un lugar de paz tras huir de la inestable y bélica Siria; otros tantos nacieron dentro del inmenso perímetro del cerco y nunca han podido conocer cómo es una vida fuera de él.

Cuando algunos estampan sonrisas en sus caras, el brillo de sus ojos narra historias diferentes. Y no es que la vida les sea más difícil adentro, pero está lejos de lo ideal.

El gobierno jordano y las Naciones Unidas, a través de su departamento para los Derechos Humanos, dirigen el hábitat y sus servicios básicos con apoyo de diversas ONGs. La Confederación Asiática de Fútbol, con el sostén de otras asociaciones, lleva adelante centros de práctica deportiva para niños y niñas dentro del campamento.

El fútbol, como un recurso

Hay al menos cinco canchas de tierra en las que los chicos y chicas de 4 a 18 años pueden practicar, entrenarse y jugar al salir de la escuela. La verdeamarela de Neymar, las blaugrana y albiceleste de Messi son las camisetas más frecuentes en los entrenamientos de los varones. En el caso de las niñas, las indumentarias no son tan fútbolísticas y muchas de ellas, ya adolescentes, llevan la burka alrededor de sus cabezas. En cuanto al calzado, sólo algunos de estos niños tienen botines; la mayoría usa zapatillas o sandalias de goma y muchos directamente juegan descalzos.

Las condiciones cotidianas no les niegan el sueño de llegar a vestir la mítica 10 para su selección… o para el Real Madrid, Barcelona o la Juventus, cuentan.

Con las restricciones para las mujeres que se imponen en muchos países islámicos, el panorama es más complicado. Pero el Mundial Sub 17 femenino de Jordania sirvió para abrir los ojos de muchos: el fútbol también es cosa de mujeres.

De hecho, 200 de las niñas de Zaatari fueron parte de la ceremonia inaugural en Ammán. Hubo fuegos artificiales, música y danza. La primera impresión de la vida “afuera” puede parecer una fiesta para aquellas que acudieron al estadio. Era la primera vez que lograban salir del alambrado de Zaatari, aunque no se tratara más que de un espejismo por una noche.

El breve ensueño bastó para que las niñas sirias crean posible la ilusión de defender los colores de su patria en un campo de fútbol. Si este primer Mundial femenino en Medio Oriente marca un antes y un después para el fútbol en la zona, el futuro puede hallarse dentro del alambrado.

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