Cargando...
El humo se levanta y cubre suavemente el suelo entre los árboles, dándole un aspecto fantasmagórico al lugar y evocando al estado en el que quizás habrá quedado tras las intensas horas de bombardeos y combates de hace 150 años. El silencio parece ceremonial, quebrado apenas por el canto de pocas aves y algunos insectos escondidos bajo el follaje que yace allí.
A lo lejos, las máquinas modernas contrastan gravemente con la historia allí escrita mientras soldados paraguayos cumplen el trabajo de limpieza del histórico sitio. Bajo los árboles, las trincheras cual venas de tierra abiertas por las manos del hombre sirven para largas caminatas de contemplación. Pareciera ser que la historia está escondida bajo cada hoja, esperando el momento en que quienes se atrevan a internarse estén dispuestos a prestar sus oídos.
En ese preciso sitio hace exactamente un siglo y medio se gestaba uno de los eventos más heroicos de la historia paraguaya. “Hay muchos elementos que hacen de Curupayty una batalla muy particular”, cuenta el historiador Martín Insfrán, autor del libro “Una hecatombe americana - La Guerra del Paraguay”, sentado en una de las salas del colegio capitalino en el que se desempeña como profesor de Historia.
Vea más: Especial interactivo a 150 años de la victoria de Curupayty
***********
El sol clareaba sobre las aguas del río Paraguay en la mañana del 22 de setiembre de 1866. En campamento de las fuerzas aliadas (Argentina, Brasil y Uruguay), el movimiento había comenzado incluso antes de que se vieran los primeros rayos de la mañana. En el interior de una de las tiendas, el general Bartolomé Mitre, comandante de los tres ejércitos, se aprestaba a dar la orden de inicio del ataque.
Unos 20.000 hombres esperaban, expectantes, el inicio de lo que los altos mandos al menos creían sería de mero trámite. Sin embargo, cartas de la época demuestran que entre las fuerzas argentinas existía el temor de una derrota que parecía improbable. “Mamá, mañana seremos diezmados por los paraguayos, pero yo he de saber morir por la bandera que me dieron”, escribió la noche antes de la batalla el joven Mariano Grandoli, subeniente abanderado del batallón 1° de Santa Fe.
Dominguito Sarmiento, hijastro de quien luego sería presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, le escribiría días antes del combate (el 17 de setiembre de 1866) una carta a su madre en la que decía: “No sientas mi pérdida hasta el punto de sucumbir por la pesadumbre del dolor. Morir por la Patria es vivir...”.
A menos de un kilómetro del campamento aliado, en líneas paraguayas, un ejército nacional ampliamente superado en números esperaba en silencio el inicio del asedio enemigo. Tenían escondido un as bajo la manga.
Tras el fracaso de la conferencia de paz de Yataity Corá en agosto de 1866, las fuerzas aliadas asestaron un duro golpe a la defensa paraguaya tomando el fuerte de Curuzú el 2 de setiembre. La intención era llegar cuanto antes a Humaitá, donde por aquel entonces funcionaba el principal punto de comando del Mariscal Francisco Solano López y del ejército nacional.
Los aliados consideraban a Humaitá como un fuerte inexpugnable, por lo que un ataque frontal fue descartado y no tuvieron otra opción más que buscar algún punto por el cual orquestar un ataque terrestre. Fue por eso que decidieron instalarse en la localidad conocida como Curupayty, ubicada a unos 12 kilómetros del fuerte donde se encontraba el principal comando del ejército paraguayo.
La decisión de un ataque terrestre fue tomada ya el 8 de setiembre por una junta de la que formaron parte los principales líderes de los tres ejércitos aliados. La idea inicial era que la toma de la defensa paraguaya tuviera lugar el 17 de setiembre; sin embargo, el almirante Joaquim Marques Lisboa, más conocido como Marqués de Tamandaré, comandante de la flota imperial brasileña, se negó a realizar el bombardeo inicial en aquella jornada debido a que una lluvia parecía acercarse, lo que efectivamente se cumplió.
El ataque fue postergado para el 20 de setiembre, pero tuvo que ser nuevamente suspendido con consecuencia de las inclemencias climáticas que se volvieron a presentar. Mientras tanto, el Mariscal López había ordenado que los 5.000 hombres que se encontraban en Curupayty bajo el mando del General José Eduvigis Díaz iniciaran la construcción de trincheras para defender la posición.
“En la batalla de Curupayty llama la atención sobretodo la manera en que el enemigo encaró la situación”, afirma Martín Insfrán en conversación con un equipo de ABC Color. “Se trató de un asalto clásico a una posición fortificada con el resultado más que consecuente”, agrega enseguida.
Que el ejército aliado movilizara unos 20.000 hombres para atacar una posición defendida por apenas 5.000 soldados paraguayos parecería ser una exageración. Sin embargo, señala Insfrán, por la mente de un comandante que va a realizar un asalto de este tipo siembre deben pasar varios factores.
Carl von Clausewitz, militar prusiano y uno de los más influyentes historiadores y teóricos de la ciencia militar moderna, señala en su libro “El arte de la estrategia: De la Guerra” que para cualquier asalto a una posición defendida se debe prever contar con tropas tres o cuatros veces superiores a las que que se encargan de la defensa. “El asaltante tiene la desventaja, mientras que el defensor goza de la ventaja”, apunta Insfrán.
En ese sentido, Mitre actuó bien porque envió un grueso de 20.000 hombres a hacer frente a los 5.000 paraguayos de Curupayty. Es decir, la proporción era de 4 a 1 a favor de los aliados. “¿Es una exageración? En el arte de la guerra no lo es, es lo conveniente si uno quiere tomar una posición fuertemente defendida”, asevera el historiador paraguayo.
Pero en el campo de batalla no solo importa el número de tropas, sino que existen otros factores que también representan un peso considerable. La geografía es el primero de esos elementos.
“Un buen general siempre tiene en cuenta la geografía”, asevera Insfrán. La zona en la que se desarrolló la batalla de Curupayty es una zona en la que abundan los pantanos y prácticamente no existe suelo seco. Mitre debería haber tenido en cuenta que avanzar sobre suelo cenagoso representa grandes dificultades, más todavía si se trataba de la marcha de tropas multitudinarias.
“Los paraguayos tuvieron el tino de saber elegir el terreno porque la inteligencia estratégica te lleva a elegir a vos el campo de batalla y en ese sentido, el Gral. José Eduvigis Díaz supo elegir”, continúa señalando Insfrán. Uno de los principios más básicos de la guerra señala que nunca se debe pelear en un campo elegido por el enemigo y en esta oportunidad, los aliados tuvieron que dar batalla en un terreno elegido por los paraguayos.
Es decir, asevera Insfrán, el ejército paraguayo tuvo la ventaja defensiva y la de haber elegido el campo. Precisamente lo complejo de la posición terminaría siendo un factor verdaderamente determinante en favor de la defensa paraguaya.
Las trincheras fueron ubicadas en una especie de desfiladero. En el flanco derecho se extendía el río Paraguay y la línea de trabajos llegaban hasta la Laguna Méndez. Al enemigo no le quedaba otra opción que pasar por esa zona para perpetrar el ataque terrestre que tenían pensado debido a que todo lo demás estaba rodeado por inmensos pantanos que eran imposibles de pasar. “Díaz tuvo el tino de saber elegir cuál era el callejón obligado que tenían que usar en su camino a Humaitá”, agrega Insfrán.
El trabajo a contrarreloj para la construcción de las trincheras estuvo a cargo del Coronel George Thompson, inglés; y el Coronel Luis Federico Miskowsky, polaco.
A las dos ventajas ya señaladas anteriormente se le sumó una tercera: el tiempo, climatológico y cronológico. Las lluvias que impidieron el avance de las fuerzas aliadas permitieron que los paraguayos trabajaran incansablemente para culminar con la construcción de las defensas. Si el ataque se hubiera producido en las fechas planteadas inicialmente, probablemente la derrota paraguaya hubiera sido feroz.
Mientras los aliados esperaban, los paraguayos trabajaban en las trincheras.
Si el terreno por el que debían realizar el avance los aliados ya era cenagoso, con las aguas crecidas tras las lluvias la situación era aún peor. Tropas de 20.000 hombres debían marchar con barro hasta las rodillas, lo que hacía el avance muy lento y ofrecía a la defensa paraguaya un blanco mucho más quieto.
“Escampó el día 22, justo el día en el que las defensas estaban concluidas. Mitre ordena el ataque al amanecer, pero ya es inútil, ya van a enfrentarse contra una posición defensiva completa”, relata el historiado Insfrán.
**********
- “¿Usted podrá limpiar esa trinchera para que nosotros podamos avanzar?”
El General Mitre, quien había sido designado comandante en jefe de las fuerzas aliadas por el tratado secreto de la Triple Alianza, se dirigía al Marques Tamandaré, almirante de la flota imperial brasileña. La intención aliada era destrozar las defensas paraguayas con un bombardeo potente y avanzar prácticamente como en una marcha triunfal, sin demasiados problemas, hacia la posición final de Humaitá.
- “Eu descangalharei tudo isso en duas horas”, respondió tajante el alto mando brasileño.
La flota imperial brasileña era poderosa, estaba compuesta por modernos acorazados y cañones de gruesos calibres, todos ya de fabricación moderna para la época y que habían dejado atrás las armas que habían sido utilizadas en tiempos pretéritos.
“En la derrota aliada de Curupayty hay que considerar además muchas cosas, una de ellas la eterna falta de inteligencia entre las dos cabezas (Brasil y Argentina). Siempre se dice que la victoria tiene muchos padres y la derrota es huérfana, muchos no han querido asumir ello en este caso”, afirma Insfrán.
El bombardeo inició aproximadamente a las 08:00. Los cien cañones de la flota imperial brasileña lanzaron aproximadamente 10.000 proyectiles contra la defensa nacional. Las baterías paraguayas apostadas sobre el río respondieron el fuego. La defensa naval estaba al mando del Capitán Pedro Hermosa y los marinos Domingo Antonio Ortiz, Pedro V. Gill y el Teniente de Artillería Adolfo Saguier, acompañados por Albertano Zayas, quien había sido degradado de Mayor a Sargento tras la batalla de Curuzú.
Fueron dos horas de intenso e incesante bombardeo por parte de la flota brasileña. En la retaguardia aliada, Mitre esperaba atento el paso del tiempo.
Tras dos horas de furioso bombardeo, el silencio fue total.
Seguros de las fuerzas paraguayas habían sido descalabradas, como prometiera Tamandaré, el General Mitre ordenaría el inicio del asalto. Pero el asalto había sido preparado más bien como una marcha triunfal, de celebración de la derrota total del adversario y por ello el comandante de las fuerzas aliadas había ordenado que sus hombres vistieran uniformes de gala y que llevaran consigo mochilas, menajes y ollas.
Avanzaron pues los 20.000 hombres al son de marchas, tambores y pífanos. En las líneas paraguayas, el silencio seguía siendo absoluto y hasta visualizaron a los soldados comandados por Díaz retrocediendo de la primera trinchera.
La victoria estaba asegurada y la promesa de Mitre a sus hombres parecía materializarse: “Hoy vamos a almorzar en Humaitá”. Además de sus uniformes de gala y elementos básicos, los soldados aliados cargaban con ellos el dinero que habían recibido recientemente como pago de sus salarios, motivo por el cual portaban libras esterlinas.
Los 20.000 aliados avanzaron distribuidos en cuatro columnas, a sazón de 5.000 de ellos en cada una. Las dos columnas que avanzaban del lado de la ribera del río eran de brasileños al mando del general Albino Carvalho y bajo la protección de la flota imperial; las otras dos eran argentinas, al mando de Wenceslado Paunero y Emilio Mitre, hermano de Bartolomé.
Fueron los argentinos los primeros en acercarse de manera temeraria a las trincheras paraguayas que permanecían en un absoluto silencio, lo que los convencía aún más de que no había nadie en pie o en condiciones de hacer frente a su triunfal marcha.
“En realidad lo que estaba pasando es que nuestros viejos fusiles de chispa y nuestros cañones tenían alcance muy corto”, relata Insfrán. La defensa paraguaya permanecía a la espera de que los enemigos se pusieran a alcance de fuego y una vez allí, llegó la orden del General José Eduvigis Díaz.
El bombardeo de la flota brasileña no había causado el mínimo daño en las defensas paraguayas. La carnicería fue espantosa. Díaz había ordenado el repliegue de sus tropas ubicadas en las trincheras más avanzadas para permitir que el enemigo siguiera excediendo en confianza una vez que recibió el aviso de la presencia aliada por parte del vigía.
A caballo, Díaz recorrió todo el frente de la línea arengando a la tropa que respondía con vivas a la patria. Eran 5.000 hombres y 49 cañones intactos contra 20.000 hombres que avanzaban cargados y a pecho gentil, con paso lento y penoso. Los artilleros paraguayos destrozaban las formaciones aliadas.
Los aliados que salían del campo de tiro de los cañones, sucumbían en las zanjas cubiertas con espinas y estacas. Si volvían a superar esos obstáculos, no pasaban el campo de tiro de los fusiles. Curupayty se volvió inexpugnable, tal como pensaban los enemigos que sería el fuerte de Humaitá.
Tras cinco horas de sangriento combate y de bajas que -dependiendo del autor- oscilan entre 3.000 y 10.000, a Mitre no le quedaría otra opción más que ordenar la retirada de sus hombres. El pronóstico del General Díaz se había cumplido: “Si todo el ejército enemigo llegara a Curupayty quedaría sepultado por completo en esas trincheras”.
La artillería brasileña no solo sufría de falta de puntería sino que sus hombres tenían poca preparación para la utilización de los modernos cañones de retrocarga que utilizaban proyectiles avanzados que debían ser armados con espoleta. Es decir, la gran mayoría de los proyectiles en realidad no llegaron a explotar y los que si lo hicieron cayeron lejos de donde podrían haber dañado realmente a las defensas paraguayas.
Los paraguayos sufrieron apenas 92 bajas: 42 en las trincheras y 50 en los alrededores. La victoria más grande jamás conseguida por el ejército nacional se había consumado y también la peor tragedia de las fuerzas aliadas, principalmente de la Argentina que en ningún otro episodio sufrió tantas pérdidas.
Los trofeos recogidos por los paraguayos tras la batalla fueron enormes: miles de fusiles y otros equipos, libras esterlinas, comida y sobre todo ropa. Nuestras tropas estaban semidesnudas y la falta de vestimenta se hacía sentir especialmente en el invierno, por lo que después de una gran matanza, el mejor trofeo para un soldado paraguayo era el uniforme del enemigo caído.
Curupayty era un muro de contención para evitar la llegada de los aliados a Humaitá, donde funcionaba el cuartel general del Mariscal López. “Esa es su importancia, si hubieran avanzado ahí en un salto llegaban a Asunción”, explica Insfrán.
El objetivo era detener el avance aliado y se consiguió no solo eso, sino paralizar durante más de un año las acciones de la Guerra de la Triple Alianza.
150 años han pasado de aquella heroica hazaña.
juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano