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Todos tenemos al menos una maestra inolvidable. Esa que, por una u otra razón, marcó nuestra infancia y, pese al paso de largos años, jamás la olvidamos.
Alodia Santos de Franco (97) es de esas profes que inspiraron a muchos a seguir el camino de las letras. Como docente de Literatura, instaló en el corazón de sus alumnos el amor por la lectura, dándoles base para una apasionante carrera. Muchos niños de ese entonces que se iniciaban leyendo sus primeros títulos con la maestra Alodia, no imaginaban que luego la enseñanza daría sus frutos y se convertirían en referentes del ámbito literario e intelectual del país.
Personas como Helio Vera, Ramiro Domínguez, Jacobo A. Rauskin, Diego Sánchez Haase, Darío Caballero Bracho, Enrique Codas, José Félix González Fernández, Alejo Benítez, Mabel Rehnfeldt, Hugo De Jesús Araujo, Efraín Torales, Santiago Dimas Aranda, Miguel Ángel Verdecchia, Antonio Ibañez, son solo algunas de la larga lista de referentes que hasta hoy recuerdan con cariño a la querida profe.
En coincidencia con la llegada del día del maestro, y además, con la reciente aprobación en el Congreso de la Orden al Mérito Comuneros, que le será entregada a Alodia el 28 de abril, quisimos conocer un poco más a esta maestra, por lo que la visitamos en su domicilio, en la ciudad de Villarrica, del departamento del Guairá.
A sus 97 años, Alodia tiene algunos problemas de audición, por lo que hay que hablarle claro y fuerte. Pero más allá de ese pequeño inconveniente, está tan lúcida como en los años en que tomaba la tiza y garabateaba letras en la pizarra. Responde a las preguntas con elocuencia y claridad. Ríe y dice que no le hagamos tantas preguntas, que no recuerda mucho, que son muchos años… y tiene razón. Fueron en total 55 años de clases ininterrumpidas, en los que recorrió numerosos colegios como el Cervantes, de Villarrica, el Colegio Nacional María Auxiliadora, el Don Bosco y el Colegio Nacional de Villarrica. También tuvo su etapa como directora en la Escuela Normal de Pilar. Si bien se jubiló de las instituciones públicas poco después de los 60, siguió enseñando en instituciones privadas hasta que cumplió 75. Continuó por dos razones: porque sentía muchas ganas de seguir enseñando, y porque alumnos y profesores pedían su presencia en las aulas.
Pero debe haber algún factor que hizo que Alodia marcara la diferencia como docente. A ella no le gusta hablar de sí misma, pero uno de sus cinco hijos, Manuel Franco, cubre su silencio y nos cuenta que la humanidad y el interés genuino por los alumnos fueron las características que hicieron que Alodia se convirtiera en una maestra inolvidable.
Al momento de la entrevista, Alodia se encuentra en su habitación, porque el clima está un poco fresco. Normalmente, si el día está soleado, se la encuentra en el corredor de su casa, disfrutando de un buen libro. Como era de esperarse, no ha dejado de lado su pasión por la lectura. Cuando le pedimos que nos cite su título favorito, menciona dos: “Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes, y El Gaucho Martín Fierro, un poema narrativo del escritor José Hernández”, responde, sin dudar.
Si bien se deleita con la literatura, también pasa buena parte de sus mañanas leyendo periódicos. Cuenta que le gusta estar informada. Hay días que no son buenos y la vista amanece cansada. Entonces, le pide a la joven mujer que la cuida que le lea el diario o alguna novela. No deja pasar un solo día sin lectura.
Para la nota se viste correctamente “pero sin ostentación”, aclara, e inmediatamente nos explica que esa es otra de las cualidades que la hizo diferente de otras docentes. “Siempre fui sencilla, no porque me falten ropas, sino porque creo que las personas sobresalientes deben vestir con moderación. Eso demuestra la cultura”, comparte.
En la época en que Alodia daba clases, naturalmente, no existía internet, por lo que el acceso a los libros era mucho más difícil que ahora. Sin embargo, todos sus alumnos, al recordarla, aseguran que con la profe Santos “se leía porque se leía”. Era exigente y con ella no había medias tintas. Si no leías, no aprobabas. Así de sencillo.
Le preguntamos cómo se las arreglaba para que sus alumnos accedieran a obras literarias, y en ese momento el rostro se le ilumina. Pronto nos damos cuenta por qué. “Mi marido, Artemio Franco, era escritor, por lo que en casa habían muchos libros. Hacía que los alumnos vinieran a casa a leer, o bien les prestaba las obras. De alguna manera, siempre hacía que todos lograran leer los clásicos de la literatura universal”, cuenta.
Normalmente, en nuestro país una problemática común es el abandono que sufren muchos grandes referentes de las artes o la literatura al llegar a la tercera edad. Afortunadamente, este no es el caso de Alodia. Diariamente, sus exalumnos y profesores se turnan para venir a visitarla.
Aunque en estos últimos años sale ya muy poco, su hijo Manuel nos cuenta que, las veces que la lleva a algún evento cultural donde la invitan, “todo se paraliza”.
“A veces bromeo y digo que no la quiero llevar más, porque no la dejan caminar, y nos demoramos como una hora extra para que todos la saluden”, dice entre risas Manuel Franco.
El festejo de sus 90 años fue un acontecimiento que quedará grabado en su memoria para siempre. Varios de sus exalumnos se unieron y le organizaron una preciosa fiesta, donde la homenajearon y compartieron anécdotas con ella.
El 14 de setiembre próximo, Alodia cumple 98 años, y sus seres queridos le están preparando una vez más un especial festejo. Pero antes, este 28 de abril, la profe se prepara para viajar a Asunción a ser reconocida con la Orden al Mérito Comuneros. Dice que está contenta con la distinción, pero también es consciente de que, más allá de lo que digan los papeles, lo que finalmente cuenta son los hechos, y el legado que dejó a su paso en el corazón de quienes tuvieron el privilegio de educarse bajo su enseñanza.