Una “guerra” que continúa

Hace 38 años, el homicidio de un joven estudiante secundario en Sajonia conmovía a la sociedad paraguaya. Disfrazado de un crimen pasional, quisieron esconder la mano oscura de la tiranía.

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Dolly dormía plácidamente en su dormitorio ubicado en el primer piso de la casa. En sueños comenzó a escuchar el sonido de un timbre muy al fondo. Poco a poco fue despertando para percatarse de que era el timbre de su casa el que estaba sonando.

Aún sin poder despertarse del todo, se levantó de la cama. “¡Joelito!”, llamó a su hermano, a fin de que la acompañara a la puerta.

En la casa no debería haber nadie más que ellos dos. Sus padres habían viajado al interior para atender la clínica que tenía su papá a cientos de kilómetros de Asunción.

No recibió respuesta a sus reiterados llamados.

Algo no estaba bien, lo presentía.

Se abrió camino por la sala hasta llegar a la puerta de la casa. Abrió y se encontró con la figura de aquel hombre que en aquellos días era sinónimo de terror.

Joel Holden Filártiga nació el 15 de agosto de 1932, en Ybytymí. En aquellos días, las oscuras nubes de una contienda bélica se levantaban sobre el suelo paraguayo. En la zona del Chaco, viejos problemas de delimitación e intereses particulares terminaron explotando en una cruenta guerra con Bolivia.

Tenía unos diez años cuando comenzó a cruzarse de forma frecuente con el hombre que algún tiempo después pasaría a convertirse en el amo y señor del destino del Paraguay por casi cuatro décadas. En aquellos días, Alfredo Stroessner era apenas un capitán de artillería.

Eso sí, sus padres le tenían una estima particular a aquel hombre de apellido alemán. De hecho, él y otros tantos generales de brigada solían ir hasta la casa de la familia Filártiga en la zona de Mbuyapey para disfrutar de algún asado acompañado con bebidas espirituosas y un buen descanso del ruido citadino.

Joel tenía ya 22 cuando, en 1954, aquel hombre al que con el tiempo había aprendido a despreciar llegó al poder. Pocos podrían imaginarse que se daba así inicio a una de las dictaduras más largas y sangrientas de Sudamérica.

El joven comenzó a participar activamente como dirigente estudiantil durante los años en que estudió la carrera de Medicina en la Universidad Nacional. De hecho, formó parte de la recordada marcha de 1958 contra el gobierno stronista.

Con el paso del tiempo, pasó a convertirse en una piedra muy molesta para el régimen.

Filártiga se recibió con honores y estuvo a punto de viajar a Estados Unidos para trabajar en anatomía patológica, pero el diagnóstico de cáncer de estómago que le dieron a su padre hizo que decidiera quedarse en tierras paraguayas.

Un tiempo después, decidió abrir su propio sanatorio. Se llamaba “La Esperanza” y estaba ubicado en la ciudad de Ybycuí. Rápidamente, la presencia del médico se volvió de vital importancia para los pobladores no solo del lugar sino también de pueblos cercanos como La Colmena, Quyquyhó y Acahay.

En aquellos días, Joel había contraído matrimonio con Nilda Speratti. Con el tiempo comenzaron a llegar los hijos: la primera fue Dolly, a la que tiempo después siguió Stella Marys. Pero esta última nació con una serie de malformaciones que le terminaron costando la vida 47 días después.

La pequeña niña había nacido con espina bífida e hidrocefalia. Su recuerdo terminó marcando para siempre a su familia, particularmente a su padre. Después llegaron Joelito y Katia para inundar de alegría la casa de los Filártiga.

Sin embargo, su segunda hija estaba siempre presente en el recuerdo del joven médico. Entonces comenzaron a llegar hasta su sanatorio numerosos casos de malformaciones.

Algo debía haber en común. Filártiga comenzó a indagar y afirma que todas aquellas personas habían sido expuestas al DDT, producto químico clorado, utilizado como insecticida en la lucha contra el paludismo.

El médico trató de comunicarse con representantes de la Universidad de Harvard, planteando sobre la posibilidad de que los químicos fueran dañinos para la salud humana. En principio no lo quisieron escuchar, pero tiempo después le dieron la razón y comenzaron a buscar alternativas.

Casi en simultáneo, se comenzó con una campaña de plantación de algodón para la cual se utilizaba un producto llamado Folidol, también altamente dañino.

Varias décadas después, Filártiga -sentado en la sala de su departamento ubicado en el piso 13 de un edificio- cuenta que el nuevo insecticida comenzó a costar vidas muy rápido.

En un solo día, sufrió la muerte de 37 pacientes como consecuencia a la exposición al folidol, que efectivamente era un compuesto clorado.

“La gente dejó de querer plantar y muchas desmotadoras quedaron ahí”, afirma. Fue así que el plan algodonero llegó a su fin y Filártiga pasó a convertirse en un verdadero dolor de cabeza para el gobierno y algunos empresarios.

Joel sumó además a su frondosa lista de “pecados” el haber sido parte del nacimiento de las Ligas Agrarias, que con el tiempo pasarían a ser uno de los principales frentes de resistencia al gobierno del dictador colorado.

Todo esto le comenzó a valer a Filártiga detenciones y torturas por parte de las fuerzas policiales en numerosas ocasiones. Mientras lo golpeaban, le preguntaban por personas de las que nunca había oído y con las que no tenía relación alguna.

En medio de las muchas idas y vueltas entre Asunción e Ybycuí, y una represión en incremento por parte del gobierno stronista, los hijos de la familia Filártiga Speratti crecían.

Dolly había decidido seguir los pasos de su padre y abrazó la Medicina, mientras que Joelito cursaba los últimos años del colegio. Todos colaboraban con sus padres para atender en la clínica cada vez que podían.

El joven hijo hacía las veces de chofer de ambulancia. Su alegría y predisposición habían convertido al muchacho en alguien querido por cuantos lo conocían.

Era la noche del 29 de marzo de 1976. El doctor Filártiga debía volver a Asunción para buscar una unidad coronaria que la había sido regalada por la Universidad de California. El instrumento le sería de gran utilidad en su sanatorio.

Cuando se preparaba para partir rumbo a la capital, se topó con la llegada de los visitadores médicos que acostumbraban pasar la noche en su casa cada vez que pasaban por allí. Tuvo que postergar su viaje hasta la mañana siguiente.

Decidió llamar a su hijo para avisarle del cambio de planes. Eran cerca de las 22:00 y nadie respondía en la casa de Asunción. Decidió insistir aproximadamente una hora después, pero se encontró con que la línea había sido cortada.

“Tiempo después, una señora de apellido Delgado, de Paraguarí, quien era encargada de los teléfonos del interior en aquellos días, me contó que recibió una orden de cortar mi teléfono aproximadamente a las 22:00”, relata Filártiga mientras su mirada se pierde en el azul cielo que se puede observar desde la ventana abierta de su casa.

Una extraña sensación se apoderó de él en aquel momento.

Así que allí estaba Dolly, frente a frente con aquel hombre.

Parado en el umbral de la puerta de su casa se encontraba Pastor Coronel, el temido jefe del Departamento de Investigaciones de la Policía Nacional. La joven no pudo evitar mostrar su sorpresa.

Eran las 5:00 y el jefe policial se encontraba parado allí. “Necesito que me acompañe, señorita”, le dijo Coronel y casi en el acto la tomó del brazo y la comenzó a arrastrar rumbo a la casa de su vecino de enfrente.

“¿Qué pasa?”, cuestionó ella. “Pasó algo con su hermano Joelito”, le respondió. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

Intentó detener el paso. “No quiero ir, quiero que Joelito venga”, afirmó Dolly. Pero Coronel no le hizo caso y la siguió llevando. En el lugar había varios policías presentes y patrulleras estacionadas en la calle.

Tras una caminata durante la cual no tuvo noción del tiempo, Dolly terminó en un pequeño cuarto. En el interior de la habitación había una cama sobre la que yacía el cuerpo sin vida de un joven bastante golpeado.

Era Joelito, su hermano menor. El mismo al que algunas horas antes le había preparado una infusión porque el dolor de garganta que lo aquejaba no lo dejaba dormir.

Estaba allí, muerto.

Aún conmocionada por el dolor que le invadía, Dolly tuvo que escuchar el relato que le hacía Coronel. El jefe de Investigaciones le aseguraba que Duarte Arredondo, un vecino, había encontrado a Joelito en la cama con su esposa Charo.

Duarte supuestamente había enloquecido de la rabia y terminó asesinando al joven.

Dolly tuvo que hacerse cargo de la decisión de dónde ubicar el cuerpo de Joelito mientras esperaba que sus padres llegaran en la mañana.

En todo ese tiempo, Coronel trató de obligarla a enterrar de inmediato el cuerpo sin vida de su hermano, a lo que ella se resistió.

El doctor Filártiga recibió la llamada temprano y no tardó en salir a la mayor velocidad posible hacia Asunción. En el camino a la capital, inmerso en el dolor, pudo notar que los controles policiales que llevaban casi un mes instalados en la zona de Paraguarí ahora ya no estaban.

“Por lo visto, eran para saber si yo estaba en Asunción o en Ybycuí”, me dice, cortando por un instante el hilo conductor de su historia.

Cuando llegó a su casa, ya lo esperaban su hermano y algunos médicos amigos. Los forenses habían limpiado el cuerpo y lo estaban examinando. Fue allí que, gracias a varias preguntas, pudo armar un panorama más claro de lo que supuestamente había ocurrido.

Pero algo no convencía al médico. Había algo en toda esa historia que no le cerraba.

Mientras tanto, los medios ya daban como un hecho el trasfondo que había sido dado a conocer por la Policía. “Crimen pasional en Sajonia”, se podía leer en algún titular para luego encontrarse líneas abajo con que Duarte Arredondo había confesado la autoría.

Hasta que Filártiga pudo estar frente al cuerpo de su hijo. Su esposa se quebró en el instante mismo en que vio a Joelito sin vida. Él, en cambio, consiguió mantener la cabeza fría y comenzó a examinarlo.

El cuerpo presentaba signos de haber sufrido una violencia brutal. Moretones y quemaduras quedaron marcados en su piel.

Pero hubo otro detalle que le llamó la atención: en el informe de defunción se señalaba que la causa de muerte habían sido cuatro puñaladas, dos de ellas en el pecho de Joelito. Pero en su pecho no había herida alguna de arma blanca.

Los cuatro cuchillazos se encontraban en la zona de la espalda. Y fue allí que Filártiga confirmó las sospechas que tenía. La sangre que manaba de las heridas caía hacia abajo por gravedad, algo imposible, pues un corazón en funcionamiento hubiera hecho que la sangre saliera a chorros.

Las heridas que supuestamente le habían causado la muerte a su hijo habían sido infringidas post mórtem. Allí mismo tomó una cámara y comenzó a tomar fotografías del cuerpo ante el asombro de sus propios familiares.

Todo aquello se trataba de un montaje.

Desde ese momento, Joel Filártiga dio inicio a una guerra personal en busca de justicia por la muerte su hijo. La primera prueba que le confirmó que tenía razón fue una llamada de la misma Charo, aquella mujer de la que decían que su hijo era amante.

La mujer le dijo que no creyera nada de la versión oficial. Tiempo después, terminó desapareciendo. Investigaciones posteriores revelaron que fue trasladada a la Argentina, en compañía de una oficial de la Policía.

Filártiga consiguió conversar con un conocido que trabajaba como cocinero en el Hotel Guaraní, lugar donde Duarte Arredondo trabajaba como sereno. El cocinero le contó que el supuesto asesino había recibido una llamada de la Policía aproximadamente a las 00:30 y que fue buscado por un chofer llamado Ramón Cabrera.

El mismo Cabrera terminó contándole todo a Filártiga, pero cuando le tocó testificar cambió drásticamente su versión. “A la pucha, chamigo, eñevende”, le vociferó un molesto Filártiga que estuvo a punto de agredirlo físicamente.

Así, parte por parte Filártiga terminó armando la historia real de lo que había ocurrido.

La noche del 29 de marzo, aproximadante a las 23:05, Américo Peña secuestró a Joelito de su casa.

El joven fue llevado a un recinto policial donde fue colgado de un tobillo y sometido a duras torturas. Su cuerpo fue golpeado y quemado mientras la preguntaban sobre la actividad de su padre. Llegaron a electrocutarlo conectando cables a sus partes íntimas.

“¿Tu padre es comunista?”, le cuestionaban.

“No, mi padre no. Ustedes son los comunistas que me están torturando. Yo suelo escuchar que los comunistas son los que les juegan a los niños y ustedes me están jugando a mí, que soy un niño”, respondió él.

La crueldad de la tortura le terminó costando la vida a las 00:45 del 30 de marzo de 1976. Y allí se decidió montar un circo para cubrir la muerte del joven.

Poco tiempo antes, el escritor Roque Vallejos había estado viviendo en casa de los Filártiga. Hasta que, un día, Joelito llegó a su padre con una queja.

“Papá, tu amigo me acosa, me persigue. Voy a tener que irme de la casa”, le dijo. Filártiga se negó y terminó pidiendo a Vallejos que dejara el domicilio familiar, no sin antes encontrar y pagar un lugar donde pudiera quedarse.

De hecho, hasta la madre del médico le prestó dinero para pagar el alquiler de su casa. Mientras tanto, Vallejos ganó algunos puestos gracias a la bendición de Mario Abdo Benítez, secretario privado de Stroessner, y comenzó a tener dinero.

Fue por eso, relata Filártiga, que su abuela pidió a Joelito que fuera a reclamar lo adeudado. Todo esto no le cayó bien a Vallejos.

“Desde entonces quedó muy molesto Roque. Él, creo, planificó la muerte de Joelito. Yo traté de buscarle a Roque para conversar y él se escondía de mí; me fui a buscarle y se me corría”, explica.

Una vez que se consiguió reabrir el caso, Peña terminó huyendo y desapareciendo. Durante un tiempo no se tuvo datos sobre su paradero.

Hasta que un día, un sobrino del prófugo llegó trayendo un sobre que debía ser entregado en su casa. Pero en aquellos días, el diario ABC Color había preparado un extenso reportaje sobre el caso Filártiga. En la ilustración, recuerda el médico, se traspusieron las fotos. Su casa aparecía como la de Peña y viceversa.

Esa equivocación facilitó que el sobre cayera en manos de la familia Filártiga, que lo abrió utilizando vapor de agua y consiguió dar con el paradero de uno de los culpables de la muerte de Joelito.

Peña se encontraba en Navy Yard, Brooklyn (Estados Unidos). Fue así que Dolly decidió viajar hasta el país del norte para perseguir y abrir el caso contra el funcionario público.

Una vez que lo encontraron, tuvieron que luchar para mantenerlo con vida, pues la comunidad de paraguayos radicados en tierras estadounidenses quería torturarlo y matarlo.

Filártiga dejó todo lo que tenía en Paraguay y viajó a Estados Unidos. La primera vez que lo intentó le prohibieron la salida del país y tuvo que recurrir al embajador norteamericano para conseguir partir.

Una vez allí, y con el apoyo del Centro de Derechos Constitucionales, consiguió abrir una causa contra Peña por crímenes de lesa humanidad. Para poder llevar a cabo el proceso señalaron que este tipo de hechos superaban territorio y tiempo.

Pero la vida fue todo, menos fácil para los Filártiga en ese tiempo. Un mes después de la muerte de Joelito, el doctor recibió la visita de dos enviados que tenían como misión el requisarle su matrícula de médico alegando una insanía mental.

Fue justo después de que hubiera salvado la vida de un presidente de seccional de la zona que intervino para que esto no sucediera. Además, Filártiga contó con el apoyo de religiosas de la zona que redactaron una nota pidiendo por él.

Sufrió varios atentados contra su vida: disparos mientras conducía, intentos de quemarlo vivo en su vehículo y amedrentamientos de todo tipo. Aun así, consiguió salir adelante explotando su talento para el arte.

En Estados Unidos comenzó a pintar cuadros y a venderlos como herramienta para recaudar fondos para seguir con el proceso. Gracias a la ayuda de sus abogados y amigos, llegó a juntar unos US$ 600.000 con la venta de sus obras.

El caso contra Peña marcó un hito en el derecho internacional, al ser el primer caso con condena de este tipo siendo juzgado fuera del país en el que habían ocurrido los hechos. Filártiga debía recibir una indeminzación de US$ 10.000.000.

Indemnización que hasta ahora no se le ha pagado. Según una actualización de la condena realizada en 2006, la suma alcanzaría una suma mucho mayor hoy en día.

La historia de los Filártiga llegó a ser inspiración para una película, “One man’s war”, protagonizada por Anthony Hopkins y estrenada en 1991. Una película que en Paraguay no ha sido presentada sino en contadas ocasiones y en versiones recortadas.

El dolor por la pérdida de su hijo sigue pesando al doctor Joel Filártiga casi cuatro décadas después, pero él sigue firme en una guerra que todavía no da por terminada.

El cielo toma un matiz anaranjado mientras el sol se va escondiendo cuando nuestra charla va llegando a su final. El doctor tiene gente que lo espera, pero aun así dedica unos minutos más para despedirnos mostrando fotos de otros tiempos y algunos libros de su autoría.

Esta es la guerra de un hombre.

Fotos: Arcenio Acuña, ABC Color.

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