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La medalla dorada ya colgaba de su cuello. Podía sentir el peso de la presea tirando hacia abajo como consecuencia de la fuerza de gravedad. Estaba parado en el centro del domo en la lejana ciudad de Benidorm, España, y representantes de otros países lo aplaudían.
Estaban ahí todas las delegaciones, competidores, maestros, árbitros y hasta familiares. Pero en su mente estaban presentes solo dos rostros y los buscó enseguida. Ahí estaban los dos, escondidos en medio de la multitud tratando de limpiarse los ojos llenos de lágrimas.
Por un instante pensó en que todo por lo que había pasado, todas las dificultades que había sorteado, ahora tenían sus frutos. Se acababa de coronar campeón del mundo.
Lucas Duarte tiene 15 años, es oriundo de Encarnación, el nuevo centro de veraneo en Paraguay. Vivió allí toda su vida.
Es hijo único y creció bajo el manto de su mamá, Claudia Duarte, y de su madrina, Ananías Caballero, ambas licenciadas en enfermería.
Fueron ellas las que lo empujaron a comenzar a practicar taekwondo cuando tenía apenas 3 años. Sus primeros pasos en el arte marcial originario de Corea los dio en el gimnasio del profesor Luis María Martínez, quien desde hace cuatro años se encuentra radicado en Canadá pero nunca dejó de enseñar este deporte.
Lucas reconoce que, durante los primeros tiempos, la idea de someterse a la disciplina del arte marcial le resultaba hasta fastidioso. De hecho, en varias oportunidades dejó de asistir a sus prácticas.
Pero la insistencia de su mamá y su madrina lo hicieron cambiar de parecer en cada una de esas oportunidades.
Llegó 2004 y con él la primera oportunidad para que Lucas pudiera competir a nivel internacional. Tenía 5 años cuando participó de su primer Panamericano.
Y no le fue nada mal. Consiguió su primera medalla de plata en la modalidad de lucha. “A partir de ahí le tomé el gusto y comencé a ir sin dejar más”, relata en conversación con ABC Color.
Los años pasaron, Lucas fue creciendo, pero siempre se mantuvo bajo la disciplina del taekwondo. Encontró la forma para equilibrar el tiempo y dividirlo entre escuela, gimnasio y prácticas.
Con más de una década de entrenamiento, el año pasado participó del clasificatorio que tenía como finalidad elegir a los mejores atletas del Paraguay para representar a nuestro país en el mundial que se realizaría un par de meses después.
Lucas hizo bien los trabajos y consiguió ser nominado para representar al país en las modalidades lucha y forma en tercer dam juvenil.
La cita era en Benidorm, un municipio de la provincia de Alicante en la Comunidad Valenciana. Fue entonces que comenzaron los problemas.
Poco tiempo después de que se diera a conocer que Lucas era uno de los seleccionados para viajar al Mundial, recuerda su madre, desde la Federación Paraguaya comenzaron a poner plazos para el depósito del dinero necesario para pagar su pasaje.
El plazo que le dieron era de una semana. Desesperada, su madre Claudia comenzó a organizar un torneo y rifas para tratar de juntar el dinero que necesitaban. Algunos amigos hicieron colaboraciones. Pero el dinero que se consiguió juntar no alcanzaba para que su hijo pudiera viajar.
“Les pedí una semana más; ahí me dijeron que si no teníamos el dinero, ellos (la Federación) tenían gente que sí podía pagar y que no hacía falta que Lucas se fuera”, recuerda Claudia.
Desesperada, se largó a llorar inmersa en la frustración de que su único hijo, al que había criado con tanto esfuerzo y dedicación, no podría asistir al evento más importante de su corta vida, haciendo lo que a él tanto le gustaba.
Pero no se dieron por vencidos y comenzaron a recorrer canales de televisión y estaciones de radio en Encarnación. No faltó el aporte solidario de la ciudadanía encarnacena.
Cuando ya todo apuntaba a que Lucas no podría viajar, su madrina Ananías decidió hacer un préstamo, atendiendo a que contaba con un trabajo mejor remunerado que el de la mamá de Lucas.
“Me dijo: 'Yo acá saco un préstamo y nos vamos los tres. Nos vamos a quedar en deudas hasta quién sabe cuándo, pero Lucas se va a ir'”, indica Claudia.
Recuerda que, de los 15 atletas que viajaron para participar, solo al adolescente encarnaceno la Secretaría Nacional de Deportes (SND) no apoyó para la compra del pasaje. Según Claudia, la justificación que les dieron es que, atendiendo a su corta edad, él todavía podría tener otras posibilidades de competir.
Cuando estaban por viajar rumbo a Asunción para abordar el avión que los llevaría a España, Claudia recibió una llamada en la que le informaban que el pedido de apoyo presentado varios meses a la Entidad Binacional Yacyretá había sido aprobado.
Desde que supo que había conseguido un lugar en el mundial, Lucas multiplicó esfuerzos para poder llegar en las mejores condiciones posible. Para ello entrenaba tres veces a la semana al otro lado del río Paraná, en la ciudad argentina de Posadas.
Ahí fue recibido por Alicia Zalesak, que lo guió durante las prácticas. También viajó un par de veces a Asunción para los entrenamientos generales con el resto de la delegación paraguaya, pero fue en Néstor Ramírez -el otro encarnaceno del grupo- en quien encontró a su gran compañero.
El camino de Lucas empezó ante Argentina en la primera fase, después siguieron Puerto Rico, Nueva Zelanda y, en la final, Estados Unidos.
El día de la inauguración, Lucas se convertía en uno de los dos atletas que regalarían a Paraguay sus primeras medallas de oro en taekwondo. La otra fue Iara Dacak, quien poco tiempo después visitó la redacción de ABC en compañía de su padre, el maestro Javier, una eminencia del deporte.
“Lo que más me motivó a mí era el poder demostrarle a la gente que sí se puede, por más que uno sea humilde”, asegura Lucas.
“Cuando volvimos de España nos pidieron que nos quedáramos en Asunción a promocionar el logro de él, pero yo les dije que primero estaba Encarnación. Ese día que llegamos recorrimos todos los programas por los que habíamos pasado antes”, agrega su madre.
Ahora piensa en estar presente este año en Jamaica y el año que viene en Italia, para seguir buscando medallas.
No pudo darse cuenta al instante de que había escrito una página de gloria. Era el día de la inauguración y el domo estaba repleto. La tensión estaba pasando y comenzaba a respirar tranquilo.
Terminaron los actos protocolares y salió corriendo a abrazar a las dos personas que había buscado desde el podio. Mamá y madrina no hacían el mínimo esfuerzo por esconder las lágrimas de emoción y orgullo. No había por qué.
Se fundió en un abrazo con ellas, una a la vez. El esfuerzo había valido la pena.