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Alejado del caos vehicular y de la acelerada vida cotidiana, en un rincón de la Avda. Artigas, el Parque Bernardino Caballero parece invitar a un pequeño escape de la rutina. Sin embargo, los asuncenos parecen haber olvidado la existencia de ese lugar. Y las autoridades también.
“Una lástima lo abandonado que está el parque”, me decía un compañero mientras nos desplazábamos sobre Artigas a bordo su vehículo y observábamos una de las descuidadas entradas ubicadas sobre la avenida.
Unas desvencijadas y casi totalmente descoloridas letras forman el cartel con el nombre “Gral. Bernardino Caballero”, en recordación del que fuera presidente de Paraguay a finales del siglo XIX.
Las columnas de la entrada lucen sobre sí algunos escritos que dejan en claro la presencia de barras bravas y algunas otras pandillas en la zona.
Luego de la finalización de la Guerra de la Triple Alianza, la capital paraguaya intentaba resurgir e ir ampliando de a poco el área urbana hacia el Este.
En 1881, el Gral. Bernardino Caballero se casó con María Concepción Díaz de Bedoya (viuda del asesinado expresidente paraguayo Juan B. Gill) y establecen su domicilio en una quinta ubicada en el conocido como Camino a Tapúa.
En 1919, siete años después de la muerte de Caballero, la Municipalidad de Asunción decidió adquirir el terreno de los descendientes del político colorado. Tiempo después, en 1924, la Comuna decidió destinar el sitio al esparcimiento.
Un año después, se decidió que el sitio llevaría el nombre de su otrora propietario, relata el arquitecto Jorge Rubiani. Desde ese momento, las mejoras en el lugar se sucedieron durante las administraciones posteriores.
En sus comienzos, los límites del parque eran la calle Sebastián Gaboto y Vía Férrea, la Avda. Artigas y la calle Estados Unidos.
“En la Memoria y Balance del intendente Bruno Guggiari, año 1931, se consignan algunas inversiones para la terminación de la cancha de tenis. En el mismo balance se habla de las obras de jardinería y la construcción de un puente y de pilares y un portón”, recuerda Rubiani.
En un informe de ese mismo año consta que el parque contaba con una extensión aproximada de 22 hectáreas. Hoy quedó reducido a poco menos de 16.
En 1934, en plena Guerra del Chaco, se decidió construir en el lugar una piscina aprovechando la existencia de aguas surgentes.
Algunas décadas más tarde se decidiría además la construcción de una piscina olímpica en el lugar, que sirvió como sitio de entrenamiento para grandes atletas paraguayos.
Con el paso de los años, el parque fue cayendo lentamente en la decadencia y el abandono por parte de la ciudadanía y las autoridades.
Un equipo de ABC Color llegó hasta el Parque Caballero para recorrer el predio y verificar “in situ” el estado actual del mismo.
Mientras el sofocante calor comienza a ceder en el cotidiano castigo a los capitalinos, algunas pocas personas llegan hasta el lugar para distraerse.
Padres e hijos disfrutan jugando con la pelota, mientras alguna que otra pareja aprovecha las sombras de un frondoso árbol para compartir un tereré tomados de la manos y conversando bajito.
El Parque Caballero es hoy en día uno de los pocos puntos verdes importantes de la ciudad capital. En sus senderos, bajo la sombra de añejos árboles, el calor se atenúa un poco.
Pero en sus maltrechos camineros se puede observar gran cantidad de basuras y escombros abandonados. Sobresalen además a la vista recipientes que fácilmente podrían servir de criadores de mosquitos transmisores del dengue, enfermedad que ya ha cobrado casi una veintena de vidas en lo que va del año.
Las dos piscinas que se encuentran en el lugar y llevan años inhabilitadas hoy están revestidas de basuras y sus pisos evidencian el paso de los años y la falta de mantenimiento. Días atrás se publicaba que la abandonada piscina olímpica podría representar un alto riesgo de infestación larvaria debido al estancamiento del agua en su interior.
Se puede observar también casas precarias y construcciones, algunas de las cuales comenzaron a ser derribadas pero cuyo proceso quedó a medias.
La inseguridad es otro de los factores predominantes en las cercanías del parque. “No vayas solo”, es la recomendación generalizada cuando se comenta el deseo de conocer el lugar.
Uno de los principales riesgos es la presencia de niños y adolescentes consumidores de crack, quienes en varias oportunidades protagonizaron asaltos y riñas en el lugar.
Además, en la zona marcan presencia los “motochorros”, quienes generalmente aprovechan la cercanía de “Pelopincho” y “La Chacarita” para escabullirse rápidamente.
Durante nuestra visita, nos encontramos con una patrullera de la Policía Nacional en la que cuatro agentes prestaban guardia en el lugar.
El oficial Óscar Arriola aseguró que en los últimos tiempos se ha conseguido reducir la cifra de hechos delictivos gracias a la presencia policial. Indicó que se monta guardia durante las 24 horas y que se solicita documentos a las personas con actitud sospechosa.
En caso de no contar con la cédula de identidad, las personas son remitidas a la comisaría 5ª Metropolitana para mayores averiguaciones.
El recorrido termina en un mirador en el que se alza un monumento en honor al político cuyo nombre lleva el parque. Detrás de la estatua –maltratada y llena de escrituras- se tiene una vista privilegiada de la bahía de Asunción.
El Parque Caballero espera que la desidia y el abandono a los que fue sometido durante años lleguen pronto a su final para así volver a convertirse uno de los principales pulmones y area de recreación para los ciudadanos capitalinos.