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Desde los siete años de edad, esta mujer se dedica a tejer ponchos, gracias a los conocimientos heredados de su madre, quien a su vez los tomó de la abuela.
A sus 49 años, la artesana reflexiona y reconoce que el arte que aún impulsa tiende a desaparecer debido al insuficiente mercado.
“Antes se compraba mucho. Mi mamá trabajaba con otras 17 personas y se vendían 10 a 12 ponchos al mes. Ahora hay veces que pasan tres meses y se vende uno solo”, relata.
Rosa Segovia asegura que su motivación para seguir en el ámbito no es ganar dinero, sino la vocación.
Aclara que con este oficio ya no podría mantenerse a una familia, como en años anteriores.
“Esto es más por mi pasión por el arte, porque me gusta. Mi marido es empleado militar y esta es mi tarea en la casa”, señala.
Comenta que cada mañana se levanta temprano para iniciar sus labores hogareñas y luego dedicarle horas a este pasatiempo.
Terminar un poncho insume mucho trabajo, dedicación y disciplina.
“Lleva mucho trabajo. Trabajamos entre cuatro personas, 10 a 12 horas diarias y acabamos de tejer un poncho en 10 días”, refiere.
Muchas veces el esfuerzo no se ve recompensado por la falta de ventas y solo queda esperar a alguien que sepa admirar esta modalidad artística.
“Tenemos poca venta y el costo en material es muy alto”, señala.
Pese a que se trata de prendas que identifican al Paraguay, la materia prima –es decir los hilos- es importada.
Se trata de hilos de coser traídos de Perú, apreciados por su composición de algodón, según explica Segovia.
En décadas anteriores, la materia prima igualmente corría por cuenta de las artesanas, quienes se encargaban de teñir los hilos.
“Mis abuelas trabajaban el hilo, lo teñían. Después vino el hilo brasileño, pero la fábrica finalmente cerró”, recuerda.
Sobre el motivo por el cual no es posible utilizar el hilo de coser paraguayo, insiste en que el mismo lleva un porcentaje de poliéster.
El poncho “te abriga en invierno y te cubre en verano”. Para ello necesariamente debe estar compuesto de algodón en un 100%, explica.
Sobre la posibilidad de que los elementos primarios puedan ser fabricados a nivel local y reducir de esta manera el costo, la artesana señala que ya hubo conversaciones con una textilera local, pero sin avances mayores.
“Hace dos o tres años ya pedimos. Incluso llevé el pedido al Ministerio de Industria y Comercio”, recuerda.
La respuesta de los empresarios fue que para lograr esto debían realizar una gran inversión que no tendría retorno.
“Me dijeron que para hacer los hilos que necesitamos hay que cambiar las matrices y entonces tenemos que comprar en gran cantidad, pero no hay tanta demanda”, agrega.
El poncho de 60 listas es una prenda con 60 rayas blancas, intercaladas con franjas generalmente negras o rojas.
Los más complejos pueden llevar hasta seis colores, según explica Segovia.
Pese a que se trata de un abrigo de gran “contundencia”, pesa menos de un kilogramo. “Exactamente pesa 835 gramos”, precisa Segovia.
Actualmente, el costo mínimo de cada prenda de este tipo asciende a G. 1.300.000.
Rosa Segovia señala que el tejido del poncho de 60 listas constituye un oficio que solo se conserva en Piribebuy y otras contadas localidades de Cordillera.
Asegura que su familia es una de las pocas de la zona que aún conserva el conocimiento de este arte.
“Conmigo trabajan actualmente siete personas”, comenta.
Destaca que algunas jóvenes vecinas suelen mostrar interés en aprender, pero pocas son las que demuestran tenacidad.
“Algunas aprenden rápido, pero otras vienen por meses y no aprenden”, relata.
Sobre el futuro de este arte que pasó de generación en generación desde hace décadas, lamenta que no haya suficiente apoyo para perpetuarlo.
Comenta que tiene tres hijos, pero ninguno podría continuar con el oficio en las circunstancias actuales.
“Solo en Piribebuy hacemos este tipo de poncho y se va terminando. Como dice mi hija, ella tiene que estudiar y no va a poder sobrevivir con esto”, lamenta.
Respecto a la predisposición de terceros, explica que difícilmente “tomen la posta” porque los jóvenes prefieren ir a Asunción y trabajar hasta en oficios domésticos, donde pueden tener mayores y permanentes ingresos.
Señala además que la confección del poncho de 60 listas no puede realizarlo una sola persona.
“Esto es un trabajo en equipo”, sostiene al indicar el trabajo de gran envergadura.
Sobre la posibilidad de exportación, la artesana indica que resulta prácticamente imposible realizar envíos masivos en las actuales condiciones.
Recuerda que se realizaron conversaciones con empresarios chinos interesados en llevar las prendas a su país, pero realizaban requerimientos en gran número.
“Ellos te piden 100 ponchos en un mes, una cosa imposible sin perder la calidad”, refiere.
Explica que conspira la falta de tejedoras suficientemente capacitadas y la escasa dedicación de muchas.
“Llegué a analizar la posibilidad de exportar, pero no tengo gente. Milagros no puedo hacer, no puedo tejer 100 ponchos sin perder la calidad”, insiste.
Explica que con este panorama no sabe hasta cuándo perdurará su trabajo. “Predisposición de enseñar tengo, pero hay pocos interesados”, refiere.
“Este es un trabajo muy lindo, pero con este trabajo no vamos a sobrevivir”, finaliza la artesana.