Trabajar desde la cárcel: la clave de la reinserción

Francisco Acosta se siente un "bendecido". Condenado por homicidio, su madre murió estando él tras las rejas, y obtuvo permiso para ir a darle el último adiós. Mientras paga sus culpas, trabaja como supervisor del taller de artesanía en cuero del penal.

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Cada día, son cientos los internos que hacen una especie de lobby con el director de Tacumbú, Luis Barreto, con el fin de intentar ingresar al ansiado Pabellón Libertad, donde estarán protegidos de la desidia y hacinamiento que viven en los pasillos generales.

Si bien es la autoridad, el titular penitenciario no puede hacer mucho, pues, este sector es como un “estado dentro de otro estado”, en el cual las reglas son independientes y bastante claras.

Dentro del Programa de Transformación Integral, comúnmente conocido como el Pabellón Libertad, no está permitido sobrepasar la capacidad, ni si quiera un poco. Ningún interno puede dormir si no tiene una cama cómoda.

De todos modos, cuando hay lugares disponibles, o algún caso excepcional, Barreto hace una especie de “salvoconducto”, y envía nombres de reclusos que se acercan a solicitarle una oportunidad.

Otra de las reglas principales para acceder al programa es que el interno debe tener, sin excusas, una ocupación laboral a la que debe dedicarse diariamente. Invertir el tiempo es la clave para que, a la hora de salir del penal, el exconvicto tenga internalizado el hábito del trabajo y, de ser posible, un emprendimiento montado para ganarse el sustento.

Al llegar al taller de artesanía en cuero, nos encontramos con un numeroso grupo internos trabajando en la elaboración de termos, carteras, billeteras, monederos y una amplia variedad de otros artículos fabricados con este material.

Trabajan en distintos turnos; mientras unos estudian, otros limpian las habitaciones, otros atienden el autoservicio, y otros tienen un tiempo libre para practicar deportes. Pero, todos, sin descanso, siempre están realizando alguna actividad.

En el grupo destaca un hombre corpulento, ya mayor. Luce un sombrero pirí y da algunas órdenes a los más jóvenes. No es difícil darse cuenta que es una especie de líder dentro del grupo.

Su nombre es Francisco Acosta, y está en prisión desde diciembre del año 2010. Fue condenado a 15 años de prisión por homicidio. Disparó a su yerno, porque ya no soportaba que golpeara a su hija. Se entregó a la comisaría el mismo día del asesinato. El 18 de abril de 2013, rcibió condena en un juicio oral y público. Mientras aguardaba condena, ya fue cumpliendo parte de su pena, y hoy lleva cinco años en prisión. En abril de 2015, un equipo de ABC Color ya había ido a visitar el penal y conoció su historia. Podés leerla aquí.

En ese momento, Francisco había pedido a las cámaras de ABC Color que le permitieran grabar un saludo a sus padres. Un mes después de nuestra visita, su madre falleció. Se fue en un Día de las madres. Conmovido, Francisco nos cuenta que el director del penal, Artemio Vera, le cedió un permiso especial para que pudiera asistir al sepelio, a dar el último adiós a su mamá.

“Fue solo una hora la que pude estar en el velatorio de mi madre, pero ya fue más que suficiente para mí. Sin ningún solo papel, el director me dio la confianza y se hizo responsable por mí. Por eso le agradezco de corazón. Fui con cuatro funcionarios, que ni siquiera me pusieron esposas, porque confían en mí”, nos relata Acosta, y aunque no hay lágrimas en sus ojos, una enorme tristeza inunda su mirada.

Por esta condena, Francisco perdió 22 años de antigüedad en Aceros del Paraguay (Acepar). De profesión mecánico industrial, trabajaba como supervisor. Así como alguna vez, en sus días de hombre libre, trabajó como supervisor, hoy su trabajo es también coordinar al grupo de reclusos que trabaja en el taller de cuero que tienen montado en el pabellón Libertad.

Sus compañeros internos lo respetan con absoluta disciplina, como a un jefe. "Entre nuestras herramientas nosotros utilizamos cuchillos y otros elementos que están prohibidos para los demás reclusos, sin ningún problema”, cuenta.

 

Cuando ingresó al penal, en seguida logró su pase al pabellón Libertad. Hoy asegura: "No me siento en la cárcel. Este es un paraíso. El único problema es que la libertad no tiene precio”, reflexiona.

Sobre la posibilidad de obtener la libertad condicional en algún momento prefiere no hablar. Tras un largo silencio en el que se lo nota pensativo, solo alcanza a decir: “Eso depende de Dios".

Una refrescante jarra de tereré está a su alcance, y va bebiendo sorbos mientras da la entrevista. Ni bien termina de hablar con nuestro equipo, se dispone a continuar la labor. No hay tiempo que perder. Y es que el ocio es el peor enemigo de los internos, pues una mente desocupada siempre tiende a albergar pensamientos dolorosos. Eso dicen ellos.

 

estefanhy.ramirez@abc.com.py - @estefhycantie

Imágenes: Juan Carlos Dos Santos

Fotos: Claudio Ocampo

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