Sueños de patria que murieron en el olvido

Paraguay vio nacer a una innumerable cantidad de poetas, escritores y literatos. Muchas de las ideas plasmadas por estos genios murieron en el olvido y en la desidia. El pilarense Carlos Miguel Jiménez fue uno de ellos.

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El 5 de julio de 1914, nació en la ciudad de Pilar, capital del departamento de Ñeembucú, un hombre llamado Carlos Miguel Jiménez. El hijo de Amalia Felisa Jiménez y el alemán Carlos Federico Brackebusch migró a Asunción en compañía de su madre y su hermana y estudió en el Colegio Nacional de la Capital (CNC).

En el colegio, Carlos Miguel Jiménez fue elegido presidente del centro de estudiantes y encabezó una serie de reivindicaciones por la recuperación de la riqueza del Chaco paraguayo, antes de la guerra contra Bolivia.

Sus deseos revolucionarios lo llevaron a la comunidad de Isla Margarita, distrito de Carmelo Peralta, Chaco paraguayo, donde fue confinado. Desde allí, aprovechó su inteligencia y fuerza para habilitar una escuela desde donde se impartían lecciones para los niños lugareños.

Jiménez logró escapar del confinamiento y viajó a Argentina, donde se codeó con referentes de la música, tanto paraguaya como local, clamando siempre por una sociedad más justa para sus compatriotas.

En medio de sus idas y venidas, Jiménez se convirtió en un excelente poeta, escribiendo un sinnúmero de obras, entre las que se destacan dos, principalmente por el impacto que generaron y por el alto grado simbólico que representan: Mi patria soñada y Flor de Pilar.

Con añoranza y sin escatimar elogios, el historiador y docente Ilfo Riveros -reconocido por toda la comunidad paraguaya y especialmente la pilarense- rememoró las obras del célebre poeta, que fue afectado por una ceguera, lo que no le impidió proseguir con sus creaciones.

“Fulgura en mis sueños patria nueva; que augusta se eleva de la gloria al reino; libre de ataduras nativas o extrañas; guardando en la entraña su prenda futura”, reza la primera estrofa de Mi patria soñada, una de las obras más importantes de Jiménez.

Riveros recordó que, en su momento, se debatió sobre la posibilidad de que la letra de Mi patria soñada, convertida en canción por Agustín Barboza, sea convertida en el Himno Nacional paraguayo, en lugar del actual, cuyo texto fue creación de un extranjero.

Comentarios trascendidos refieren que la poesía Flor de Pilar, cuya musicalización posterior corrió por cuenta nuevamente de Barboza, se refiere a historias de mujeres específicas.

En la letra se cita a la guaireñita, la asuncena, la encarnacena, la concepcionera, la luqueña, la pinasqueña, la misionense, la carapegüeña, la caazapeña, la paraguariense, la villetana y la amambaiense, destacando la belleza de cada una de ellas; pero, en forma sobresaliente, la pilarense tiene una mención especial en cada una de las estrofas.

El historiador, que en una ocasión charló largo y tendido con Jiménez en una radio local, manifestó que la canción no se refiere a ninguna mujer específica y que el poeta, fiel a su estilo, siempre ponderó las bellezas del país, ensalzando siempre a la pilarense, “su resedá”.

Jiménez habría olvidado mencionar a la cordillerana en la canción y, según “se dice”, el poeta escribió otro poema titulado “Ángel de la Sierra”, que en su versión musical lleva un ritmo mucho más pausado que el de “Flor de Pilar”.

El que convirtió texto en música, posteriormente, fue Emilio Bobadilla Cáceres. Según publica la web El Portal Guaraní, el poema le fue recitado por el propio Carlos Miguel Jiménez, en el barrio Obrero de Asunción, a una mujer cordillerana que vivía en las cercanías de su casa, llamada Benita Sánchez, a quien supuestamente le dedicó su creación.

Luego de retornar de Argentina, Carlos Miguel Jiménez vino nuevamente a Asunción, viviendo penurias a causa de su ceguera, que, si bien lo limitaba, no le impedía seguir con su carrera artística.

Pero su imposibilidad se sumó a la pobreza que sufría. Esto le llevó a entregarse a la bebida, lo que finalmente terminó con sus días, a los 55 años, el 29 agosto de 1970, en la miseria que contrastó con su riquísimo legado.

Ni siquiera la sociedad de Pilar de entonces, ni las propias autoridades locales, le prestaron el apoyo suficiente en su momento. Recién el 11 de octubre del 1999, sus restos fueron llevados a su querida Pilar, siendo recibidos por una bulliciosa comunidad.

Sus cenizas fueron depositadas en un panteón ubicado en la plaza pública que lleva su nombre. La Junta Municipal de Pilar emitió una resolución a través de la cual se establece que la canción Flor de Pilar sea entonada en cada acto oficial, luego del Himno Nacional paraguayo, como homenaje al poeta.

Como Carlos Miguel Jiménez, cientos de artistas paraguayos mueren en la miseria y en el olvido, sin ser citados por lo menos en un párrafo en libros de texto escolares, a raíz de una nefasta y cada vez más errada “reforma educativa”.

La historia del hombre que alguna vez sacó más de una sonrisa a alguna que otra dama paraguaya se redujo considerablemente. Tanto, que muchos desconocemos acerca de su vida y obra.

Jiménez ya no verá cumplirse su sueño: el de una patria sin hambre ni penas, ni odiosas cadenas que empeñen su honor, donde el bien impere sin sangre ni luto, bajo su impoluto manto tricolor.

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