Sanar la vista y el espíritu

Aunque algunos pretendan que la satisfacción total se encuentra en una carrera exitosa y una vida acomodada, otros, como el doctor Joel Ortiz, comprenden que la plenitud se encuentra en el sublime acto de pensar en el otro, y tenderle una mano.

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Humanizar las profesiones, cualesquiera que estas sean, es sin dudas un factor que marca la diferencia entre los miembros de la sociedad.

La medicina, una profesión que se caracteriza en ocasiones por la frialdad del trato, y ese desapego hacia lo sentimental en pos del profesionalismo, tiene también su costado de calidez, que se revela en la compasión del trabajador de blanco por ese otro ser humano, ese igual que está sentado del otro lado del escritorio, sometido muchas veces a la vulnerabilidad que el deficiente sistema de salud le impone.

Y ese acto de humanizar la profesión se traduce muchas veces en dar un paso más que lo que estrictamente exige la obligación laboral. Una pregunta más allá de la obligada, una sonrisa amable, por qué no. En fin, hacerle sentir al paciente que existe un interés genuino en su bienestar.

Y a esto es a lo que el doctor Joel Ortiz Cazal (49) ha venido apuntando durante sus 26 años de trayectoria en la medicina.

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Se enfocó en la salud de los ojos, un área demasiado especial, pues el hecho de mejorar, o incluso recuperar la vista del ser humano mediante la ciencia de la medicina es una de las tareas más desafiantes y a la vez emocionantes, tanto para el hacedor de la labor como para el que experimenta en carne propia los resultados de la obra.

“El buen médico trata la enfermedad; el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”, dice una frase acuñada por Willian Osler (2 de julio de 1849, Bradford West Gwillimbury, Canadá) conocido como el padre de la medicina moderna.

Esta frase podría sernos útil para comenzar a describir al doctor compatriota Joel, un profesional de 49 años con una carrera establecida en Barcelona, España, y un trabajo que le permite tener una vida tranquila con su familia en el lejano país donde logró asentarse.

Pero, pudiendo disfrutar ya de la comodidad de su hogar y sus metas profesionales cumplidas, este oftalmólogo nacido en Asunción, quien reside en el extranjero desde 1994 debido a maestrías y especializaciones que lo llevaron al viejo continente, descubrió que la realización profesional, aunque lo satisfacía, no cubría las más profundas carencias del alma.

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Reflexionando, entendió que lo que realmente le brindaría plenitud como ser humano era el acto de correr la milla extra, de tender la mano a quienes no tienen las más mínimas oportunidades, en fin, el acto desinteresado de dar sin más.

Una vez culminada su formación académica en Barcelona, y también por breves lapsos de tiempo en Brasil y Estados Unidos, recibió una oferta laboral para ejercer la medicina en un hospital de España. Junto con su esposa, también paraguaya, decidieron aceptar e instalarse en el país ibérico.

Un día que parecía como cualquier otro, hace tres años, le tocó atender en consultorio a una docente, casualmente paraguaya, oriunda de Loreto, un pueblo de Concepción.

Feliz y a la vez conmovido con la presencia de una compatriota en su consultorio, el doctor no perdió oportunidad de saber de ella.

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Así fue como se enteró, por boca de esta abnegada maestra, acerca de la descarnada realidad que viven los educadores y educandos en los rincones del Paraguay profundo. En esas escuelitas de dos salones, donde los chicos más afortunados comparten aulas plurigrados, y los demás estudian debajo de los árboles. Allí, donde ni las promesas demagógicas del Ministerio de Educación llegan.

En el lapso de pocos minutos, la profe le contó de los malabarismos que debían hacer los docentes para impartir educación en medio de innumerables carencias, y de cómo los niños mostraban ganas de aprender a pesar de las limitaciones.

Escuchando atónito la narración de la maestra, sobre cómo estos paraguayos, en su lejana y amada tierra guaraní, rompían las barreras de lo posible, el doctor Ortiz no tardó mucho en decidir que algo tenía que hacer por ellos.

Si bien en un primer momento pudiera parecer que su trabajo no guardaba relación con las necesidades de aquella escuela, pronto se percató de que, ahí, en su servicio voluntario, estaba la clave para ayudar de mil maneras. Solo era cuestión de creatividad.

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En esa misma consulta se hizo con todos los contactos necesarios y le comunicó a su paciente que iría a conocer la realidad de estos niños de primera mano.

Ni bien pudo tomar sus siguientes vacaciones, en el 2016 emprendió rumbo hasta la Escuela Nacional María Auxiliadora, de la localidad de Hugua Guasu, distrito de Loreto, departamento de Concepción, donde por fin pudo conocer en persona a los valientes niños del Jardín al 6° grado. La inocencia que encontró en ellos era tal, que ni siquiera veían las limitaciones que tenían, y solo se concentraban en la alegría de asistir todos los días a clases, a aprender, a compartir con su comunidad educativa.

Ortiz es hijo de un docente. Este hecho lo llevó a tener un gran respeto por la profesión del maestro y llevó en primera instancia su asistencia oftalmológica al pueblo.

“Diseñamos un proyecto básico de salud ocular dirigido a detectar defectos de refracción que puedan solucionarse con la prescripción de anteojos. Es decir, examinamos a niños y niñas en edad escolar para detectar miopía, astigmatismo o hipermetropía, y mediante la ayuda de instituciones como por ejemplo el Club de Leones de la Ciudad de Concepción, conseguimos la donación de los anteojos para los niños que lo necesitaban”, relata el doctor en contacto con ABC Color desde Barcelona.

En unas cuántas jornadas de consultas, utilizando como consultorio una de las sencillas aulas de la escuela, logró diagnosticar inconvenientes de la salud ocular y proveer de anteojos a numerosos niños, mejorando instantáneamente la calidad de vida y de aprendizaje de muchos de ellos, que, en medio de la pobreza, ni siquiera se habían percatado de que tenían alguna limitación visual.

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Así, Joel Ortiz, padre de dos hijos de 24 y 14 años, entendió que esto era lo que valía la pena, que para esto servían todos los años de estudio.

Una vez que vio tantas sonrisas satisfechas de niños que por primera vez veían las letras con claridad en la pizarra y en sus cuadernos, Joel tuvo otro arranque de inspiración.

Al conocer la realidad de lo que describe como “el Paraguay profundo y silencioso”, el oculista comprendió que “había que hacer algo más, que solo ver no era suficiente”.

Una sola visita a Paraguay no era tiempo suficiente para hacerlo todo de una vez, pero en la mente y el corazón del doctor Joel Ortiz y su esposa poco a poco fue germinando la idea de que había que volver a ese pueblo. Esta vez, con algo más que solo vigilar la salud ocular de los niños. Ahora anhelaban aportar un valor agregado y necesario que les permita utilizar sus ojos para cultivar el intelecto.

La intención ya no solo era ver crecer a un “rebaño de seres humanos”, expresa el oftalmólogo, sino tener niños paraguayos apasionados por la cultura, las artes, la literatura y, por qué no, por otros idiomas.

“Nos propusimos iniciar una campaña y crear la primera biblioteca para esos niños. Con el lema 'ver para leer', creamos una corriente entre familiares y amigos que luego se extendió a entidades de nuestro entorno en la capital del país. Así empezamos a recibir donaciones desinteresadas y aprovecho la oportunidad para agradecer a todas las personas e instituciones que formaron parte de esta cadena”, comparte el galeno.

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El sueño arrancó en el 2016, y hace pocas semanas, en mayo de 2019, llegó la segunda tanda de libros para la biblioteca. Al día de hoy, ya se ha conseguido también por intermedio de la cadena de donaciones, una computadora y útiles escolares imprescindibles para la labor diaria de una escuela de formación primaria.

“Esto apenas es el puntapié inicial. Próximamente esperamos dotar de más volúmenes a la biblioteca, de acuerdo a los estándares mínimos que debería disponer una comunidad estudiantil, como materiales abundantes del área de humanidades, arte, historia, poesía, filosofía, etcétera, así como de ciencias naturales”, expresa el facultativo.

En su anhelo de ver a niños formándose con los mismos estándares educativos que cualquier otro niño de la urbe o de nuestros países vecinos, Ortiz tiene también la visión de proveer a la escuela que apadrina de libros de inglés y portugués. Su sueño es que el manejo de idiomas brinde a los pequeños las oportunidades que, tristemente, les son negadas en el entorno de escasez en el que viven.

“Anhelamos que estos materiales (de idiomas) sean multimedia, para que los chicos puedan escuchar y aprender con autonomía el idioma”, remarcó.

Más allá de los recursos materiales, que siempre son bienvenidos, el deseo de este solidario médico es que los niños paraguayos de esta y otras escuelas “se conviertan en librepensadores, bibliotecarios del universo, que buscan el sentido verdadero de su existencia y creen una vida de planes y objetivos mediante la ayuda de la lectura”.

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Y uno de los ejes fundamentales de esta aventura en los que piensa seguir embarcado es desarrollar el concepto de la “biblioteca moderna como gestora de cambio. Traer a los niños la cercanía de una buena literatura acorde con una sociedad más avanzada, para que puedan encontrar allí un cimiento para sus pensamientos y sueños”, finaliza el médico.

Más info: El doctor Joel Ortiz Cazal además forma parte del cuerpo docente de la Unidad de Ciencias Morfológicas en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona desde el año 2008.

Nos pusimos en contacto también con la lejana comunidad educativa de la escuela María Auxiliadora Hugua Guazu.

Su director, Alejo Centurión, nos contó que con apenas cuatro docentes y cuatro aulas, (él incluido, porque también da clases) hacen el milagro de impartir enseñanza a 81 chicos del Jardín al 6° grado.

Hace pocos días que recibió la nueva tanda de libros, y lo agarramos en pleno inventario de los títulos. Contó que la donación aportó un cambio radical a la institución, pues antes tenían muy pocos libros.

“El tan solo hecho de conseguir un libro para el docente nomás luego, para que lo tenga como base de enseñanza, es caro, y a partir de ahí los niños se deben manejar con fotocopias”, describió.

Recordó con cariño al doctor Joel, de quien dijo que “primero vino a curar los ojos de los niños y ahora nos ayudó con mucho más para nuestro día a día”.

“Desde el primer día que conversamos él me dijo que quería procurar para conseguirnos libros porque los alumnos tienen que leer. Yo solo le dije que: ‘Ojalá recibamos libros’”, recordó el director, quien luego, cuando ya creía que aquel doctor nunca regresaría, quedó sorprendido al recibir de nuevo noticias de él.

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“Gracias a las gestiones del doctor, incluso el Ministerio me envió libros para seguir el programa educativo. Es una iniciativa muy buena”, resaltó el docente.

Entre los materiales que recibieron destacan los de matemáticas comunicación y libros de cuentos, además de títulos de la literatura universal que servirán para aprender literatura y para nutrir la mente de los alumnos -por qué no- incluso en los espacios de ocio.

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