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Tras la tormenta de la semana pasada, tomó la responsabilidad de liderar el éxodo de 56 familias que quedaron sin casa, y resguardarlas en un refugio preparado en las cercanías de su propiedad.
Apenas ve que nuestro equipo periodístico ingresa al pequeño pasillo donde se encuentra su vivienda, Adela Jara (35) se adelanta a sus vecinos y sale a saludarnos.
Sin que se lo pidamos, se dispone a servirnos de guía. Con ella al frente, iniciamos un recorrido por los caminos del “Refugio Samurãi”. Este nombre, así como otros tantos que se utilizan para denominar a distintos sectores del Bañado Norte, es producto de la creación colectiva del pueblo que habita la zona costera.
Pudieron haber pasado días, pero los vestigios de la inundación siguen muy perceptibles en los techos de chapa rotos, y en las casas de madera terciada haciendo un intento heroico por mantenerse en pie en medio del barro, en medio de la adversidad.
Además de sentirse en lo material, la inundación se siente en las miradas de tristeza, de resignación ante lo ocurrido.
Desde los destrozos que se produjeron por la tormenta del viernes 4, Adela cargó en sus hombros la responsabilidad de proteger a sus vecinos, que en su mayoría habían sufrido la devastación de sus pequeñas casas.
Organizó a su comunidad y encabezó el traslado de 56 familias, que fueron ubicadas en un refugio de tres sectores, que se encuentran en las inmediaciones de su casa. Afortunadamente, la vivienda que habita con su madre, su marido y sus tres hijas, no fue destruida por el temporal.
Adela no sabe con exactitud cuánta gente está a su cargo, pero nos dice que en cada familia hay entre cuatro y seis hijos, lo que nos hace presumir que habría alrededor de 500 personas habitando estos albergues provisorios. “Don, tenés que ver nomás ya para mudarte, porque a vos primerito te va a agarrar el agua, está filtrando y ya no hay solución”, le dice Adela a un vecino mayor que encuentra en el camino mientras vamos pasando. Ella es la líder natural de esta comunidad, y los pobladores la reconocen como dirigente. Nos va presentando a sus vecinos y por su actitud podemos notar que se preocupa genuinamente por todos.
Pero, sus vecinos no son la única ocupación de Adela. Ella además debe encargarse del cuidado de sus tres hijas, una adolescente de 16 años, una niña de 12 y una pequeña de 2. A sus 35 años, pronto se convertirá en abuela. Es que su hija mayor está en el octavo mes de gestación. En medio de las carencias, y la contaminación, pronto deberá cuidar tanto de la adolescente como del bebé. Cuando, en medio de la conversación, nos comenta esta parte de su vida, su preocupación es evidente.
Si bien se siente comprometida con sus vecinos, y toma como una misión ayudarlos, varias veces se le pasó por la mente la idea de abandonar la zona en busca de una vida más digno. Pero la realidad siempre posterga su sueño.
“Con qué plata voy a pagar un alquiler. Lo único que me queda es ver otro albergue transitorio, donde no nos llegue el agua y podamos estar durante mucho tiempo. Acá ya no hay forma. Yo le calculo que máximo en una semana estaremos usando canoas”, dijo la mujer.
Mientras vamos culminando la charla, un grupo de hombres intenta levantar una vivienda con terciadas, hules y cartones. Adela se detiene a responder consultas de sus vecinos y les da recomendaciones para construir las viviendas de la forma más confortable posible.
“Acá nos vamos a quedar, bajo el riesgo de que nuestros niños se enfermen, se ahoguen o sean picados por víboras. Que sepan los del gobierno que es responsabilidad de ellos lo que pase. No nos vamos a mover de acá”, nos dice Adela mientras llega junto a un grupo de señoras que cargan a niños muy pequeños, sentadas en sillas fabricadas con cualquier material servible que tengan a mano.
Inmediatamente después de esta advertencia fuerte, una de las señoras nos invita a conocer a sus mellizas, dos bebas recién nacidas.
En medio de la necesidad, la alegría es gratuita, y es un bien que derrochan.
juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano
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Fotos: Celso Ríos, ABC Color.