Regresando del éxodo

El tiempo pasó y se llevó los días más difíciles. Hoy, una luz de esperanza se avizora al final del túnel. Los desplazados, de a poco, retoman sus lugares, con la fe puesta en que el río ya les declaró la paz, aunque los pronósticos digan lo contrario.

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Los meses que pasaron fueron duros. La desesperación de perder sus animales, sus muebles, sufrir las penurias de estar sin los suministros básicos como agua y energía eléctrica. Y, lo que esa aún peor, ver morir a sus vecinos cercanos, niños y adultos con quienes convivieron toda su vida, caídos, a metros de ellos, mientras el agua avanzaba sin pensar en el daño que les hacía, sin darles la oportunidad de defenderse.

Algunos salvaron lo que podían, tomaron a sus hijos de las manos y buscaron nuevos horizontes donde estar a salvo. Bueno, al menos lejos de las aguas, porque las penurias siguieron en los refugios. La precariedad de vivir en una vivienda de terciada, la inseguridad, el hambre…

Otros decidieron plantarse firmes y decirle a la adversidad “de acá no me muevo”. Así, con el miedo en el pecho, cada día era una aventura. Encender la llave de la luz con el agua llegando hasta las rodillas, las electrocuciones, el miedo a no saber si podía sumarse otro fallecido más a las estadísticas al día siguiente. Alguien cercano, quizás…

Esos días de dolorosa incertidumbre quedaron atrás. El agua finalmente decidió darles un descanso, al menos por ahora. Las altas temperaturas de las últimas semanas ayudaron y un aire de calma se respira en las angostas calles del Bañado Santa Ana, cuando, en una de las calurosas tardes de esta semana, un equipo periodístico de ABC Color va a hacer un recorrido y charlar con los vecinos.

Luisa Fariña está contenta. No es la primera vez que le toca enfrentar una crecida desde que nació en la calle 37 Proyectadas del Bañado Santa Ana. Pero, no puede dejar de repetir que, desde el año 1989 esta es la que más susto le dio.

Ella no quiso dejar su casa, prefirió soportarlo todo. Pero sí vio marcharse a sus vecinos, uno tras otro, y ahora está muy feliz porque los ve regresar a sus casas. “Como ya no hay tantas lluvias y el agua está bajando cada día más, la gente ya no quiere estar en la calle. Realmente estoy más tranquila, ojalá que baje totalmente para cuando llegue marzo”, nos dice Luisa.

Con respecto a la gran crecida que se anuncia para el mes de marzo, Luisa parece bastante positiva. “Yo que ya pasé muchas crecidas te puedo decir que si las aguas bajan totalmente en las próximas semanas, no le tengo miedo, pero si no baja todo, y crece otra vez el río, sí nos va a afectar mucho”.

Mientras todo esto pasaba, Luisa estuvo viendo en las noticias que el gobierno habla de una reubicación, y que incluso son varias las familias que han comprobado la experiencia en el barrio Las Colinas, de Itauguá.

Ella no está en contra, pero explica que tendría que analizar bastante antes de tomar la decisión de irse. “Hay gente que tiene su negocio acá, un trabajo seguro. No se puede dejar todo de un día para otro”, reflexionó.

En un principio le cuesta decidirse por una respuesta, pero, después de pensarlo unos minutos, decide: “Si tengo oportunidad de irme de acá, sinceramente me voy, pero tengo cómo son los lugares, si voy a tener trabajo, transporte. No me voy a animar de golpe”, expresa.

Aunque los comentarios que circularon en días pasados en medios de prensa y en boca de la gente, que hablaban de que los bañadenses eran “pobres pero delicados” fueron hirientes, Sofía dice que no le afecta lo que diga la gente. “Los que no necesitan jamás va a saber la realidad que pasamos nosotros todos los días. Se enojan porque ocupamos calles como 21 Proyectadas con los refugios. No saben lo que es sufrir. A partir de ahí luego no hay punto de discusión”, dijo.

Charlamos con Luisa bajo la sombra de un pequeño árbol, en la vereda de su casa. A solo una cuadra del punto donde nos encontramos falleció por electrocución el niño de 10 años del que tanto oímos hablar en los noticieros. Unos metros más hacia la derecha, en calle perpendicular, ocurrió el accidente que se cobró la vida del adolescente de 14 años, en las mismas circunstancias.

Son conscientes de lo peligroso que es tener conexiones eléctricas cuando están rodeados de agua. Sin embargo, intentan argumentar la decisión diciendo que “nuestra conexión está ubicada en un sitio alto, por lo que no entra en contacto con el agua”. Después de todo es cuestión de ponerse en sus zapatos para darse cuenta de lo difícil que es pasar largos días sin un servicio tan fundamental.

Doris Pérez y Antolín Pintos tienen 40 años de matrimonio. Viven en el Bañado desde que se casaron. Construyeron su casa con sus propias manos, ladrillo a ladrillo. En este tiempo, soportaron incontables crecidas, y siempre optaron por defender su hogar, aunque el agua insista en venir a ocasionarles perjuicios de vez en cuando. Pero ahora, que rondan los 60 años, replantearon la vida, y se dieron cuenta de que están un poco agotados de tanto ajetreo.

“Nos afectaron mucho las muertes. Nos sentimos mal, es desesperante, sicológicamente. Ves que está subiendo el agua y de repente entra a tu casa, y no sabés a dónde vas a ir a parar. Te quedás, pero, todo es incierto, siempre”, nos dice Doris.

Dedicada a su hogar, y a la despensa que le proporciona el sustento diario, Doris siente gran pasión por sus plantas, y le daría mucha nostalgia dejar su hogar, pero reflexiona y dice que si tiene la posibilidad, se iría. “Sinceramente no da gusto vivir así. Si no tenés nada que mezquinar, superbien acá, porque tenés los animales que querés, no pagás energía eléctrica, agua. Pero si tenés cosas que cuidar, no da gusto. Igual nomás en otra parte voy a tener plantas. No es justo que cada tanto se esté destruyendo todo lo que amás”.

Con relación a las críticas de cierto sector, que habla de que los bañadenses “esperan todo de arriba”, Doris no tiene inconvenientes en admitir que, entre los vecinos de su comunidad “hay una mayoría que tiene esa actitud. Nosotros aceptamos la crítica. Está bien, es nuestra tierra, nos hallamos, pero hay un límite, si la naturaleza reclama su lugar, tenés que salir”, opinó la mujer, y su marido agrega, como complementándola: “Somos nosotros los que venimos a invadir al río”.

Sobre el temor común de muchos habitantes de las zonas costeras, relacionado a la carencia de fuentes de trabajo que tendrán si llegan a abandonar su lugar, Antolín piensa que es cuestión de “querer trabajar. En Paraguay hay mucho trabajo”.

Ahora que el peor momento ya pasó, Antolín, Doris y sus demás vecinos podrían hacer muchas solicitudes a las autoridades municipales, pero solo tienen un pedido: “Necesitamos un tractor para deshacernos de la impresionante la cantidad de basura acumulada ahora que está bajando el agua. Nosotros mismos nos ofrecemos a ayudar con la limpieza, pero no podemos seguir viviendo rodeados de basura”, dice Antolín.

Y, casi bromeando, como no creyendo tanto en que vamos a tomar en serio su pedido, agrega que no estaría mal, más adelante, contar con un servicio de recolección como el que tienen los demás ciudadanos. Soñar mucho no está prohibido.

Mientras charlan con nosotros, vemos como en la calle, vecinos con botas de lluvia, rastrillos y azadas en las manos, limpiando los desperdicios para que el agua corra más fácilmente.

 

Aunque los expertos en meteorología hablan de que el fenómeno climático que se viene en marzo superará al que vivimos, Antolín y su esposa no creen tanto en esta versión. Sus años de experiencia en crecida les dicen que, si el agua está bajando de la forma en que baja ahora, no hay forma de que vuelva a subir. “Quiero que lleven en cuenta una cosa. En marzo, esto va a ser a la inversa. Vamos a tener sequía. Acuérdense de esto que les digo”, nos dice Antolín.

Los vecinos organizaron una gran cantidad de rezos para que el agua deje de causarles daño. Hoy, que sienten que sus plegarias fueron escuchadas, organizan una chocolatada para todos los niños del barrio como agradecimiento a ese dios de los inundados, que se inclinó a oír sus súplicas.

 

 

estefanhy.ramirez@abc.com.py - @estefhycantie

Fotos: David Quiroga

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