Cargando...
Estela González (48) fue asesinada a puñaladas por su concubino la noche del 2 de agosto en Hernandarias, mientras mantenían una pelea que incluso pudieron escuchar los vecinos. De hecho, las discusiones eran constantes, por lo general en horas de la noche.
El arma del crimen fue un cuchillo de cocina. El presunto feminicida estaba bajo los efectos del alcohol al momento de cometer el hecho.
Una semana antes, el 24 de julio, Rita Ignacia Quintana (32) fue atacada a tiros por su novio, un adolescente de 16 años, quien luego se quitó la vida. Ella tiene tres hijos con su anterior pareja y los celos desmedidos habrían sido el detonante del suceso.
El joven se habría molestado porque no podían verse un día, ya que el exmarido de la mujer visitaría a sus tres hijos. Con arma en mano, de todas formas, fue a visitarla y apenas entró en la casa disparó en cuatro oportunidades contra ella, para luego autoeliminarse. La mujer solo sufrió -por fortuna- heridas superficiales.
Se trata de dos episodios que se ajustan a un comportamiento típico de los feminicidas: violencia doméstica, alcohol y celos y que serían una consecuencia directa del pasado de los agresores.
“El mito que maneja el Poder Judicial, y en general la población, es que el feminicida es una persona normal y convencional que se ve envuelta en un crimen pasional porque la mujer o pareja le ha causado problemas”, dice la especialista en salud mental; sin embargo, sostiene que los hombres que cometen feminicidio vivieron una infancia marcada por la violencia familiar, consumen más alcohol que el resto de los hombres, por lo general tienen antecedentes policiales y, sobre todo, tienen una historia larga de violencia contra las mujeres. “Han tenido una relación de mucho conflicto con la mujer a la cual terminan asesinando. No es cualquier hombre”, enfatiza.
La violencia familiar que presencian los niños produce alteraciones a nivel del cerebro que condicionan su conducta en el futuro. Advierte que, como el cerebro del humano está en desarrollo por lo menos hasta los 22 años, el entorno violento en que crece causa cambios en la amígdala cerebral, núcleo del lóbulo límbico que causa que se vuelva muy activa y que crezca más de lo que debería. Esta amígdala modificada va a dar lugar a que en la adultez los estímulos normales se perciban como amenazadores. “Estas personas van temiendo ser atacadas todo el tiempo”, señaló.
Existen otras modificaciones -explica- como la hipertrofia del núcleo accumbens, que tiene que ver con la actividad impulsiva, y causa que las personas actúen de forma impulsiva, es decir, sin pensar en las consecuencias de sus acciones.
La corteza prefrontal, que se supone que frena la impulsividad, no funciona bien en aquellas personas que crecieron sometidas a ambientes familiares violentos, entonces cuando son adultas se vuelven desconfiadas, tienen miedo a ser abandonadas o engañadas y actúan impulsivamente, suelen ser más agresivas. Eso da lugar a que estos hombres presenten mayor riesgo de cometer violencia contra las mujeres e incluso llegar al feminicidio, detalla la Dra. Rondón.
Los hombres con este tipo de conductas cometen los actos de violencia de forma consciente, aunque se admite que al momento del crimen atraviesan por una crisis, padecen mucho dolor o malestar psicológicos, pero no es que actúen como psicóticos, sino que están perfectamente conscientes de lo que hacen, alerta la especialista.
Incluso, algunos tienen tanto malestar psicológico que intentan suicidarse o lo hacen después de consumar feminicidio, como el caso del adolescente que intentó matar a tiros a su pareja.
“Los procesos psicológicos de los celos paranoides o del miedo intolerable a ser abandonados controlan el pensamiento de la persona y mantienen la relación porque gradualmente van convirtiendo a la mujer como un objeto, ya no perciben a la mujer como persona sino como un objeto de su pertenencia que, como no logran controlarlo, necesitan destruirlo”, refiere. Por ello, en los feminicidios hay mucha violencia, hay más heridas de las que se necesitaría para matar a una persona y luego tratan de aniquilar al cadáver, algunos lo disuelven en ácido, lo queman o descuartizan. Son crímenes típicos del compromiso emocional.
El hombre violento siempre se va a arrepentir de lo que ha hecho y a pedir disculpas, incluso de rodillas, dice la psiquiatra y resalta que lo más probable es que no esté mintiendo, de verdad no piensa volverlo a hacer; lo que pasa es que las modificaciones en su cerebro, la gran disfuncionalidad que tienen, les impide cambiar su conducta, a menos que tengan un proceso terapéutico. Entonces, van a volver a golpear o maltratar como cuando el alcohólico vuelve a beber, porque les gana el impulso.
Este patrón de conducta no solo sucede en Perú o Paraguay, sino que se replica en otras partes del mundo y con mayor frecuencia en América, en el sureste asiático, algunos países de Europa y África, siendo menos frecuente en países escandinavos y los que están alrededor del Mediterráneo.
Es más común entre hombres que han presenciado violencia en su casa o cuyos padres eran alcohólicos, pero no quiere decir que si no hay estos antecedentes no puedan cometer violencia contra las mujeres.
En América Latina hay un gran número de crímenes contra la pareja, pero proporcionalmente mueren muchas más mujeres a manos de sus maridos o concubinos, unas siete veces más, que hombres a manos de sus parejas, resalta.
La impunidad envalentona al agresor, advierte; por ello, lo primero que tienen que hacer los gobiernos para combatir la violencia y el feminicidio es imponer leyes claras, con penas elevadas, pero también debe haber un estricto cumplimiento de la legislación. “Que los hombres sepan antes de agredir que les va ir mal y busquen ayuda antes de haber agredido a una persona”, señala.
En su país, Perú, la ley castiga con 35 años el feminicidio, pero hay muy pocos hombres condenados, a causa de la burocracia y de los procesos extremadamente prolongados, lo que deja una sensación social de impunidad que empodera a los agresores.
“La violencia contra las mujeres en América Latina es incoherente con el nivel de desarrollo económico, humano y cultural que estamos alcanzando. Tiene que ver con la manera de ser patriarcal y machista que tenemos y tiene que ser cambiado para que podamos seguir desarrollando como un continente civilizado”, instó.
El camino para cambiar es largo y difícil, pero empieza con modificar la manera en que criamos a nuestros hijos e hijas, reflexiona. Los hombres y mujeres debemos criar niños y niñas que no crean que las mujeres están a su servicio, y eso empieza por cambiar los modelos en la casa, en las escuelas, en la literatura y en los medios de comunicación social.