La solidaridad viene con pan

Olvidados por la sociedad e incluso por los suyos, un sector de la población pide a gritos lo más básico: sustento diario y un poco de cariño. El comedor Divino Niño Jesús, desde hace 10 años y en medio de grandes carencias, se ha encargado de brindarlo.

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A las 11:00 en punto, un rico olor a comida emana de uno de los humildes salones del centro comunitario de Pelopincho, un sector del barrio Ricardo Brugada, más conocido como la Chacarita. Esa “piecita” es, nada más y nada menos, el comedor Divino Niño Jesús, un lugar al que, en materia de infraestructura, le falta muchísimo, pero lo que no le falta es la entereza implacable de tres mujeres valerosas que, en medio de miles de carencias, se las arreglan como sea para tener cada día un plato de comida para cada uno de los 50 abuelitos que acuden a almorzar.

Esta batalla diaria está a cargo de Kelly Agüero, fundadora del comedor, quien hace 10 años empezó este sueño de la mano de unas personas que hoy están en el cielo, cuenta, pero la vida se ha encargado de ponerle en su camino a otras dos mujeres, igual de apasionadas por el trabajo voluntario, que lo dan todo con tal de ver la sonrisa feliz de un anciano al recibir un plato de comida, que quizá sea el único alimento de calidad que ingerirá en todo un día. Estas abnegadas mujeres son Antonia Cabrera y Aurelia Ibarrola.

El comedor Divino Niño Jesús, ubicado a unos pocos metros de la entrada de Pelopincho, es mucho más que un lugar al que varios abuelitos pueden acudir a recibir un sabroso y caliente plato de comida; es una casa llena de historias conmovedoras, de adultos mayores que tan solo quieren algo de cariño luego de haberse esforzado tanto en la vida.

Hasta ese lugar fuimos, a conocer a los encantadores abuelitos. Un breve momento basta para percatarnos de que vale la pena dedicarles oídos y tiempo a la charla con ellos. Cada uno encierra una historia rica de sacrificio y lucha, entrega y valentía para enfrentar la pobreza sin miedo, en algunos casos, durante toda una vida.

Han trabajado tanto a lo largo de sus vidas que hoy ya no le temen a las carencias. Se conforman con el sustento diario, atención médica básica y amor de los suyos.

En medio de su excesiva dedicación, no llegan a ser del todo conscientes de que a su edad ya no deberían estar realizando tareas tan sacrificadas, como la recolección de basuras y el lavado de ropas a mano.

Pero lo hacen, y es común escuchar en sus relatos que no les queda otra... que hay que pagar la luz y el agua... que sus hijos ya no los pueden ayudar porque también tienen numerosos hijos... y así, sin ponerle peros a su realidad, pelean día tras día.

Los beneficiarios del comedor sufren las más diversas carencias, pero todos tienen en común la precariedad y gran necesidad.

Pero eso sí, Kelly y sus compañeras aseguran que, en 10 años, una sola cosa es cierta: jamás se le ha negado un plato de alimento a una persona con más de 60 años.

Cada día ha sido difícil desde los comienzos y ellas se han ingeniado, enfrentando todo tipo de situaciones, para que el pan sea constante y suficiente en el comedor Divino Niño.

Kelly Agüero no para de luchar, pero la lucha no solo está en la cocina, sino en la calle. Un factor clave para los abuelitos es poder acceder a la pensión destinada al adulto mayor. Y, aunque en el barrio Chacarita la necesidad es evidente, increíblemente hay ancianos que no cuentan con este beneficio. En lugar de facilitarles la vida, los trámites son largos y burocráticos; mientras, los años pasan y ellos avanzan en el ocaso de sus vidas sin perder las esperanzas de que un día, muy pronto, tendrán ese escaso dinero para comprar un par de medicamentos.

Ahí es donde entra en escena Kelly, tocando puertas y haciendo lobby donde le permitan, interviniendo por el bienestar de sus amigos. “Kelly la oikova cherehe” es común escuchar de varios de los abuelitos con quienes conversamos.

Y Kelly, a sus 67 años, es la más indicada para entender los padecimientos de un adulto mayor. “Tengan en cuenta que yo también ya soy adulta mayor”, dice la fundadora del comedor.

Si bien algunos pocos abuelitos del comedor cuentan con el salario destinado a las personas de avanzada edad, que constituye una ínfima cifra de G. 550.000 al mes, otros ni siquiera alcanzan esto, y a los que lo cobran apenas les alcanza para unos pocos medicamentos.

Solo basta observar un poco para percatarse de las enormes necesidades que tienen estas personas.

Con 87 años, la señora Juana Báez demuestra una tremenda lucidez y espíritu. La mujer, quien quedó privada del sentido de la vista a consecuencia de la hipertensión, nos cuenta su experiencia como una de las víctimas del cruel sistema burocrático que funciona como barrera para las personas que buscan desesperadamente un poco de dinero para poder pasar dignamente sus últimos días.

Juana relata que vive desde sus 8 años en Pelopincho y que necesita del salario debido a que está prácticamente sola. Si bien señala que tiene un hijo que la cuida y que algunos vecinos también colaboran, el dinero de la pensión es sumamente necesario para poder tener una calidad de vida digna de su edad y condición.

Un caso diferente es el de don Benito Pereira, quien a sus 72 años se encuentra cobrando el salario correspondiente a su edad. Don Benito manifiesta que se siente tranquilo con esa pequeña cantidad de dinero que cobra, a pesar de todo.

Pereira cuenta que viene cobrando su pensión desde hace casi 10 años y que tuvo la suerte de que los trámites fueron muy cortos y rápidos en su caso. Con ese dinero, don Benito cuenta que paga la luz de su casa y que la señora Kelly fue la que ayudó con todo para agilizar la burocracia, para no hacerlo esperar eternamente por la liberación de su beneficio.

“Estaba con problemas respiratorios, pero ahora estoy un poquito más recuperado”, comenta don Benito. “Tengo una hija, pero ella también tiene tres niños pequeños y la situación está difícil”, lamentó.

Lorenza Sánchez tiene 75 años y es protagonista de una de las historias más conmovedoras del comedor. A su avanzada edad continúa trabajando, juntando basura para poder mantenerse, ya que su hija también es madre de varios niños.

La parte más indignante de su relato es el hecho de que en el pasado contaba con el salario correspondiente a su situación; sin embargo, terminaron sacándoselo sin mayores explicaciones. “Hace como tres meses me sacaron; ahora junto botellitas, hago lo que sea. Estaba feliz con mi sueldo”, dijo entre lágrimas.

Sánchez comentó además que pide a Dios todos los días por una casita para ella.

La señora Eusebia Teófila Valiente, con sus 70 años, en la actualidad debe lavar dos docenas de ropas al día con el objetivo de sobrevivir, aunque es realista con respecto a que no lo podrá seguir haciendo por mucho tiempo teniendo en cuenta su salud.

“¿Qué voy a hacer? Tengo que pagar por la luz, por el agua y debo juntar únicamente para eso. No quiero deber”, dijo ña Eusebia, quien agregó que con el clima actual es mucho más difícil que se sequen las ropas, por lo que su trabajo encuentra una dificultad.

Un capítulo aparte es el de María Porfiria Capos, de 65 años. Apodada cariñosamente “La galopera de la Chacarita”, debido a que nos comentó que desde muy chica siempre fue una gran apasionada de la danza y que integra un grupo de bailarinas en la actualidad, a pesar de su avanzada edad.

Ña Porfiria comenta que en estos momentos se encuentra temporalmente sin poder practicar su pasión, la danza, debido a que sufre de asma desde hace tres años y que hace dos almuerza con ña Kelly.

La “galopera” manifestó que vive con su marido pescador, de 64 años, quien también se encuentra imposibilitado para trabajar, ya que padece de diabetes emocional. Esta situación hace que deba acudir hasta el comedor para llevar los alimentos a la casa para ambos.

Ante la necesidad, Ocampos dijo que suele recurrir al reciclaje en algunas ocasiones para poder sobrevivir. No obstante, no pierde la sonrisa.

Ña Porfiria se entusiasma al rememorar sus actuaciones con las “Galoperas de la Chacarita”, en lugares como el club 3 de Febrero y Punta Karapá. Asegura que la pasa muy bien en el comedor de ña Kelly y que es una “malcriada” del barrio.

La industria Comepar es la responsable de hacer llegar los alimentos al comedor los días entre semana, mientras que el Ministerio de Salud aporta víveres cada dos semanas. No obstante, la señora Kelly Agüero manifiesta que todo esto es insuficiente para cubrir la necesidad y que muchas veces se ven obligados a aportar de su propio bolsillo para completar lo necesario.

En medio de la precariedad y ventanas rotas, los abuelitos muchas veces no pueden evitar sentir frío, sobre todo en esta época del año. Sin embargo, a pesar de las necesidades, ña Kelly asegura que nunca existió un día en el cual haya faltado comida, aunque sea un simple guiso o un arroz quesú.

Agüero dijo que su mayor deseo es un local propio en el barrio para el comedor Divino Niño Jesús, ya que en la actualidad están ocupando un predio municipal, y pone su esperanza en que entidades como Itaipú o Yacyretá se interesen y los ayuden. Kelly no descarta incluso llegar al Congreso para pedir ayuda. “Soy caradura”, bromea.

"¡Claro que sí!", es la respuesta de Kelly. Otro gran anhelo con el que sueñan es poder contar no solo con almuerzos, sino también con desayunos y meriendas.

Ña Kelly Agüero asegura que seguirá con esta labor hasta que Dios diga basta. “Aunque siempre me estoy quejando de que estoy cansada, ya que es una mochila pesada la que llevo, quisiera dejarles esto a los más jóvenes, para que ellos puedan dirigir el comedor y sacarlo adelante”, finalizó.

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