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No Próximamente es una entrega semanal dedicada a destacar y reseñar películas recientes que, según mis estimaciones, difícilmente lleguen a cines de Paraguay (aunque esas estimaciones han sido equivocadas en dos ocasiones hasta ahora).
Ver películas como Turbo Kid es una de esas cosas que me hacen lamentar tan profundamente que el paraguayo sea un mercado tan pequeño para el cine, en el que solo reciben destaque importante los filmes de Hollywood – que son una parte importantísima del mundo cinematográfico, pero no su alfa y omega –, y que los cinéfilos deseosos de ver algo más tengamos pocas posibilidades de hacerlo en una pantalla grande salvo por el ocasional festival internacional de cine, e incluso en la pantalla chica tengamos que limitarnos a rezar por que la Providencia – también conocida como Netflix – se apiade de nosotros, comprar las películas en DVD/Blu-ray o recurrir a cosas menos legales.
Nos estamos perdiendo mucho cine como el que propone Turbo Kid, lleno de inventivas formas de contar y presentar historias. Y eso teniendo en cuenta que en sus componentes básicos, Turbo Kid no es especialmente original.
El filme trascurre en el aterrador futuro... del año 1997. Pero no es el mismo 1997 que nosotros vivimos, sino uno en alguna línea de tiempo alternativa en la que la civilización se destruyó a sí misma en un holocausto nuclear. Aquellos que no perecieron en la catástrofe atómica se quedaron con un mundo constantemente bañado por lluvias ácidas, en que la ley del más fuerte – o el más listo – ha vuelto a la vigencia y uno puede saber en qué zonas no debería entrar gracias a informativas cabezas decapitadas colocadas en picas.
Por este mundo se mueve un joven superviviente (Munro Chambers) que recorre las ruinas buscando cosas útiles que llevar a su refugio y luego hacer trueques por agua contaminada y alimentos. Este joven, obsesionado por las aventuras de un personaje de cómic, se encuentra en uno de sus viajes con una excesivamente alegre e impresionable mujer que se hace llamar Apple (Laurence Leboeuf), y este encuentro desencadena una serie de acontecimientos que acaban poniéndolo en las miras de un maniático caudillo llamado Zeus (Michael Ironside) y su ejército de psicópatas.
Lo más llamativo a primera vista del filme del trío directorial compuesto por François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell es su abierta estética ochentosa, con un mundo en ruinas que parece engendrado de un matrimonio entre las primeras Mad Max de George Miller (Beyond Thunderdome, en especial) y el Escape de Nueva York de John Carpenter, con amplias dosis de música sintetizada de fondo para que el efecto sea completo e incluso un personaje que bien podría ser el arquetípico tipo duro y heroicamente estoico que uno vería en el papel protagónico de algún clásico de cine B de los ‘80. Ahora, apelar a la nostalgia ochentosa es un recurso muy utilizado en la actualidad, tanto que estamos llegando a un punto en que simplemente emular la estética y el tono de películas de la época ya no es suficiente.
Afortunadamente, bajo el capó de efectos especiales deliberadamente falsos y desmembramientos exagerados – de los cuales hay muchos y los cuales se vuelven cada vez más elaborados y ridículos, culminando en una de las batallas finales fílmicas más memorables de los últimos tiempos – hay una historia con corazón.
La película comienza intencionalmente vaga en sus detalles, y luego revelando los pasados de sus protagonistas y cómo se relacionan entre sí. El centro del filme es la relación entre el anónimo protagonista y Apple, cuya personalidad exuberante puede resultar un poco irritante e incluso puede ser confundida con un pobre trabajo actoral de parte de Laurence Lebeouf, pero en realidad cobra sentido mientras la historia se desarrolla y se hace cada vez más entrañable. Eventualmente el filme ata los pasados y presentes de sus protagonistas – particularmente los del chico y Zeus – de una forma que resultaría ridícula en un filme que se tomara más en serio, pero que en Turbo Kid encaja perfectamente con el espíritu de sencillez bañada en sangre que la película propone. Realmente se siente como un dibujo animado de finales de los ’80 o principios de los ’90 en el que todos los filtros de violencia de sus creadores han desaparecido, y lo digo como un halago.
Además, como la reciente Mad Max: Furia en el Camino – coincidentemente muchos críticos han calificado a Turbo Kid como Mad Max en bicicletas – la película hace un sorprendentemente efectivo trabajo al crear todo un amplio mundo a través de la sugestión, haciéndonos sentirlo y entenderlo a pesar de solo mostrarnos un pequeño rincón del mismo.
Más allá de Lebeouf, que es de lo más memorable que el filme tiene en actuación, la película ostenta a un Michael Ironside que claramente se está divirtiendo al interpretar a un malo tan malo como Zeus. El problema de esto – y realmente, pensándolo bien, es el único defecto relevante que puedo encontrarle a la película – es que Munro Chambers, que hace un sólido y mucho más discreto trabajo como el chico, no tiene momentos tan memorables como los que Apple, Zeus y el demente con máscara de calavera y arma lanzadora de sierras circulares que es la mano derecha de este último se anotan con frecuencia. Alguien tiene que ser la persona cuerda para brindar contraste, supongo.
Turbo Kid, con su rara mezcla de sensibilidades infantiles y violencia ridículamente extrema, no es para todo público, pero si uno sabe apreciar las virtudes del cine B – por instantes tirando a cine Z –, quizá debería echarle un vistazo.
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TURBO KID
Dirigida por François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell
Escrita por François Simard, Anouk Whissell y Yoann-Karl Whissell
Producida por Benoit Beaulieu, Anne-Marie Gélinas, Tim Riley y Ant Timpson
Edición por Luke Haigh
Dirección de fotografía por Jean-Philippe Bernier
Banda sonora compuesta por Jean-Philippe Bernier, Jean-Nicholas Leupi y Le Matos
Elenco: Munro Chambers, Laurence Leboeuf, Michael Ironside, Aaron Jeffery, Edwin Wright, Romano Orzari, Anouk Whissell y François Simard