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Lo característico de acontecimientos como la Segunda Guerra Mundial es que fue precisamente lo que indica su denominación: mundial. Una catástrofe tan inmensa, tan definitoria de lo que sería el futuro del planeta, que aún seguimos usándola de inspiración para historias de ficción, y probablemente seguiremos por mucho tiempo más, mientras esa fascinación por uno de los momentos más oscuros de la Historia permanezca vigente.
Mientras tanto, seguimos viendo películas, series de televisión, videojuegos e infinidad de documentales que nos muestran, de forma realista o ficticia, la gran lucha que hizo sangrar a todo el mundo.
Y es que prácticamente cada nación del globo estuvo involucrada, de forma directa o indirecta, en el conflicto, y Paraguay no fue la excepción, aunque la participación más prominente de nuestro país en los asuntos de la guerra se dieron cuando las hostilidades en el campo de batalla ya habían terminado.
El problema con cosas tan masivas como la Segunda Guerra Mundial es que tienden a generar mitos. ¿Quién no oyó las versionas jamás confirmadas de que Adolf Hitler, el líder de la Alemania nazi, no se suicidó en su búnker de Berlín como cuenta la historia oficial? ¿Y esas versiones que aseguran que escapó de Europa y se refugió en Sudamérica?
Y aunque lo de Hitler pueda ser más mito que realidad, una vida de refugio en Sudamérica en la posguerra sí fue el destino de numerosos altos jerarcas del Tercer Reich en los años y décadas posteriores a la rendición de Alemania en 1945. Varios altos mandos nazis escaparon a países como Argentina, Brasil, Bolivia y, por supuesto, Paraguay.
No pocos libros o materiales de ficción como películas han tomado como tema la presencia de nazis en Sudamérica. Desde filmes latinoamericanos hasta superproducciones de Hollywood como la más reciente "X-Men", en la que el personaje de Magneto (interpretado por Michael Fassbender) encuentra a un par de nazis en Argentina.
El ejemplo más reciente que tenemos es la película que este viernes se estrena en Paraguay, el primer cortometraje como director del aclamado actor paraguayo Arnaldo André, “Lectura según Justino”.
Como es insinuado en el tráiler de la película, y abiertamente revelado en los pósters de la misma, uno de sus personajes principales, el alemán Joschka (interpretado por el actor argentino Mike Amigorena) fue en su pasado un oficial nazi, y en la década de 1950 (la película transcurre en 1955), pasó a refugiarse en Paraguay, en San Bernardino.
Joschka puede ser un personaje ficticio, pero claramente está inspirado en la certeza de que en Paraguay tuvimos a varios nazis de alto perfil, e inclusive uno de los más notorios criminales de guerra de la maquinaria de Hitler, quien incluso logró conseguir la ciudadanía paraguaya.
Pocos nombres inspiran tantos recuerdos de dolor y muerte como el de Joseph Mengele, un notorio antropólogo nacido en Munich que pasaría a ser conocido con el sombrío apodo de Ángel de la Muerte por sus actividades durante la guerra.
Nacido en 1911, Mengele se unió al Partido Nazi en 1937, pocos años después de haberse graduado como antropólogo y haber servido como asistente al afamado geneticista alemán Otmar Freiherr von Verschuer. Un año después, ya recibido como médico, se sumó a las filas de la SS, la temida organización paramilitar de Hitler.
Mengele tuvo ocasión de combatir en las operaciones nazis contra la Unión Soviética, siendo condecorado varias veces antes de resultar herido en combate y ser declarado no apto para pelear. Fue entonces que, tras ser promovido a capitán de las SS, fue transferido al campo de concentración de Auschwitz, uno de los más tristemente famosos de los muchos campos de exterminación de los nazis.
Habitualmente lo primero que veían los prisioneros –en su gran mayoría judíos- que llegaban a Auschwitz era a Mengele, vestido con bata blanca, indicando a sus soldados cuáles de los recién llegados debían ser llevados para trabajos forzados y cuáles iban a ser inmediatamente ejecutados en las cámaras de gas, destino de todos los que no fueran aptos para el trabajo en el campo, incluyendo, según testimonios, a cualquier niño que no llegara a un metro y 50 centímetros de estatura.
Con autoridad indiscutida en Auschwitz, Mengele se dedicó a continuar sus estudios sobre genética hereditaria –que había iniciado bajo von Verschuer- y llevar a cabo experimentos en los prisioneros. Estos experimentos incluyeron amputaciones arbitrarias de miembros, extracciones de órganos sin ningún tipo de anestesia, o intentos de cambiar el color de las iris de los sujetos –en su mayoría niños en estos casos- inyectándoles químicos directamente en los ojos.
Mengele tenía una fascinación especial por las personas con algún tipo de malformación o anormalidad, y por los gemelos, en los que llegó a experimentar uniendo sus cuerpos; este experimento, como la gran mayoría de los que el médico realizaba, acabaron con la muerte de sus sujetos; esta solía deberse al mismo procedimiento o a infecciones posteriores.
Sobrevivientes afirman que solía mostrarse afable e inclusive bondadoso con los niños con los que experimentaba, ofreciéndoles dulces y mejores alimentos que los que recibía la población general del campo, pero que inmediatamente era capaz de matarlos él mismo, con inyecciones o simplemente disparándoles.
Mengele estuvo en Auschwitz durante unos 21 meses, hasta que a finales de enero de 1945, con la guerra ya en sus etapas finales y con los Aliados en sostenido avance hacia el corazón de Alemania, fue transferido a otro campo de concentración, que debió abandonar a las pocas semanas ante la inminente llegada de las tropas soviéticas. Poco después se sumó a una unidad de combate que acabó siendo capturada por las fuerzas estadounidenses.
Con un nombre falso, fue liberado en junio, y trabajó hasta 1949 en una granja en Bavaria, hasta que finalmente logró exiliarse a Sudamérica. Su primera parada fue Argentina, donde congenió con otros nazis de alto rango como Hans-Ulrich Rudel, el piloto de aviones más condecorado de la Alemania nazi; y Adolf Eichmann, uno de los autores morales de los campos de concentración y el encargado de organizar las deportaciones en masa de judiós a los campos.
Se quedó en Argentina, ejerciendo la medicina, hasta 1962, cuando, temiendo ser capturado luego de que agentes de la Mossad, el servicio secreto de Israel, hubieran atrapado en Buenos Aires a Eichmann. Fue entonces que Mengele decidió dirigirse a Paraguay. Fuentes israelíes luego afirmarían que Mengele efectivamente fue encontrado por los agentes, pero los mismos no podían capturarlo a él al mismo tiempo que a Eichmann sin arriesgar la misión.
Mengele, esperando que Paraguay sea más seguro para él dado que el presidente del país, Alfredo Stroessner, era de descendencia alemana, se radicó en la colonia alemana de Hohenau, en el departamento de Itapúa, habiendo previamente conseguido la nacionalidad paraguaya bajo el nombre de José Mengele.
Nunca se confirmó si Stroessner fue activamente responsable de asistir a Mengele, y el ímpetu de la cacería israelí a criminales de guerra nazis se vio algo mermada cuando explotó la Guerra de los Seis Días (1967), lo que obligó a interrumpir las operaciones de búsqueda; luego del conflicto que enfrentó a Israel con Egipto, Jordania y Siria, la nación judía abrió finalmente una Embajada en Asunción, pero aparentemente nunca recibió instrucción alguna sobre Mengele.
Un viejo amigo de Mengele con quien este se había encontrado en Paraguay en 1960, afirmaría luego que el Ángel de la Muerte le había asegurado que “jamás he matado o herido personalmente a nadie”. Años después incluso afirmaría que el pueblo judío le debía una estatua por las vidas que había salvado en el campo como médico.
En 1972 Mengele se mudó a Brasil, radicándose en una granja en Nova Europa, cerca de Sao Paulo. Allí viviría el resto de sus días, hasta su muerte en 1979, a causa de un ahogamiento accidental.
Como Mengele, Roschmann también tenía su apodo: el Carnicero de Riga. Esto, por supuesto, hace referencia a su tiempo como comandante del gueto de Riga, Letonia, una zona de la ciudad en la que fueron confinados todos los judíos de la cercanía; cercada y vigilada por soldados fuertemente armados, era principalmente una prisión.
Roschmann llegó a Riga en 1941, y fue nombrado comandante del gueto en 1943. Bajo su mando se predominaron las ejecuciones individuales de prisioneros, en contraste con las habituales eliminaciones en masa. Sin embargo, eso no significa que su período al mando haya estado exento de tales eventos; varios cientos de prisioneros fueron muertos cuando se llevó a cabo un cateo general del gueto bajo sospechas de que los judíos contaban con armas escondidas.
Más tarde ese año fue puesto al mando de un equipo con la tarea de eliminar sistemáticamente las evidencias de los crímenes de guerra allí ocurridos, incluso exhumando los cuerpos de decenas de miles de prisioneros e incinerándolos. El trabajo físico era realizado por prisioneros; cada grupo de trabajadores era asesinado a las dos semanas, siendo reemplazado por otro.
Muchos sobrevivientes de Riga describieron a Roschmann como un sádico psicópata, aunque otros aseguran que no era ni de lejos tan monstruoso como se lo pinta.
En 1945 fue capturado por fuerzas aliadas, aunque logró su liberación pasando por un prisionero de guerra normal, aunque fue reconocido y capturado por tropas británicas en 1948. Logran huir de sus custodios, se trasladó hasta Italia, desde donde se embarcó hacia Argentina, radicándose allí bajo el nombre falso de Federico Wegener.
En repetidas ocasiones el Gobierno alemán pidió la extradición de Roschmann. Uno de estos pedidos se hizo público, y Roschmann huyó a Paraguay.
En 1977, ABC Color reportó la muerte en un hospital de Asunción de una persona identificada como Federico Wagener, a causa de un ataque cardiaco. Los documentos con el nombre llevaban ese nombre un alias por entonces ya conocido de Roschmann; al cuerpo le faltaban dos dedos de uno de los pies y tres del otro, presumiblemente por heridas de guerra. El cadáver fue identificado por Emilio Wolf, un dueño de un negocio de Asunción que dijo haber sido prisionero bajo Roschmann.
El afamado cazador de nazis Simon Wiesenthal, afirmó en aquél entonces que dudaba que el cuerpo haya sido de Reichmann, afirmando que solo un mes antes de su supuesta muerte, el carnicero había sido visto en Bolivia.