Herederos del olvido

Descalzos, con la vestimenta carcomida por el tiempo, siempre en la esquina de los semáforos pidiendo monedas para poder comer. Así los vemos día a día en las calles. Antes fueron los herederos de la tierra, hoy solo heredan recuerdos del ayer.

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En varios libros son calificados como nuestros hermanos indígenas, y si es así, podríamos afirmar -con absoluta certeza- que son una parte de la familia paraguaya bastante marginada desde décadas.

Lo cierto y lo concreto es que en la actualidad cientos y cientos de nativos migraron a las ciudades por diversas razones, y hoy ven su vida pasar debajo de carpas de hule, inmersos en la prostitución y drogadicción, con un futuro incierto.

Según datos obtenidos, en el país existen unos 110.000 indígenas que están distribuidos en todo el país, y conforman las cinco familias lingüísticas, divididas en 19 comunidades.

Las cinco familias las componen el guaraní, mataco-mataguayo, zamuco, lengua-maskoy, guaicurú, todas ellas viviendo el día a día de la manera más precaria.

De los 110.000 nativos, poco más 90 por ciento se encuentran en el interior del país, sin fácil acceso a sus comunidades, las cuales casi en su totalidad carecen con servicios básicos de agua, electricidad y servicios sanitarios.

La situación en el campo se hace cada vez más difícil con la expansión del cultivo mecanizado de soja y otros, como también de la compra de grandes extensiones de tierra para la ganadería.

Para el presidente de la Asociación Indigenista del Paraguay (AIP), Ricardo Moreno, la situación de los hermanos indígenas se volvió un “pozo sin fondo”.

“No hay ninguna política de Estado que ayude a solucionar este problema. Nosotros estamos ante un pozo sin fondo actualmente, porque ya no se puede saber por dónde comenzar a solucionar estos problemas, porque son los más pobres entre los pobres”, aseguró el directivo de la ONG.

Coincidió en que los grandes cultivos en el interior del país se convirtieron en la principal cauda de pobreza de los nativos.

“Las tierras ancestrales están desapareciendo. Ya no hay más una alimentación recolectora como era antes, donde las indígenas se alimentaban de la caza y las frutas silvestres, eso ya no existe más”, lamentó.

Con la destrucción de sus tierras ancestrales, los nativos fijan su mirada a las zonas urbanas, esperanzados de aliviar la penuria en que viven.

Así nacen las pequeñas viviendas al costado de las calles, aparecen los primeros niños descalzos pidiendo unas monedas para comprar algo para comer, o que es peor, para drogarse e intentar huir de la realidad que afrontan.

En esas condiciones se encuentran más de 6.500 indígenas, especialmente niños y niñas, distribuidos en las zonas céntricas de Asunción, Lambaré, Luque, Caaguazú, Ciudad del Este, Limpio, y otros, según datos de la AIP.

“Ellos no tienen ningún interés en volver a sus tierras ancestrales porque allá viven de manera más miserable que acá. En las zonas urbanas por lo menos reciben dinero de la gente”, explicó Moreno.

Insistió que la solución se encuentra en un trabajo conjunto entre el sector público y privado con políticas de Estado serias a favor de los nativos.

Desde el Instituto Paraguayo del Indígena (Indi) reconocen que el ente no está a la altura de la compleja situación. La misma carece de fondos, de personal suficiente y de asesoría jurídica capaz de sobrellevar de manera rápida y eficaz los trámites para la obtención de tierras para los hermanos indígenas.

El presidente del Indi, Rodolfo Aseretto, manifestó que su objetivo frente a la institución es luchar por la regularización de las tierras para los nativos, al igual que el combate a la drogadicción y prostitución de los menores en zonas urbanas.

Mientras tanto, los indígenas seguirán mirando a su alrededor lo poco que tienen, pensando en cómo superar el mañana.

Los más chicos seguirán descalzos por las calles, con la vestimenta carcomida por el tiempo y pidiendo monedas, mientras que las niñas darán el salto prematuro a mujer.

Con todo esto, el reclamo debe ser uno solo: la necesidad de políticas de Estado hacia nuestros hermanos.

Ver niños indígenas por las calles nunca debe ser algo normal ante nuestros ojos. Urge una acción conjunta a favor de quienes eran herederos de la tierra, y hoy son herederos de nuestro olvido.

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