Las leyendas del Correo

Muchos los creen extintos, pero los tradicionales carteros siguen existiendo. Reunimos a tres de los más antiguos del Correo Paraguayo, quienes nos contaron anécdotas del pasado y del presente, acerca de esta institución que sobrevive a la era 2.0.

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La vorágine de las redes sociales, las aplicaciones y la mensajería instantánea hacen que todo en la actualidad sea inmediato... en tiempo real. En medio de esa velocidad, quizá sea oportuno detenerse por breves minutos a preguntarnos: ¿Cómo era la comunicación cuando no teníamos la posibilidad de hacer una videollamada, o de enviar un audio de Whatsapp a cualquier parte del mundo?

Ese era el momento en que uno podía esperar pacientemente la carta de un ser amado, por 15 días o más, con la esperanza de recibir una buena nueva. Y también, como parte inevitable de la vida, también era el que traía aquellas informaciones que nos hacían derramar lágrimas.

Buscamos a los protagonistas, a aquellos hombres que hacían - y hacen - posible, que ese sobre tan importante llegue a sus manos.

Tienen entre 60 y 70 años, y son los funcionarios más antiguos del Correo Paraguayo. Los que realmente transportaron esas cartas que se escribían de puño y letra, esos ríos de tinta de los que brotaban emociones, pasiones, y amores.

Muchos creen que ya no existen, pero dentro de las oficinas del Correo, son los más respetados, los pioneros, las leyendas vivientes de la correspondencia tradicional.

Hasta ellos fuimos. Con muchas ganas de recordar, nos recibieron Stanislao Vera (65), más conocido como don Taní, quien empezó comentando que hace apenas pocos meses dejó de repartir correo en las calles, y que ahora su función es clasificar envíos bancarios. “Es un trabajo más livianito, pero me gustaba mucho repartir. Porque en ese relacionamiento uno demuestra la ética, la calidad humana, el servicio”, expresa don Taní.

Una vez iniciada la entrevista, van llegando dos de sus compañeros, apenas un poco más jóvenes que él pero aún trabajando como carteros activos en la calle. De hecho, deben interrumpir su rutina de reparto para llegar a la nota.

Rubén Fernández (61) y Arsenio Pereira (62) cuentan que en la actualidad la correspondencia personal ya no es frecuente, aunque eso no significa que no existan. De 600.000 envíos mensuales que pasan por el Correo Paraguayo, unos 25.000 aún corresponden a cartas de persona a persona. La gran mayoría de los envíos hoy giran en torno al envío de facturas y de correspondencia empresarial.

Para entregar su correspondencia, Rubén y Arsenio, así como otros carteros de la oficina de Correos, se trasladan diariamente a pie. Lo más normal del mundo es hacer un promedio de 50 manzanas, y esto no representa ningún cansancio extremo más allá de la edad que tienen, pues la costumbre se hizo hábito.

Arsenio cuenta que las cartas que se escriben a mano no desaparecieron, sobre todo las que vienen del extranjero.

Una de las cuestiones positivas que destacan de su trabajo es el nivel de confianza que le demuestran sus clientes. “Llevo cinco años trabajando en una zona, y mi clientes que ya me conocen confían en mí, ya me ubican y están pendientes de su correspondencia. Saben que yo no les voy a fallar y voy a hacerles llegar su correspondencia de manera responsable”.

“El usuario se casa con el cartero, es parte de su familia. Le brinda toda su confianza. El cliente dice: “Me va a llegar, ‘mi cartero me va a traer’”, expresa el director de Operaciones del Correo Paraguayo, Ismael Morínigo.

¿Qué es lo más difícil de ser cartero? Fue la consulta ante la cual sonrieron y recordaron variadas anécdotas. Desde la cantidad de veces que a don Taní le mordieron perros intentando entregar sus cartas, hasta las veces que Rubén y Arsenio tuvieron que aguantar el mal genio de un cliente, porque les llevaron un requerimiento judicial y, con los nervios del usuario encima, les pedían que es firmara el recibido, para terminar de agotar la paciencia de la persona, que terminaba maltratándolos.

“Hay gente que amanece mal. Y como nosotros somos el nexo, recibimos el ramalazo”, dice Rubén.

En cuanto a lo positivo del trabajo, tienen muchos factores que citar, pero hay uno en el que coinciden los tres: el relacionamiento con los clientes.

“A mí me gusta este trabajo porque me relaciono con la gente.

Por ejemplo, a fin de año me regalan cosas, me demuestran su gratitud, y eso es lindo”, cuenta Rubén.

Para don Taní, la cuestión no es simplemente “entregar una carta”. Implica toda una cualidad humana de vocación y servicio.

Stanislao sabe que el Correo tiene intenciones de iniciar su proceso de jubilación dentro de poco, pero él confiesa que no tiene ganas de retirarse del oficio. “Me quieren enviar ya, no sé qué dice el director (risas)”.

Taní empezó como auxiliar del Correo Paraguayo en 1968. “Anteriormente para ejercer el servicio militar, teníamos que anotarnos en alguna institución, por eso vine”, recuerda.

Su nombramiento salió recién en 1972, y a partir de ahí salió a repartir a la calle. “Recuerdo que yo recorría todo el barrio Tembetary, que en esa época era desde Bartolomé de las Casas hasta San Martín, entre las calles Fernando de la Mora y Eusebio Ayala. El recorrido lo hacía a pie”, nos cuenta el experto cartero.

Una costumbre muy curiosa que Taní adquirió durante sus primeros años como cartero, fue llegar siempre antes de las 06:00, aunque la entrada era a las 07:00. “Parecía que a esa hora yo me sentía más responsable para hacer mi trabajo. Me ponía como meta entregar todas las cartas en una sola jornada, aunque sean muchas”.

Con los años de trabajo, fue haciendose conocido e indispensable para los vecinos de la zona en la que trabajaba. “Ni bien me veían, ya me pedían sus cartas. Le entregás y ahí ya ves la cara de tristeza o de alegría”, relata entre risas.

Si bien ellos son los más antiguos y reconocidos, el director de Operaciones cuenta que también vienen incorporando periódicamente a funcionarios jóvenes, que se dedican al antiguo y noble oficio de transportar cartas. “ En algún momento necesitaremos renovar nuestro equipo. “Tenemos muchos casos de compañeros que se han jubilado y tienen intenciones de volver, porque tienen las fuerzas y las ganas. Pero por sobre todas las cosas el amor a la profesión. Este oficio es realmenre muy noble porque son personas que están transportando sentimientos, regalos, para eso se debe tener el don de servicio”, expresa el directivo.

Todos los entrevistados coincidieron en que duranta la carrera, perciben un salario acorde a su trabajo, pero lo que les preocupa mucho es el futuro cercano de la jubilación. “Yo quiero una jubilación digna. Lastimosamente los compañeros que salieron no cobran lo que deberían, salen con una suma insuficiente. Es un inconveniente que atravesamos”, lamentó Rubén Fernández.

Ante el reclamo, el director Ismael Morínigo explica que resulta difícil compensar el factor de los años de servicio (40 años) con la edad regamentaria para la jubilación, (65 años). “Es por eso que muchos se retiran con un salario menor al que deberían”, dice el funcionario, aclarando que el aspecto presupuestario no depende directamente de la oficina del Correo, sino del presupuesto que proviene del Ministerio de Hacienda.

Y así, en un mundo dominado por la velocidad de la información, estos legendarios transportadores de sentimientos, regalos y respuestas, siguen deleitándose en el detenimiento de llevar las letras de un lugar a otro.

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