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Él ímpetu del lanzamiento, el hilo que le da fuerza y luego los giros consecutivos, integran la mágica técnica de mantener en pie una figura cónica de madera con un clavo en la punta, que en nuestro país es conocido como trompo.
Fascinado por el entusiasmo expresado por una generación que poco y nada conocía de esta mística, don Francisco González emprendió una iniciativa de volver a instalarlo, literalmente, con sus propias manos.
Este artesano es conocido en el ámbito mediático como “el señor de los trompos”, o el que hace que “el trompo siga vigente”, gracias a su capacidad de fabricar estos juguetes de madera y darles características fuera de las convencionales.
Lleva 13 años emprendiendo este proyecto, como él lo llama, porque –afirma– lo hace por pasión y en paralelo a su trabajo fijo. Sin embargo, confiesa que todo tiene una base económica, por lo que debió vender sus trabajos para invertir en maquinarias de mayor porte y mejorar sus obras.
En ese lapso de tiempo hasta la fecha, produjo unos 16.000 trompos con diversos motivos, algunos multicolores, otros con rostros –a los que llama los varios–; también elaboró trompos con hormiguitas y juguetes en forma de ojos salientes y extraterrestres. Si bien, asegura que son más resistentes para el juego con puntas mejoradas y acero inoxidable, también fabrica algunos más grandes para ornamentos.
La principal ventana a sus juguetes creativos es su página de Facebook Don Trompo, que ya tiene cerca de 4.000 seguidores. Esta denominación adoptó González luego de que unos niños llegaran a su casa queriendo saber de él sin conocer su nombre, entonces preguntaron: “¿está Don Trompo?”.
Con la meta siempre de difundir este juego tradicional, se le ocurrió hacer el desafío de dejar trompos en algunos lugares como un tesoro, que la gente debe buscar, al viejo estilo de la búsqueda del tesoro.
“Tengo ya una comunidad que siempre está pendiente de estas actividades. La gente se prende a este tipo de cosas. Hubo una vez que unos chicos se pusieron en grupos a buscar el trompo en plena noche con linterna en mano. Ese tipo de cosas son las que me emocionan”, expresa con entusiasmo.
Cuenta que en base a prueba y error fue perfeccionando su técnica y acortando los tiempos para la fabricación de cada uno. “Cuando empecé llevaba media hora en hacer la forma, ahora en siete minutos ya termino uno natural, pero pintar sí lleva mucho tiempo. Algunos tienen hasta un día de proceso porque son varias capas de pintura y barniz para que quede bien. Y ese de las hormiguitas por ejemplo yo dibujé todas una a una”, añade.
Las redes sociales elevaron la venta de sus productos gracias a su fácil difusión. Esto hizo que debido a los muchos pedidos y su otro trabajo, no pueda dedicarle tanto tiempo a su taller, como quisiera, puesto que él es el obrero, patrón, publicista y vendedor, dice mientras ríe.
Lamenta haber tenido que rechazar ya varios pedidos pero alega que prefiere evitar que sus obras disminuyan su calidad. “Acepto también pedidos, pero deben ser con mucho tiempo de anticipación para que yo pueda tener tiempo de terminarlos”, asevera.
Además, aclara que el inconveniente de cara a encontrar una persona que colabore con él en su taller se debe a que, quien colabore con él debe tener una extrema paciencia y dedicación para llevar a cabo cada obra para que quede bien hasta el último detalle. “Algunos trabajan por el dinero y un poco más, pero es difícil encontrar esa gran pasión para que el trabajo sea excelente”, testimonia.
Esta es, sin duda, una pregunta importante a la hora de hablar de un producto artesanal. Don trompo cuenta que en un principio los de madera natural costaban entre G. 15.000 a G. 20.000, ahora hay trompos al natural desde de G. 20.000 a G. 25.000, mientras que uno pintado se vende desde G. 25.000 hasta G. 150.000.
En relación a este último precio, explica que son principalmente los ornamentales, que son hasta seis veces más grandes del tamaño normal, que cuentan con una base para apoyar el juguete y para su elaboración se utiliza una gran cantidad de barniz. Añade que todo depende del trabajo que le lleve concluirlo y de las características del juguete.
En ese contexto, declara que quienes más adquieren estos objetos son las mujeres y los eternos nostálgicos.
Este artesano empírico comparte con sonado entusiasmo que incluso tiene un fiel comprador desde el inicio de su labor, quien ya cuenta con una colección de aproximadamente cuarenta piezas al natural.
“Le hice incluso un lugar en la sala sobre la chimenea, que tiene unas luces que ilumina su colección de trompos, siempre está a la expectativa de que haga algo nuevo o use una nueva madera e inmediatamente viene a adquirir ese trompo”, refiere. Acota que todos los que este coleccionista compró son de diferentes maderas nativas.
En ese marco, aclara que solo usa restos de madera puesto no utiliza longitudes largas, sino más bien cortas. “El diámetro lo que suele ser un poco grande, pero son cortas las maderas. Solemos comprar de depósitos de madera o productos de podas que la gente me obsequia a veces”, admite.
La principal historia de cómo empezó es la que nunca se cansa de contar y repite en resumidas palabras que todo se debió a las ganas de transmitir el conocimiento y el entusiasmo a su hijo, Ulises González.
En aquel entonces con las herramientas que tenía, porque llevaba a cabo diversos trabajos de plomería y electricidad, elaboró un trompo exclusivo para su hijo y como estaba con sus amigos, les enseñó a todos los niños la táctica para utilizar el juguete.
Ver el contento en sus rostros lo motivó a pensar en grande. Hoy su hijo ya tiene 21 años de edad y el trompo número uno se esfumó luego de un juego con sus amiguitos. “Parece que uno de ellos se lo llevó, pero después yo pensé bien otra vez que por un lado era una buena señal, porque se nota que de tanto que le gustó, llevó”, recuerda con ánimo.
“Lo único que tengo en el baúl de los recuerdos es un trompo que tenía la imagen de Messenger z en la cabeza del trompo, era un robot que tenía colores bastantes peculiares. Ese trompo fue firmado por el que hacía en aquel entonces la voz de Messenger z, que ya falleció. Ese es el trompo que yo tengo atesorado, no lo vendo, lo muestro muy poco porque tiene un valor bastante importante”, reconoce.
“El siguiente es un trompo de madera de guayaba que presenta a la imagen de Don Trompo, con sombrero capi’i, tradicional paraguayo; después todo se vende, a veces ya no tengo ni cómo mostrar lo que yo hago porque no me queda nada”, indica.
González piensa seguir organizando búsquedas del tesoro, pero ahora tratará de relacionar los puntos principales en sitios históricos para promover la curiosidad y la investigación de quienes se sumen al reto. Algún día pondrá un cofre con varias piezas, pero todavía le falta más tiempo y medios para llevar a cabo estas ideas, porque asegura que requieren de inversión.
También sugiere la posibilidad de combinar la diversión con el amor por el medio ambiente. “Podemos organizar mingas de limpieza, por ejemplo, nos vamos a hacer una ronda de juegos en tal lugar y después limpiamos. Hay que aprovechar cuando hay convocatoria para hacer algo bueno por nuestro entorno”, reflexiona.
Don trompo, certifica que todos tenemos vestigios de nuestra infancia dentro, que muchas veces por diversas cuestiones no dejamos salir, por lo cual este tipo de actividades pueden volver a reconectarnos con ella. “Tener ese objeto en la mano, que era con lo que se divertían muchas personas en su infancia, es como que les transporta con un factor importante que es la nostalgia”, concluye.