La batalla de Artemisio

Un recuento de los acontecimientos reales que inspiraron la película "300" y su secuela, que se estrena hoy.

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Desde este viernes tenemos en cines de Paraguay la secuela de “300”, el filme de Zack Snyder que en 2007 llenó salas de cine en todo el mundo con su efectiva mezcla de testosterona, violencia altamente estilizada y vistosos efectos especiales.

Y aunque la película original (basada casi al pie de la letra en una novela gráfica del aclamado autor Frank Miller) no se caracteriza por ser un recuento precisamente fiel de los acontecimientos históricos -el rey persa probablemente no era un gigante con una voz casi sobrenatural y al mando de huestes interminables de monstruos-, aunque esa falta de realismo tiene sentido dentro del contexto de la película y el cómic, pero no carecía de base en la realidad, ya que se basaba en una de las batallas más famosas de la historia militar.

Igualmente, esta secuela retrata, con el mismo estilo exagerado y visualmente impresionante por lo que se puede ver en los avances -este texto se escribió antes de que el autor pudiera ver la nueva película-, acontecimientos reales ocurridos durante y después de aquella icónica batalla recreada hace unos años por Zack Snyder y Gerard Butler.

Este texto va a hacer un recuento de la verdadera batalla de Artemisio, que de acuerdo a lo visto en los avances -e indicado por el hecho de que el subtítulo de la película iba a ser “The Battle of Artemisium” antes de que se decidieran por el más genérico “El Nacimiento de un Imperio”-, es el punto central del filme. Si desea ir a ver la película sin tener idea de cómo podría terminar, quizá prefiera verla antes de seguir leyendo.

Preguntarle si recuerda la escena de “300” en la que Leónidas lanza al mensajero persa y a sus acompañantes a un pozo luego de que este le exigiera una muestra de sumisión al rey Jerjes sería ridículo. Incluso si no vio la película, es probable que haya visto la escena por lo menos una vez en internet, y que haya escuchado “¡Esto es Esparta!” por lo menos cien veces. Bueno, aunque los detalles sin duda variaron –por ejemplo, el rey persa en ese entonces aún era Darío I, padre de Jerjes-, esa fue precisamente la forma en que Esparta respondió a los mensajeros en la vida real.

Era el año 491 a.C., y aunque la mayoría de las ciudades-estado a las que Darío había enviado emisarios se mostraron sumisas, Atenas también rechazó someterse, enjuiciando y ejecutando a los mensajeros. Con eso, Grecia y Esparta se encontraron en guerra declarada con los persas.

Esto llevó a la primera invasión persa a Grecia, en la que las fuerzas de Darío asediaron numerosas ciudades antes de sufrir una devastadora derrota en la batalla de Maratón, cerca de Atenas, a manos de una fuerza numéricamente muy inferior. La derrota obligó a los persas a retirarse, pero inmediatamente Darío comenzó a preparar un nuevo y aún mayor ejército. Lo único que impidió una nueva y más celera invasión fue una rebelión en Egipto, en el 486 a.C., que obligó al rey a posponer el ataque para dedicar tropas a apaciguar ese feudo.

Darío murió antes de que sus tropas fueran a Egipto, y Jerjes asumió el trono, aplastando la rebelión y resumió los preparativos para atacar Grecia. Sin embargo, los atenienses sabían que los persas volverían, y que no contaban con las fuerzas suficientes para hacerles frente solos. Bajo órdenes del político y militar Temístocles, Atenas construyó una enorme flota naval al mismo tiempo que comenzó a buscar una alianza con las demás ciudades-estado.

Jerjes invadió en el 480 a.C., viniendo con su ejército desde lo que ahora es Turquía y avanzando hacia el sur, con su flota naval bajando en paralelo. Los planes originales de los griegos de detener a Jerjes en el angosto valle de Tempe, en la región de Tesalia, resultaron inválidos, por lo que Temístocles propuso un plan alternativo: el montañoso terreno griego dejaba a los persas con una sola forma de cruzar por hacia el sur del país y llegar a las regiones de Beocia, Ática (donde se hallaba Atenas) y Peloponeso: el angosto paso de las Termópilas, donde los números inferiores de los griegos no serían una desventaja tan grande. Igualmente, para llegar por mar los persas debían pasar por el estrecho de Artemisio, que podía ser bloqueado por la marina aliada, salvo que se atrevieran a dar un largo rodeo alrededor de la isla de Eubea.

Cuando el ejército terrestre persa –que los historiadores de la época cifraban en más de dos millones de hombres, pero que historiadores modernos estiman era unos 200.000- llegó a las Termópilas, los estaba esperando un contigente de 7.000 soldados de la alianza griega, liderados por el rey Leónidas de Esparta y sus 300 guerreros. Sin embargo, ese día la flota persa aún no llegó, y el ejército de Jerjes no atacó.

Recién al día siguiente la flota persa se hallaba cerca de Artemisio, con tal mala fortuna que la zona fue azotada por una fuerte y repentina tormenta que duró dos días y destrozó al menos un tercio de las naves invasoras. Los persas en tierra se abstuvieron de atacar a las fuerzas de Leónidas durante el vendaval. Al día siguiente de la tormenta, la flota aliada llegó a Artemisio.

Un día después el ejército terrestre persa inició sus ataques a los defensores de las Termópilas, mientras que la flota persa, dañada pero aún así tres veces más grande que la griega, atracó en la costa opuesta a Artemisio, en lo que actualmente es la localidad de Afetes, para reparaciones. Sin embargo, un desertor persa alertó a los griegos de que unas 200 naves en buen estado se disponían a zarpar para rodear Eubea, lo que hubiera dejado a la flota griega atrapada entre dos frentes enemigos. Los planes cambiaron: los griegos decidieron hacer una demostración de fuerza hostigando a los persas para dejarles en claro que pensaban quedarse en Artemisio, mientras se preparaban para despachar barcos hacia el sur, para interceptar a los que rodearan Eubea, esperando que quedasen atrapados entre los barcos de Artemisio y los que patrullaban la costa de Ática.

Las hostilidades comenzaron a avanzadas horas de la tarde. Los persas, con naves más maniobrables y tripulaciones más experimentadas, salieron raudos al encuentro de las embarcaciones griegas que se acercaban en una importante inferioridad numérica y, aparentemente, táctica. Sin embargo, los griegos habían planeado algo para neutralizar esa ventaja, formando sus naves en un semicírculo, y repentinamente avanzando hacia los barcos persas, efectivamente impidiéndoles ganar la ventaja y convirtiendo la batalla y abordando, capturando y hundiendo varias naves. La primera escaramuza dejó muy bien parados a los griegos, mucho mejor que lo que los persas o los propios defensores esperaban.

Esa noche, los griegos tenían pensado zarpar hacia el sur para ir a interceptar a los barcos que en ese momento bajaban por la costa de Eubea para dar el rodeo. Sin embargo, una nueva tormenta de gran intensidad impidió que los griegos pudieran moverse. Pero ese aparente contratiempo acabó siendo una bendición: la tormenta también alcanzó a los persas que navegaban por la costa de Eubea, destruyendo casi por completo el contingente y efectivamente anulando esa preocupación para los griegos.

Al día siguiente, con la noticia del masivo naufragio persa, llegó a Artemisio un refuerzo de más de 50 barcos desde Atenas. Al tercer día, con los persas de Afetes recuperados del daño de la primera tormenta se llevaría a cabo el mayor encuentro de la batalla. Fue un día brutal, y los griegos apenas lograron contener el brioso avance persa durante varias horas; ambos bandos sufrieron daños similares, pero las fuerzas persas seguían siendo numéricamente superiores, y Temístocles dudaba que sus fuerzas pudieran salir airosas de otro encuentro, en especial tras haber perdido cerca de la mitad del contingente ateniense, que era con diferencia el más grande de su flota.

Entonces llegaron las noticias desde las Termópilas.

Un griego de nombre Efialtes traicionó a sus compatriotas y reveló a Jerjes una forma de rodear la posición mantenida por Leónidas utilizando un pequeño sendero paralelo al paso de las Termópilas. Según la versión más comúnmente aceptada de los hechos, cuando Leónidas se enteró de que el paso había sido descubierto y que el destacamento de tropas que apostó en él fue superado por una fuerza de unos 20.000 persas –incluyendo lo que quedaba de sus fuerzas de élite, los “Inmortales”, que habían sido severamente derrotados por los espartanos el día anterior-, ordenó que la mayor parte de su ejército se retirara, permaneciendo él mismo en la retaguardia con sus 300 espartanos y cerca de mil aliados, a fin de permitirles escapar. La retaguardia montada por Leónidas fue aniquilada.

La conquista de las Termópilas dejó a Artemisio sin valor estratégico para los griegos, que se retiraron por completo. Los persas avanzaron sobre Beocia, destruyendo las ciudades de Tespias y Platea en su camino hacia Atenas, aunque la batalla naval de Salamina, cerca de esa ciudad, acabó siendo una victoria decisiva para los griegos que cambiaría el curso de la guerra.

Habiendo perdido el impulso tras Salamina y temiendo quedar atrapado, Jerjes emprendió una retirada táctica hacia Asia, aunque perdió un enorme número de tropas debido al hambre y a diversas enfermedades. Dejó un destacamento al mando de su comandante Mardonio para completar la conquista de Grecia.

Tras un fallido intento de negociación por parte de Mardonio, prometiendo autonomía de gobierno a los griegos si se sometían al Imperio Persa, las fuerzas persas –estimadas en 120.000- se encontraron con un ejército de unos 80.000 griegos cerca de Platea, donde los defensores propinarían una aplastante derrota decisiva a los invasores.

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