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La perfección, en el cine o en cualquier otra cosa, no existe. Nada está libre de imperfecciones, mucho menos en cuestiones subjetivas como el arte. Y sin embargo, después de haber visto Hot Fuzz demasiadas veces para contarlas con exactitud en los 11 años que han pasado desde su estreno, sigo sin encontrarle algo que me parezca malo.
El filme es la historia del sargento de policía Nicholas Angel (Simon Pegg), cuyo extraordinario desempeño acaba causando que lo transfieran de Londres al pequeño pueblo de Sandford, una aldea modelo cuya pacífica e idealizada fachada se vuelve el trasfondo de una serie de asesinatos que por alguna razón todos los habitantes del pueblo parecen ver como accidente cuando es desesperantemente obvio que no son tal cosa.
El segundo largometraje de Edgar Wright – luego de la grandiosa comedia romántica con zombis Shaun of the Dead – dejaba definido el tipo de cineasta que el joven realizador británico es: uno que veía que podía usar no solo lo visual y el diálogo, las herramientas básicas del cine, para la comedia, sino que todo era apto para usarse.
Música, iluminación, edición; Wright echa mano de todos los elementos que, ensamblados, arman una película. El viaje de Angel desde Londres hasta Sandford es una creativa seguidilla de imágenes rápidas en vez de las típicas tomas aéreas, contándonos sin palabras que Angel se está alejando de todo lo que conoce y lo que lo hace relativamente cómodo.
El amplio elenco de personajes secundarios se va presentando de forma que pronto nos familiariza con sus ocurrentes particularidades y, por sus interacciones con ellos, vamos conociendo mejor a nuestro protagonista. En su primera noche en el pueblo arresta a toda la población juvenil del pueblo por ebriedad pública, y entre ellos al que será su compañero de patrulla, Danny (Nick Frost), un aficionado al cine de acción desilusionado por lo poco que la vida de un policía de campo se parece a los días repletos de tiroteos y persecuciones de autos de los policías de Hollywood.
Wright puebla Sandford de personajes memorablemente ridículos, desde los antagonísticos detectives – ambos llamados Andy – hasta el initeligible granjero con una colección más que peculiar en su cobertizo, desde el gigantesco empleado de supermercado Michael (Rory McCann, el “Perro” Clegane de Game of Thrones) hasta el escandalosamente sospechoso dueño del supermercado, Skinner, uno de los mejores papeles en la carrera de Timothy Dalton.
Hacia el final, cuando el brillante giro de la película es revelado y la película pasa de misterio y tensión a un clímax cargado de acción, Wright desata su admiración de Michael Bay haciendo una réplica perfecta del estilo del adrenalínico director de Transformers y Bad Boys II, al mismo tiempo parodiando su edición frenética y grandilocuentes movimientos de cámaras y evidenciando una genuina admiración.
Hot Fuzz es, sencillamente, una comedia obligatoria que busca aprovechar todas las oportunidades para sacar una risa o por lo menos mostrar algo de forma creativa. Y lo logra en todas las ocasiones.