La naturaleza como sustento y forma de vida

A más de mil kilómetros de Asunción, donde no llegan las carreteras, hay un puñado de personas que eligieron uno de los trabajos quizás más desafiantes: ser vigilantes de la naturaleza en la Estación Tres Gigantes, en el corazón del Pantanal paraguayo.

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Un pequeño ejemplar de oso hormiguero hembra cayó al río Negro y fue dejado atrás por su madre y su manada. Pero no estaba solo. “Yuri”, como lo bautizaron, fue rescatado por el grupo de guardarreservas de la Estación Tres Gigantes, de Bahía Negra, Pantanal paraguayo.

El animalito pasó unos días viviendo con humanos. Recibió la atención de un hijo mimado. Fue alimentado con leche de cabra y tratado con delicadeza. Esta es una de las historias favoritas de los custodios de la Estación: Nery Chamorro, Lourdes Matoso, Asterio Ferreira, Alexis Arias y Sebastián Calvo.

Ser guardarreserva es otra forma de vivir de la naturaleza. Es un oficio que obliga al ser humano a establecer una íntima relación con la naturaleza, desconectado de las ciudades y de los relojes, de las prisas, comprometido con los bosques, los animales, con cada ser vivo en su ambiente natural.

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“Este lugar es especial, me encanta. Vine como turista y luego me quedé a trabajar”, cuenta Sebastián mientras revisa las cámaras trampa instaladas en uno de los tres senderos de la Estación que no fueron cubiertos por la crecida. “De repente, uno se cansa de Asunción”, dice al tiempo de espantar mosquitos y evitar ser fotografiado. Trabaja como guardarreserva desde hace unos siete meses.

Una de las escenas más enternecedoras fue cuando la mamá de Yuri vino a buscarla hasta la zona habitable de la Estación. Fue tan gratificante que los que presenciaron el momento, desde lo lejos, grabaron videos con sus teléfonos. Sebastián reproduce una y otra vez el metraje casero, justo en el momento en que el animalito se monta en el lomo de su madre. Antes que la familia se aleje, vuelve a rebobinar el video.

En las ciudades es tan sencillo comunicarse; basta con tomar el celular y responder mensajes o hacer una llamada, pero en Tres Gigantes, tan alejado de todo, solo existen escasos puntos en la reserva donde ese grupo custodio de la naturaleza puede tener señal de teléfono.

Uno de ellos es en lo alto de un mirador al cual conduce uno de los senderos, clausurados temporalmente por la crecida. Un par de minutos agua abajo en lancha y se puede llegar. Hasta ahí va Alexis. Se toma un descanso. Admira la vista. Se conecta con sus amigos y familiares.

“Con los senderos tardan aproximadamente 15 días para abrir la picada nomás, después hay que destroncar y limpiar para dejarlo recorrible”, comenta Alexis sobre cómo se crearon los senderos dentro de la reserva para que los turistas puedan interactuar con la naturaleza.

Con pocos metros de recorrido, uno puede tropezarse con una rica fauna que crece tímida y curiosa, a la vez, de los humanos. Aves de brillantes colores, los loros no pueden estar ausentes en todo el pantanal. Su canto -a veces ensordecedor- ambienta el recorrido. Los venados se dejan ver jugando. Hacen una pausa, observan a los visitantes que andan en dos piernas. Cuando se sienten seguros, vuelven a corretear en su gran patio de juegos.

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Mantener abiertos los senderos es un trabajo permanente de los guardarreservas, comenta Alexis, casi sin apartar la vista del teléfono. Después de la gran crecida que afectó a la reserva desde agosto, dos de los tres senderos quedaron bajo agua. Se avecina otro desafiante trabajo de limpieza.

A pesar de la cercana experiencia con la fauna salvaje, Alexis comenta que la sequía es la mejor temporada para ver más animales. Yaguaretés, carpinchos y ciervos salen por las tardes para beber agua. “Ya nos vimos varias veces con un yaguareté. Te da piel de gallina”, comenta. Pese a lo intenso que puede resultar un encuentro tan cercano, dice que el felino generalmente no es agresivo con los humanos; solo ataca si se siente amenazado y en especial si está en compañía de su cría. Hasta ahora solo hay historias de avistamientos, no de ataques.

Alexis también habla de Yuri durante su relato. El osito dejó un recuerdo muy bonito en los custodios, pero un mosquito lo interrumpe. “Cuando hace bastante calor vienen muchos mosquitos. Te quieren hacer correr algunas veces”, comenta entre risas. Los mosquitos en ese extremo del país pueden ser muy abundantes. Ni los repelentes parecen tener efecto. Es tal vez la peor parte de ser guardarreserva.

Con más años de experiencia, Alexis Arias ya estuvo en otras reservas, sitios donde, más que la naturaleza, el propio ser humano es la amenaza a su trabajo. Una de estas fue la Reserva Tapytã, donde en agosto pasado dos cuidadores fueron asesinados por cazadores furtivos; una noticia que enlutó a todos aquellos que viven de esta profesión.

Los días de un guardarreserva en la Estación están dedicados a mantener el sitio en condiciones. Limpiar los senderos, buscar a los turistas, atenderlos una vez en el sitio y vigilar que la naturaleza no sea alterada.

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La Estación toma su nombre de las tres grandes especies amenazadas: el tatú carreta, el oso hormiguero y la nutria gigante. Hay solo una forma de llegar hasta Tres Gigantes y obligatoriamente hay que atravesar parte del Pantanal paraguayo, 40 kilómetros desde Bahía Negra -la ciudad más cercana-, alrededor de 60 minutos por el río Paraguay y luego el río Negro, un paseo donde los ojos no alcanzan para tanta majestuosidad.

Por el camino se puede apreciar algunas de las 450 especies de aves que viven en ese ecosistema. El río se abre camino entre garzas, mbiguá, a cada tanto un yacaré o una nutria sorprende al visitante. Un paisaje engalanado de lado a lado con 3.500 diferentes especies de árboles y plantas.

Para llegar hasta ahí se debe pagar por el servicio de traslado que ofrece la Estación. Una lancha con capacidad para 5 personas, que incluye traslados ida y vuelta Bahía Negra–Tres Gigantes cuesta G 800.000.

En el sitio hay un hospedaje que espera a los visitantes. Pasar la noche allí tiene un costo de G. 120.000 por persona, otros G. 100.000 si incluye alimentos. G. 60.000 es la estadía para menores hasta 12 años. Pernoctar en la zona de camping cuesta G. 50.000 y la estadía por día se reduce a G. 30.000 por persona.

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El lugar permite una conexión casi absoluta con la naturaleza. Existen tres senderos desde el hospedaje de Tres Gigantes que permiten a los visitantes adentrarse un poco más en el salvaje Pantanal.

Bahía Negra, antesala de la Estación, se encuentra a mil kilómetros de Asunción y hay tres formas de llegar a ella: por aire, a través de Setam. Tiene un vuelo semanal los miércoles, si las condiciones climáticas son óptimas. El vuelo parte del Grupo Aerotáctico, ciudad de Luque. Tel: (021) 645-885.

También se puede llegar por agua, por medio del barco Aquidabán, que parte de Concepción y llega a Bahía Negra los viernes, a través de un viaje que todos recomiendan hacerlo por lo menos una vez en la vida. Reservas al (+595 331) 242-435.

También por tierra -en caso de no contar con una camioneta todoterreno- con la empresa Stel Turismo, que tiene viajes dos veces por semana. Teléfono (021) 558-051

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Ser guardarreserva en el Pantanal paraguayo es un enorme sacrificio para aquellos que se aventuran a vivir de y con la naturaleza. “El trabajo es muy sufrido, por vivir lejos, en muchos casos aislados. No es que te vas a la esquina a comprar lo que haga falta”, cuenta el Lic. MSc. José Luis Cartes, director de Guyrá Paraguay. Si bien los custodios de Tres Gigantes cuentan con provisiones para varios meses, existen siempre inconvenientes que tienen que resolver por sí solos, al estar tan alejados de la civilización.

“Es un trabajo de 24 horas” el de los guardarreservas, resalta Cartes, pero por el tipo de trabajo que desempeñan tienen un régimen distinto al de otros. En el caso de ellos, trabajan 20 días corridos en la Estación y gozan de diez días libres. Cuentan con seguro de IPS y están protegidos con un seguro de vida.

Además, se busca una capacitación constante de estos trabajadores, para poder rendir al máximo. No se deje engañar: no solo deben atender a los visitantes, también son responsables de cuidar el área, la fauna y la flora, deben conocer las especies, ayudar a los técnicos e investigadores, monitorear las cámaras trampa y registrar el avistamiento de ciertas especies, como yaguaretés.

Los guardarreservas también son formados en cómo actuar ante las inundaciones, prevención de incendios y primeros auxilios, aspectos claves en ese punto distante a 40 kilómetros por río del hospital más cercano, en Bahía Negra.

Desafiante y sorprendente, esas pueden ser las palabras que describan a esta forma de trabajo. En ese sitio se pueden observar animales que no hay en otras partes del globo, especies exclusivas del Pantanal como ardillas, nutrias gigantes, monos y también árboles que solo pueden encontrarse en ese sector del mundo.

Existen otros riesgos -cuenta Cartes- más allá de los naturales, como el tráfico de drogas, ya que existe una ruta que incluye el río Negro. “Nadie sabe, nadie opina, todos tienen miedo”, expresa

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Nery, Lourdes, Asterio, Alexis y Sebastián tienen a su cargo vigilar la entrada de las 14.700 hectáreas de la reserva Pantanal paraguayo. “Para nosotros es sumamente importante, porque Tres Gigantes es una estación paraguaya, tiene presencia nacional por estar en la triple frontera, con Brasil y Bolivia”.

La reserva empezó a tomar forma en 2008, cuando la organización Guyrá empezó a adquirir propiedades en ese recóndito extremo del país.

La inmensa vida que alberga esa reserva tiene un enorme precio. “Todavía no hicimos un ejercicio para saber cuál es el valor ambiental y turístico, pero si fuera por precio de la tierra, hoy en día equivaldría a por lo menos 7 millones de dólares”, exclama Cartes.

A pesar de las maravillas que ofrece el Pantanal paraguayo, nuestro país le sigue dando la espalda. De hecho, hay más turistas extranjeros, incluso de Europa, que lo visitan, mientras que millones de paraguayos todavía piensan que el Pantanal solo es brasileño.

Para el licenciado Cartes, la clave para que el Pantanal sea acogido por los paraguayos es una inversión de infraestructura que permita tener una pista de aterrizaje digna para Bahía Negra -que solo tiene una de tierra-, carreteras y seguridad. “Tenemos que pensar que Bahía Negra no es el último pueblo de país, sino la entrada al país”, afirma.

 

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