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Las rejas no son impedimento para que sean el sostén económico de sus familias en muchos casos, pero, en medio de la lucha diaria por dejar su pasado atrás, lidian con una carencia que no pueden reparar: la falta de políticas de Estado que les garanticen mayor capacitación en distintos oficios, de manera que, una vez en libertad, puedan generar su propia fuente de ingresos sin tener que afrontar el rechazo de empresas que probablemente les cerrarán las puertas.
Afortunadamente, también hay reclusos que tienen la posibilidad de aprovechar los beneficios de un programa de rehabilitación como el que se tiene en el Pabellón Libertad, de la penitenciaría de Tacumbú. Si bien solo tiene capacidad para 530 reclusos por el momento, existen programas interesantes de educación y trabajo, como los que te contábamos en entregas anteriores de esta serie.
“Empieza por hacer lo necesario, luego lo que es posible y, de pronto, te encontrarás haciendo lo imposible”, reza una inscripción que Adrián Almada (27) se encuentra grabando en una cartera de cuero cuando llegamos hasta el rincón donde tiene instalado lo que llama “su negocio”. Y es que, estando recluido o no, lo cierto es que este trabajo es su medio de vida, la forma con la que mantiene a su hijo.
El equipamiento que tiene Adrián dentro del penal no tiene nada que envidiarle al de cualquier otro microempresario que trabaje en libertad. “Tengo elementos para hacer serigrafía, materiales industriales de primera, insumos. Empecé de cero, lo que genero acá lo invierto en mis elementos de trabajo”, nos dice con una expresión muy profesional, mientras nos muestra sus herramientas.
Adrián tiene 27 años y desde hace 7 está en prisión. Tiene una condena de 15 años por robo agravado y secuestro exprés, pero no quiere dar muchos detalles con relación a su caso. “Estoy viendo el hoy, lo demás ya quedó atrás”, nos dice.
Cuando entró a prisión, no tenía la menor idea de cómo se hacían los trabajos en cuero. Pero, como todo en la vida -y en la cárcel- con el tiempo aprendió. Estudió dentro del programa del pabellón Libertad, y se graduó de confeccionista profesional. Hoy, es experto en fabricar bolsones, portafolios, carteras, delantales y hasta ropas.
Hoy, su pasado le es tan lejano y libre de dolor, que hasta se anima a bromear con él. “Antes era el que robaba las carteras, ahora soy el que las hace”, dice entre risas.
Todavía le quedan 8 años por delante, pero Adrián está tranquilo con esa realidad. No tiene inconvenientes en pagar sus culpas todo el tiempo que sea necesario. Eso sí, desea una sola cosa: “Que el Estado entienda que el trabajo es parte de la reinserción para el interno. Se deben abrir las puertas, necesitamos facilitadores. De qué te sirve un guardiacárcel que te rompe a patadas cuando podés tener un instructor que te enseñe hacer plomería, electricidad”, reflexiona Almada.
Además, de la reinserción, mientras está recluido, Adrián pide abrir las puertas para que la sociedad conozca el trabajo que realizan los internos. “Puede haber empresas que quieran proveernos de trabajos, y eso sería buenísimo para nosotros, para ganar nuestro dinero”, dijo. Por ahora, sus productos los distribuye como puede. A través de conocidos, o recibiendo pedidos de gente que viene a buscar los artículos.
Adrián no está muy de acuerdo con eso de que al salir de prisión el conseguir trabajo se vuelve casi imposible, por los antecedentes. Él tiene muy claro lo que va a hacer al recuperar su libertad. “Yo salgo afuera, alquilo un salón y monto mi taller. Ya está ya. Si se quiere, se puede. No hay excusas”, asevera.
Carlos López Guanes (37) se acerca tímidamente a nuestro equipo y nos dice que le encantaría poder enviar un saludo a su esposa a través de este medio. Sus ojos brillan con felicidad y está tan emocionado que, antes de que se lo preguntemos, nos cuenta que se acaba de casar. “El 27 de diciembre fue la boda, acá, en la iglesia del pabellón Libertad”. Entre risas nos cuenta que su fiesta de bodas tuvo torta, anillo, comida, vestido de novia “y todos los chiches. Encontré una mujer que me va a sacar adelante”, cuenta orgulloso.
Cuando nos dijo que está recluido desde hace cinco años, nuestra gran curiosidad fue saber cómo conoció a su esposa. Primero quiso guardar el secreto, pero luego se animó y confesó que se conocieron cuando ella vino a visitar a otro interno. “Hay contactos por ahí, una persona le habló de mí y ella vino directamente a conocerme”, recuerda Carlos. Tras seis meses de noviazgo y decenas de visitas a la cárcel, decidieron casarse. Comenta también que pudo pagar todos los gastos de la boda gracias a su trabajo en el taller de fabricación de termos forrados, que le deja una buena ganancia.
Carlos tiene 10 años de condena por “comercializar cosas que no debía”, según nos cuenta escuetamente. El problema es que su sentencia aún no está firme. Ahora, su mujer se encargará de hacer este trámite, que le dará la tranquilidad que necesita para pagar el resto de sus deudas con la sociedad. Cuando salga de la cárcel desea montar su propio taller y ganar dinero para tener una vida digna junto a su esposa. Pero el sueño más grande de Carlos, al salir en libertad, es poder conocer a su hija, una niña que tuvo hace años, a la que solo conoce por fotos y que está al cuidado de su madre.
Historias como estas se cuentan por miles. Hay una frase común, y algo irónica, que dice “la cárcel está llena de inocentes”. Cada quien cuenta su versión. En los relatos hay verdades y mentiras que a nosotros no nos corresponde juzgar; lo que sí sabemos es que, como dicen ellos, “todo ser humano tiene derecho a una segunda oportunidad”.
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