El renacer de Lucía

Tras haber pasado tres años y medio en la cárcel, por el caso del homicidio de su marido y tras ser absuelta por un tribunal de sentencia, Lucía Sandoval trata ahora de rehacer su vida y ya piensa en el futuro.

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Tras haber pasado tres años y medio en prisión mientras duraba el juicio por el homicidio de su marido - en el que finalmente fue absuelta tras no existir pruebas en su contra - Lucía Sandoval afirma haber renacido y ahora trata de reconstruir su vida.

Lucía sentía en su interior una mezcla de sentimientos aquella mañana del 27 de agosto. La sala del juzgado de San Lorenzo estaba repleta: periodistas y activistas de diferentes organizaciones que la habían acompañado en los últimos meses estaban allí. La seguridad de su inocencia la había acompañado siempre; sin embargo, su conocimiento sobre los manejos de la justicia paraguaya le generaban cierto miedo.

Pasaron los minutos y, finalmente, el Tribunal de Sentencia dio a conocer el veredicto del caso: por decisión de dos votos contra uno, decidieron absolverla.

Las ideas se le revolvieron en la cabeza a Lucía mientras escuchaba las palabras. Luego de tres años y seis meses, el Tribunal de Sentencia decidió dejarla en libertad. Con lágrimas en los ojos, abrazó a quienes la rodeaban mientras que se desataba un pequeño festejo entre buen parte de los asistentes.

Lucía sentía que había vuelto a nacer.

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Los últimos días habían sido particularmente largos y estresantes para Lucía Sandoval y sus pequeños hijos. La casa de la familia, ubicada en San Antonio, fue testigo de una nueva fuerte pelea entre la mujer y su esposo, Huber Martínez Villasboa. Una vez más no pudo evitar preguntarse cómo aquel hombre que amaba había cambiado tanto en los últimos tiempos.

Llevaban ya casi 20 años en pareja. Se habían conocido cuando tenían 19 años y el amor no tardó en llegar. La relación tuvo que aguantar durante un buen tiempo la distancia geográfica que existía entre ellos: ella vivía por aquellos días en Buenos Aires y él en Asunción; aun así siguieron adelante y decidieron ir a vivir juntos.

Con el paso del tiempo, llegaría a sus vidas lo que debería ser motivo de una gran alegría: la primera de sus dos hijos. Sin embargo, fue desde entonces que las cosas comenzaron a cambiar drásticamente en la vida de aquella pareja.

Huber acostumbraba beber, pero lo hacía de vez en cuando, después de un partido de fútbol o en algún asado con los amigos. De pronto, las cantidades de alcohol que consumía casi diariamente comenzaron a ir en aumento, al tiempo que comenzaron a llegar las primeras agresiones. Los maltratos comenzaron siendo verbales, exabruptos que surgían casi de la nada y que dieron lugar luego a los primeros golpes.

Lucía presentó varias denuncias por maltrato, pero cada vez que lo hacía terminaba decidiendo retirarlas. Estaba convencida de aquel hombre al que seguía amando cambiaría, que ella podría ayudarlo a cambiar. Un error repetido en la gran mayoría de los casos de víctimas de violencia intrafamiliar. Consiguió ayuda profesional, había acudido a sicólogos.

- “No estoy loco”, fue la respuesta que escuchó en reiteradas oportunidades, cada vez que planteaba la posibilidad de acudir a un sicólogo. No importaba cuánto insistiera ella, la posición de su marido seguía siendo la misma.

Y los golpes siguieron llegando. Y empeorando.

Lucía no solo seguía resistiendo ante los golpes de su marido, sino que también debía soportar que las familias de ambos -gente de campo con una visión diferente, dice ella- le decían que debía aguantar, que ella era la mujer y que como tal debía soportar todo con tal de seguir con el hombre que había elegido como compañero para el resto de su vida.

Hasta que la situación llegó a extremos casi incontrolables. Durante una de las peleas, el hijo menor de la pareja trató de intervenir. Tenía apenas tres años, pero para tratar de evitar que los golpes continuaran intentó golpear al hombre con una zapatilla; como respuesta fue empujado y terminó golpeándose contra una pared.

Aquel evento terminó por despertar a Lucía.

Decidida, acudió al juzgado de paz de San Antonio, donde una actuaria tomó su denuncia. Le dijeron que harían una exclusión del hogar, pero el documento no fue firmado ese día debido a que la jueza, de apellido Caballero, alegó estar con sobrecarga de trabajo. Así que aquella noche tuvo que ir a dormir a la casa de una amiga.

Volvió al día siguiente, pero el documento seguía sin contar con la firma de la magistrada. Huber viajó, por lo que pudo volver a su casa hasta que después de una semana finalmente le entregaron la notificación y le dijeron que ella misma debía entregar el documento al hombre al que había denunciado por maltrato.

Huber volvió de su viaje algunos días después, el sábado 5 de febrero. Lucía le entregó la notificación, lo que desató la furia de su esposo quien luego de discutir fuertemente con ella salió de la casa la mañana de aquel domingo.

Tras pasar el día en Ypané, y aprovechando que era época de vacaciones, Lucía y los dos pequeños regresaron ya entrada la noche a su casa. En el lugar no había nada raro, las luces seguían apagadas como habían quedado cuando salieron; las puertas seguían llaveadas.

Pero en realidad, las cosas estaban a punto de cambiar y marcar la vida de esta mujer para siempre.

Dejó el auto en marcha frente a la casa; con su hijo menor en brazos, abrió la puerta. Una vez adentro, se percató de que en realidad algo había de diferente en el lugar. La camioneta de Huber estaba estacionada en el garaje, algo que no pudo notar desde la calle debido a la altura a la que se encontraba la casa.

Sentado en la oscuridad en un pequeño hall cerca de la cocina, con una lata de cerveza en la mano y con el torso desnudo. Ahí estaba su marido, Huber, esperándola desde hacía quién sabe cuánto tiempo. Apenas vio a Lucía entrar a la casa, el hombre comenzó a increparla, aunque ella no le prestó demasiada atención y decidió seguir con su camino hasta el dormitorio de los niños, donde dejó al más pequeño; volvió al auto y llevó a su hija dormida hasta su cama.

- “Seguro que venís de estar con tu macho”, le dijo Huber una vez que Lucía volvió de haber acostado a los niños. “Vos querías salir a putear nomás y para eso fue que me echaste de la casa”, continuó sin dejarle tiempo para hablar.

- “Hace falta que te corrija mejor. Ahora nadie te va a salvar”, le advirtió.

En aquel momento, Lucía notó que el hombre tenía en sus manos un arma de fuego que hasta ese momento había llevado colgada de la cintura. Intentó reaccionar rápido y agarró un celular que había quedado sobre una mesa de planchar en la zona contigua a la cocina; comenzó a marcar al 911 cuando sintió cómo le estiraban del cabello y a la fuerza era arrastrada hasta la cocina.

Aun hoy, casi cuatro años después, mientras conversa con nosotros ella dice estar segura de que llegó a llamar al servicio de emergencias. Sin embargo, nunca pudieron comprobar aquello debido a que aquel celular terminaría desapareciendo del poder de la Fiscalía.

Lucía intentó ir hasta la puerta principal de la casa, pero se dio cuenta de que había sido llaveada y que no tenía puesta las llaves, por lo que no podía salir por ahí. Huber la volvió a estirar y la arrojó contra un lavarropas; una y otra vez le propinó varios golpes contra el electrodoméstico.

Estando todavía en el piso, vio cómo la pistola la apuntaba.

- “No hay ninguna jueza que te salve ahora”, le dijo el furioso hombre. “La que se va a ir de la casa vas a ser vos, pero para irte al otro mundo”, continuó.

Lucía intentaba en vano arrebatarle el arma, Huber seguía siendo más fuerte que ella y esquivaba todo intento de la mujer por agarrarle las manos. En un intento desesperado por salvar su integridad, y quizás su vida, se agarró del cabello de su marido.

Huber comenzó a golpearla con la culata del arma a la altura del pecho para tratar de sacársela de encima. En medio del forcejeo y los golpes, un fuerte estruendo inundó la casa.

El arma se había disparado.

En medio de la confusión, cubierta de sangre, Lucía no conseguía entender si fue ella la que recibió el balazo. Se revisó y miró a su marido. El proyectil le había impactado a él, en el pecho, a la altura del corazón. En una reacción rápida consiguió detener su caída, tomó una remera y trató de detener con ésta la hemorragia.

Trató de llevarlo hasta la camioneta, debía trasladarlo rápidamente a algún centro asistencial. De lo que no se había percatado fue de que con los gritos y el estruendo del balazo, su pequeña hija se había despertado y observaba horrorizada cómo su padre agonizaba en los brazos de su madre. La niña tenía apenas ocho años pero salió decidida a la calle, a los gritos pidió ayuda a los vecinos, que llegaron algunos minutos después.

Cuando los vecinos llegaron, Lucía había conseguido sacar a su marido casi desfallecido hasta la puerta principal; le ayudaron a alzarlo al vehículo. Su auto seguía en marcha. Sin darse cuenta por dónde iba, actuando casi por instinto más que guiada por la razón, llevó a Huber hasta el sanatorio AMSA, ubicado en la zona del Mercado 4; el mismo lugar donde algunos años antes le habían salvado la vida a su marido tras un grave accidente que le tuvo durante ocho días en terapia intensiva, enfrentando una muerte que ahora volvía a acecharlo.

Nada pudieron hacer por él en el centro asistencial y Huber Martínez Villasboa, el hombre con el que había pasado los últimos 20 años de su vida, terminó falleciendo.

Tiempo después llegaron efectivos de la comisaría en cuya jurisdicción se encontraba el sanatorio y otros de la de San Antonio, además de representantes del Ministerio Público. Le hicieron la prueba de la parafina para comprobar si en ella quedaban rastros de haber realizado el fatal disparo y ya en horas de la madrugada fue detenida.

Lucía había salido sin nada de la casa, no llevaba con ella celular, cartera ni dinero. De la desesperación había hecho todo el trayecto descalza, con la ropa manchada de sangre. Seguía con la mente en blanco y cuando tuvo en celular en manos, el único número que consiguió recordar fue el de su mamá, a quien llamó para contarle lo que había pasado. Quedó en shock.

Al día siguiente, Lucía Sandoval era imputada por homicidio doloso por la fiscala de San Antonio y cuatro días después, el 11 de febrero, era trasladada hasta el penal de mujeres “Casa del Buen Pastor”.

Mientras cruzaba la puerta del reclusorio, sintió que iba a morir. El problema no era ir a la cárcel, nunca se le había pasado una idea así por la cabeza, sino que comenzó a percatarse de que su marido había muerto y que a ella la estaban separando de sus hijos, la razón de su vida.

“Fue demasiado, yo no podía aceptar siquiera que él murió. Eso fue más fuerte. Saber que mis hijos se quedaron...”, relata Lucía en la redacción. De pronto, la emoción quiere asaltarla y hace que su voz tiemble un poco.

Toma un poco de aire y continúa con su historia.

Un mes después, los resultados de la prueba de la parafina demostraron que Lucía no había disparado el arma. Ni siquiera se encontraron sus huellas en la pistola. Aun así, el juez que llevaba la causa no consideró siquiera el cambio de la calificación, pese a que los mismos defensores de Sandoval plantearon el cambio a homicidio culposo sin que ella aceptara responsabilidad alguna, que de hecho no tenía.

Días antes de que se cumpliera el plazo de seis meses de investigación con que contaba la Fiscalía, la defensa solicitó que la hija de Lucía pasara por la Cámara de Gesell -una sala cerrada, dividida del exterior por un vidrio de visión unilateral utilizada para la toma de declaraciones en algunos casos-. Ella no podría esperar nunca lo que se vendría.

La pequeña, que no había vuelto a ver su madre ni a su familia materna desde la fatídica noche, había permanecido todo ese tiempo con los padres de Huber. La niña de ocho años declaró, tal vez influenciada, que Lucía había disparado contra su padre desde atrás, mientras él ya salía del lugar.

Aquella declaración fue utilizada para que Lucía fuera imputada.

La audiencia preliminar fue suspendida porque la acusación solicitó una necropsia para verificar la dirección del impacto. Sin embargo, profesionales del Ministerio Público, entre ellos el Dr. Lemir, afirmaron que ya había pasado mucho tiempo y que era imposible determinar la dirección que había seguido el impacto. Aun así, un perito particular contratado por los representantes de la familia de Huber aseguró que el disparo había sido efectuado por la espalda.

En diciembre de 2011, la causa fue elevada a juicio. Un juicio que debía empezar en diciembre de 2013 pero cuyo inicio fue postergado debido a que dos juezas se inhibieron. Pasó a julio de este año y volvió a suspenderse porque la nueva fiscala, María José Pérez, alegó sobrecarga de trabajo.

El día más duro fue cuando vio el video de la declaración de su hija. Le dolía demasiado no que fuera ella quien la acusara, sino ver la manera en la que estaba siendo utilizada. “Eso fue lo peor”, sin dudas, recuerda.

De pronto, organizaciones defensoras de Derechos Humanos y Derechos de la Mujer comenzaron a expresar preocupación por el caso y realizaron campañas exigiendo un juicio justo para quien en realidad había sido víctima no solo de violencia intrafamiliar sino también del sistema.

Los primeros tiempos en el Buen Pastor fueron extremadamente duros para Lucía. El momento más difícil de asimilar era sin lugar a dudas aquel en el que cada noche veía cómo los guardias cerraban los portones de su celda con un candado. Sentía como que no podía respirar, una especie de claustrofobia.

Con el paso del tiempo, se dio cuenta de que necesitaba hacer por lo menos del espacio en que ella estaba un lugar mejor; algo que pudiera ayudarle a enfrentar la dura realidad por la que estaba atravesando. Las amenazas de las adicciones estaban siempre presentes y ante una desesperación tan grande muchas caían. Lucía quería evitar ser una más.

Durante los 42 meses que permaneció encerrada, Lucía comenzó a inscribirse en cuanto curso se abría en el penal. En ese tiempo recolectó unos 30 certificados, pero el que más le gustó fue el curso de costura.

En el Buen Pastor contaban con varias máquinas de coser para entonces, pero nadie las usaba; así que con una compañera -también ya libre- comenzaron a aprender, asistidas por una profesora del SNPP. La práctica dio sus frutos paulatinamente y de pronto llegaron diseños que iban mejorando con el paso del tiempo.

Fue así que hace algunos días realizaron un desfile en el que presentaron los trabajos realizados con otras reclusas. Consiguieron llamar la atención de las autoridades del Ministerio de Justicia, que recién con la actual ministra comenzó a brindarles apoyo.

“La idea era esa, que se promocione y se conozca que realmente no todo es tan feo; que hay personas que realmente quieren superarse, rehabilitarse. Gente que tiene familia, que si bien cometieron un error quieren reinsertarse”, expresa.

“Se busca que a través del trabajo puedan tener una nueva oportunidad”, agrega.

Lucía lleva libre unas dos semanas, pero este tiempo ha sido poco aún para ella. “Yo todavía ni asimilé”, indica y no es para menos, pues ya venía trabajando para el desfile cuando comenzó el juicio, por lo que, al mismo tiempo que luchaba por su libertad, seguía con las tareas de cara al evento.

Había días en los que, luego de volver a juicio llorando, se acostaba a descansar un poco y luego sacaba fuerzas de donde no tenía porque aquello era un compromiso que había asumido.

Lucía salió libre un miércoles, descansó algunos días y ya para el lunes estaba de vuelta en el Buen Pastor, esta vez para acompañar a sus compañeras en los últimos detalles para el desfile que estaba por llegar.

Inspirada por su propia historia de lucha y superación, Lucía Sandoval ya tiene hasta trabajo nuevo. Una empresa dedicada al trabajo para la reinserción de mujeres privadas de su libertad la contrató para que viaje a Ciudad del Este todas las semanas a acompañar a las reas del penal regional. Son tres meses de prueba y luego, si los convence, será un trabajo permanente.

Su idea es demostrar que en realidad se pueden hacer cosas para pensar una reinserción en serio.

“Incluye muchos factores, no eso solo con tirarles en las cárceles que soluciona el problema de la inseguridad, hay gente que va a estar ahí 30 años y a la que igual el Estado tiene que darle de comer. Podés estar ahí cuatro años sin condena y le están acarreando otros problemas al Ministerio de Justicia y se lavan las manos (en referencia a los magistrados)”, expresa.

Lucía cursa actualmente el cuarto curso de la carrera de Derecho y piensa ayudar en la medida de sus posibilidades a víctimas de casos parecidos al de ella. Además, señala la necesidad urgente de contar con una ley que proteja verdaderamente a las mujeres de la violencia de género y que la legislación sea acompañada por una verdadera capacitación de quienes forman parte del sistema, un sistema que en su caso falló gravemente.

“Mi marido no tendría que haber muerto y yo no tendría que haber ido a la cárcel”, expresa.

Pero a esta mujer le queda todavía una lucha más: la de recuperar a sus hijos, que siguen con la familia de Huber. Días atrás, se presentó una solicitud de medida cautelar porque los padres del fallecido estaban exponiendo a los pequeños a la prensa, principalmente a la niña, que llegó a dar entrevistas a medios radiales.

Lucía no quiere apurar la cuestión y exponerlos a otra situación conflictiva y traumática. Está dispuesta a esperar el tiempo necesario, dar los pasos correctos acompañada de profesionales.

“Ya esperé tres años y medio”, finaliza.

Fotos: Claudio Ocampo, Diego Peralbo y Rudy Lezcar - ABC Color. Gentileza Santi Carneri/Amnistía Internacional Paraguay

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