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Son días de tensión en todo el mundo. El pasado 30 de marzo, Corea del Norte, en reacción a las sanciones que le impuso la Organización de las Naciones Unidas (ONU) por sus pruebas de armas nucleares, anunció que cancelaba el armisticio que mantenía con Corea del Sur desde 1953, y se declaraba en “estado de guerra”.
El país comunista, bajo el mando del líder Kim Jong-un –nieto de Kim Il-sung, fundador-, armado con misiles nucleares, puso así en vilo a todo el mundo mientras Corea del Sur y su principal aliado, los Estados Unidos, respondieron a las amenazas fortaleciendo sus defensas y preparándose para responder a la agresión.
Este conflicto de décadas se levanta irónicamente como un microcosmos y recordatorio de la Guerra Fría, ese tenso período entre el final de la Segunda Guerra Mundial y principios de la década de 1990 en que el mundo se vio partido en dos bandos liderados por los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Durante las primeras décadas del Siglo XX, Corea fue un territorio anexo al poderoso Imperio del Japón, ocupado por fuerzas militares niponas. Esta situación acabó recién en 1945, cuando, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos exhibieron el poder de su arsenal nuclear destruyendo las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, lo que llevó a Japón a enfrentar una deshonra que antes hubiera considerado inaceptable: la rendición.
En la Conferencia de El Cairo (Egipto), que se había celebrado dos años antes, los líderes aliados decidieron que Corea sería libre y soberana una vez concluida la guerra. Sin embargo, durante el conflicto, el Ejército Rojo soviético había ingresado a territorio coreano en su afán de hacer retroceder a los japoneses, que habían llegado a penetrar en China; los soviéticos avanzaron hasta el paralelo 38, donde cesaron su avance para esperar a los estadounidenses.
Quedó acordado que fuerzas norteamericanas ocuparían el territorio coreano al sur del paralelo, y los soviéticos el terreno del norte, mientras la situación en la Asia de la posguerra se estabilizaba. Corea quedaba dividida entre las influencias del comunismo soviético y el capitalismo occidental. Esta “administración” conjunta de Corea por parte de rusos y estadounidenses había sido planeada para durar unos cinco años.
Mientras tanto, en China, una guerra civil llegaba a su fin cuando los nacionalistas de Chiang Kai-shek eran finalmente derrotados en 1950 por la facción comunista de Mao Zedong, que tuvo ayuda logística y tropas de Corea del Norte, un gesto que los chinos prometieron devolver en caso de que los coreanos se hallaran en necesidad.
Sin embargo, los estadounidenses, ansiosos por lograr establecer un gobierno anticomunista en el país, lograron que la ONU celebre de unas elecciones presidenciales. De los incidentados comicios -boicoteados por los soviéticos- surgió como presidente electo Syngman Rhee, un hombre educado en los Estados Unidos que estableció un gobierno que excluía a la izquierda y a los comunistas, estableciendo un gobierno democrático que más bien parecía una cruel dictadura. Tres meses después, en el Norte elecciones parlamentarias se celebraban eligiendo a Kim Il-sung como líder; con el apoyo de los soviéticos y China, el poder militar del Il-Sung era muy superior al de Rhee.
En 1948, las tropas soviéticas dejaron Corea del Norte, y un año después los estadounidenses hicieron lo propio en el sur, a pesar de las quejas de Rhee. Una serie de escaramuzas fronterizas se desarrollaban como un preludio de la tormenta que se avecinaba.
Finalmente, en la mañana del 25 de junio de 1950, cubiertos con fuego de artillería, las fuerzas norcoreanas cruzaron el paralelo 38, asegurando que se trataba de una respuesta a una supuesta violación de la frontera por parte de tropas del “bandido traidor Syngman Rhee”. La fuerza invasora consistía en 135.000 soldados apoyados por tanques y artillería rusa, además de una fuerza aérea de 200 bombarderos y cazas. Ante ellos estaba un ejército surcoreano de no más de 95.000 hombres, casi sin tanques y totalmente sin artillería anti-tanques, con gran parte de sus vehículos en mal estado y con escasez de municiones.
El avance norcoreano fue arrollador, teniendo en cuenta la superioridad logística y de tropas con que contaba respecto a sus enemigos. A los pocos días, Rhee abandonó la capital surcoreana, Seúl, ordenando la masacre de entre 100.000 y 200.000 militantes izquierdistas y de supuestos simpatizantes del comunismo. Los norcoreanos avanzaban en cuatro columnas lideradas por unidades blindadas.
Los débiles intentos de defensa de las tropas surcoreanas tuvieron poco impacto, y Seúl finalmente cayó bajo poder de las fuerzas de Il-sung el 28 de junio. Las tropas norcoreanas masacraron a casi mil personas en el Hospital Nacional de Seúl, entre ellas soldados enemigos heridos, pacientes civiles, médicos y enfermeras.
Repentinamente, los Estados Unidos, que habían considerado a Corea un territorio de escaso valor estratégico, se vieron preocupados por la posibilidad de que una conquista comunista de Corea sirviera como antesala de un eventual intento de los soviéticos de hacerse con Japón. El presidente norteamericano Harry Truman decidió intervenir en el conflicto coreano.
Con el apoyo de la ONU, Truman ordenó a sus tropas en Asia -lideradas por el legendario general Douglas McArthur, que tenía su base en la capital japonesa, Tokio- repeler el avance norcoreano. Tres divisiones norteamericanas entraron a la lucha, pero poco pudieron hacer para frenar a los comunistas, y para finales de julio, las tropas norcoreanas controlaban casi la totalidad del territorio del país, con la excepción de una pequeña península, Pusan, que los defensores surcoreanos y los estadounidenses apenas lograron mantener.
El 15 de setiembre, McArthur comenzó a dar vuelta el conflicto con un atrevido ataque anfibio a la ligeramente defendida ciudad de Inchon, desembarcando a 70.000 hombres y tomando por sorpresa a los norcoreanos. Esto alivió la presión sobre Pusan y permitió que las tropas allí estacionadas comenzaran a hacer sus propios avances, repentinamente sometiendo a las fuerzas comunistas a un ataque por dos frentes.
Ante el retroceso norcoreano, las fuerzas de Pusan y las de Inchon se reunieron en la ciudad de Osan, y menos de dos semanas después lograron recapturar Seúl, mientras el ejército invasor recibía duros golpes de la fuerza aérea norteamericana, que destruía importantes números de sus tanques y suministros.
Era inminente que pronto las tropas norteamericanas llegarían al paralelo 38 y cumplirían su misión de expulsar a las tropas invasoras de Corea del Norte, que era todo lo que había autorizado la ONU. Sin embargo, el Gobierno de Estados Unidos autorizó a McArthur cruzar la frontera y acabar con los norcoreanos para unificar el país; por supuesto, tenía órdenes estrictas de no entrar en territorio chino o soviético.
Luego de una semana de fiera resistencia norcoreana, los estadounidenses lograron de nuevo hacer avances significativos al norte del paralelo 38. McArthur estaba convencido de que para finales de noviembre la lucha habría terminado y las fuerzas norcoreanas, por entonces en sostenida retirada, habrían sido derrotadas por completo. En ningún momento consideró una posible intervención china o rusa en el conflicto como una posibilidad real.
El 19 de octubre, los norteamericanos y surcoreanos tomaron la capital de Corea del Norte, Pyongyang, aunque Kim Il-sung ya había evacuado la ciudad. El avance de los estadounidenses era imparable, y se vio aún más reforzado con un segundo desembarco de tropas en la costera ciudad de Wosan. El general norteamericano estaba decidido a tomar cada centímetro del país, a pesar de la preocupación que causaba en su propio Gobierno y en sus aliados británicos la proximidad con el territorio chino. McArthur estaba convencido de que una intervención china en la guerra era algo que podía manejar con facilidad.
Finalmente, tropas surcoreanas llegaron al río Yalu, la frontera natural entre Corea del Norte y China, el 25 de octubre. Fueron atacados y casi totalmente destruidos por fuerzas chinas. Sin embargo, los norteamericanos no prestaron mucha atención a este incidente. Con absoluto sigilo y gran astucia, los chinos cruzaron en secreto el río y avanzaron sin ser detectados por los aviones estadounidenses.
Los chinos –entre 30.000 y 40.000 hombres, según estimaba la CIA estadounidense, con otros 70.000 prestos para entrar a Corea luego- detuvieron el avance de los surcoreanos y sus aliados, y comenzaron a presionar. El primer encuentro entre chinos y estadounidenses fue en Unsan, donde las fuerzas norteamericanas sufrieron una dura derrota y tuvieron que replegarse hacia el sur.
Considerando la batalla de Unsan como una justa advertencia a los estadounidenses de la capacidad y voluntad de su ejército, Mao ordenó a sus tropas que no persiguieran a sus enemigos. Sin embargo, McArthur, envalentonado por la decisión china de no continuar avanzando, lanzó una ofensiva contra los chinos el 25 de noviembre.
Sin embargo, los cuerpos que lideraban la ofensiva fueron interceptados por masivas fuerzas enemigas que hicieron catastróficos daños a los atacantes y los obligaron a retroceder. Pronto, las tropas norteamericanas se vieron en peligro de ser separadas por la impetuosa ofensiva china, que penetró como una lanza en las líneas del frente sostenidas por los surcoreanos; la situación de los aliados era desastrosa, una retirada sostenida que abandonaba armas, vehículos y equipos misceláneos tras de sí. En pocos días, las bajas combinadas de estadounidenses y surcoreanos superaban las 11.000.
Los norteamericanos pronto se hallaron perdiendo divisiones enteras: hombres eran muertos o tomados como prisioneros de a miles. El 5 de diciembre, Pyongyang fue abandonada, y para principios de enero de 1951 los chinos ya habían cruzado el paralelo 38 y llegado hasta Seúl, que fue capturada el día 4. Las pérdidas fueron catastróficas, y pudieron ser peores, aunque una hábil estrategia de retirada escalonada de las tropas por tierra y una evacuación anfibia de más de 105.000 soldados en la costera ciudad de Hungnam logró mitigar el impacto en los norteamericanos.
Los estadounidenses retrocedieron hasta las ciudades de Suwon (oeste), Wonju (centro) y Sancheon (este), donde establecieron un frente estable bajo el mando del general Matthew Ridgway, quien relevó a McArthur.
Un intento de ofensiva por parte de los estadounidenses a mediados de febrero tendría un gran resultado, el principal en la batalla de Hoengseong, donde una fuerza de poco más de 5.500 norteamericanos –apoyados por tropas francesas- lograron repeler a más de 25.000 soldados chinos que los tenían totalmente rodeados. En las semanas siguientes, el revitalizado ejército de Ridgway logró mantener su avance y llegar hasta la ruinosa Seúl, volviendo a conquistarla.
Ante un ejército chino que oponía una tenaz resistencia, pero que empezaba a sentir escasez de provisiones y municiones, los estadounidenses siguieron avanzando hasta finalmente volver a cruzar el paralelo 38.
La guerra había llegado a un punto de equilibro, con los norteamericanos sosteniendo una línea un poco al norte del paralelo, sin poder avanzar pero sin dejar avanzar a los chinos. Esta situación se mantendría hasta mediados de 1953, cuando finalmente fue firmado un armisticio para cesar los combates.
En total, se estima que más de 970.000 soldados de la ONU y surcoreanos perdieron la vida, al igual que más de un millón y medio de chinos y norcoreanos.
El armisticio reestableció la división de ambas naciones en el paralelo 38, estableciéndose en él una zona desmilitarizada para evitar roces fronterizos que pudieran desembocar en otro conflicto a gran escala; es hasta ahora la frontera militarizada más fuertemente resguardada del mundo.
Desde entonces ha habido numerosos incidentes entre las dos Coreas, como los ocurridos en 2010, cuando un submarino norcoreano hundió una fragata de Corea del Sur, y cuando la isla surcoreana de Yeongpyeong fue bombardeada por el Norte, también en ese año.
Ahora la historia amenaza con repetirse, aunque con el terror nuclear como añadido, lo que significaría consecuencias no sólo para las Coreas y los Estados Unidos, sino para todo el mundo.