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Entre 1994 y 2011, año de su muerte, Kim Jong-il fue el líder supremo de Corea del Norte, una de las dos mitades en las que se dividió Corea luego del devastador conflicto que sufrió a finales de la década de 1940 y principios de los '50. Hijo del fundador del país, Kim Il-sung, Jong-il se introdujo en la política de su país desde joven, y ya desde la década de los '70 era evidente que se lo estaba preparando para ser el sucesor de su padre.
Entre sus principales actividades gubernamentales antes de asumir el poder en el '94, Jong-il estuvo a cargo a propaganda estatal, una ocupación adecuada teniendo en cuenta que el “querido líder” de la hermética y enigmática nación comunista había sido siempre un gran aficionado al cine, con una colección personal que varias fuentes aseguran llegó a tener más de 20.000 títulos.
Muchos aseguran que el dictador consideraba la película “Lo que el viento se llevó” una de las mejores jamás realizadas y que era un fan declarado de “Rambo” o la saga de terror “Viernes 13”, así como de la actriz Elizabeth Taylor, e inclusive escribió un libro titulado “El Arte del Cine”.
Jong-il estaba convencido de que el cine tenía un gigantesco potencial para la proaganda y era un anhelo suyo que Corea del Norte tuviera su propia industria del cine. Fue este anhelo lo que dio origen a una insólita historia sobre la realización de cine en Norcorea que bien podría ser plasmada en la pantalla grande por sí misma.
Para hacer realidad su sueño, Kim Jong-il mandó raptar a un afamado cineasta surcoreano y a su exesposa, una conocida actriz, para ponerlos al frente de lo que esperaba sea la surgiente industria cinematográfica norcoreana.
Prolífico y aclamado por la crítica, el cineasta surcoreano Shin Sang-ok fue considerado uno de los principales exponentes del séptimo arte en Corea del Sur durante las décadas de 1950 y 1960, produciendo cientos de películas, varias de las cuales tuvieron considerable impacto incluso fuera del país.
En los '70, sin embargo, la fuerte censura del gobierno surcoreano le costó su estudio de producción, y su ritmo de trabajo decreció considerablemente, y la mayoría de sus películas de esa década fueron fracasos. Sin embargo, un fan suyo al norte del Paralelo 38 -la línea que separa a las dos Coreas- seguía teniendo una gran admiración hacia él, y lo quería como punta de lanza de la industria de cine del país.
En 1978, la exesposa de Shin, la popular actriz Choi Eun-hee, fue secuestrada por agentes norcoreanos mientras se encontraba en Hong Kong, China, y llevada a Corea del Norte. La noticia de la desaparición de Choi hizo que Shin fuera personalmente a Hong Kong, donde él también acabó siendo raptado y llevado al país comunista.
Inicialmente, el cineasta se negó a trabajar en el objetivo por el cual había sido raptado, lo que les significó a él y a su exesposa unos cuatro años privados de su libertad. Shin intentó escapar, aunque sin éxito, logrando sólo que las condiciones de su encierro empeoraran, siendo obligado a sobrevivir con una dieta exclusivamente de arroz, hierbas y sal.
Sólo después de ser liberados, en 1983, Shin y Choi fueron llevados ante el futuro líder supremo, quien se disculpó ante ellos por el largo período de prisión que sufrieron, y le aseguró al realizador que podría hacer las películas que quisiera; varias conversaciones que tuvieron con el dictador fueron grabadas en secreto por el director y su exesposa. Poco después, aconsejados por Kim, la pareja volvió a casarse.
Fue entonces que comenzó el período de Shin trabajando como el cineasta de Kim, un período que fue puesto al mando de un estudio de cine que empleó a unas 700 personas.
En conversaciones con la revista estadounidense The New Yorker, en 2005, Shin comentó que nunca tuvo que preocuparse por el dinero, ya que tenía a su disposición recursos casi ilimitados. Por si esto fuera poco, al contrario de lo que sería lógico pensar dadas las características del Gobierno norcoreano, Kim no se entrometía en la realización de las películas, y la potestad del corte final de cada película no era de nadie más que del propio Shin, quien aseguró que el futuro dictador siempre mostró mucho apoyo, pero nunca se presentó en los sets de rodaje para imponer nada, aunque los libretos sí debían ser aprobados por él.
Sin embargo, la experiencia suponía que el director se viera obligado a traicionar su ideología para proteger su seguridad. “Fue un horrible destino”, diría en 2003 al diario británico The Guardian. “Odiaba el comunismo pero tenía que fingir devoción hacia él”.
Con un sueldo anual de unos tres millones de dólares, Shin incluso tuvo ocasión de dejar el país y llegar a filmar en ciudades como Berlín, o al menos el lado este de la capital alemana, por entonces bajo control soviético. La tentación por intentar correr hacia la embajada estadounidense fue grande, pero el riesgo era demasiado alto.
De la mayoría de los siete filmes que realizó Shin para Kim Jong-il poco se sabe, y jamás han sido vistas fuera de Corea del Norte -Shin insiste en que uno de ellos, sobre una familia coreana huyendo de las fuerzas imperiales japonesas en 1920, es la mejor que jamás realizó-, pero es la última la que añade un grado mayor de surrealismo a la historia. Entre los muchos géneros del cine de los que Kim era fanático, se hallaba el de las películas japonesas de monstruos gigantes y su exponente más universalmente famoso: “Godzilla”.
Jong-il quería una película de monstruos gigantes que siguiera la ideología socialista.
Empleando la asistencia de técnicos del mismo estudio japonés que realizaba las películas de Godzilla -e inclusive al actor nipón Kempachiro Satsuma, el segundo actor que vistió el traje de Godzilla-, Sang-ok filmó “Pulgasari”, una película -muy libremente- basada en una antigua leyenda coreana, adaptada como una historia para exaltar los ideales socialistas del país.
El filme transcurría en el Siglo XIV y tenía como centro una aldea oprimida bajo el yugo de un cruel rey. Por medios mágicos, aparece una criatura monstruosa que se alimenta del metal y entabla amistad con los aldeanos, eventualmente creciendo a enormes proporciones y ayudando a los oprimidos en una rebelión que acaba derrocando al rey.
Pero todo se vuelve aún más increíble si se tiene en cuenta lo que ocurre luego en el filme, y lo que implica o al menos parece implicar. Una vez que el monstruo ha derrotado a las fuerzas del rey, se vuelve él mismo una especie de figura tiránica, ordenando que el pueblo siga alimentándole de metal.
Si bien puede ser tomado como una metáfora de los peligros de confiar ciegamente en una figura capitalista como es el monstruo consumidor de metal, también ha llamado la atención de muchos que lo han interpretado como un paralelismo con el propio Kim Il-sung, lo que habría sido algo muy arriesgado de plasmar en la pantalla. Kim Jong-il consideró el filme un auténtico triunfo y elogió grandemente a su director.
Sin embargo, Shin no tenía intención de quedarse a ver qué pasaría después. Meses antes del estreno de “Pulgasari”, mientras se hallaban en otro de sus fuertemente vigilados viajes de negocios al exterior, esta vez a Viena, Austria -donde había sido enviado para negociar la ditribución internacional del filme-, Shin y su esposa lograron, con la ayuda de un amigo japonés, desprenderse de sus “escoltas” y se refugiaron en la Embajada de los Estados Unidos en ese país.
Temerosos de que su insólita historia no fuera creída por las autoridades surcoreanas, la pareja pidió asilo en los Estados Unidos, adonde se mudaron. Allí Shin asumió el pseudónimo de Simon Sheen y se dedicó a continuar su carrera fílmica, produciendo los tres últimos filmes de la saga de películas infantiles “Tres Pequeños Ninjas” y dirigiendo la tercera película. También produjo una “remake” de “Pulgasari”, titulada “The Adventures of Galgameth”.
Su nombre fue borrado de los créditos de “Pulgasari” y el nombre de otro realizador fue citado en su lugar. La película recién pudo verse fuera de Corea del Norte en 1998, y desde entonces se ha convertido en una popular curiosidad para los fans del género de películas de monstruos gigantes.
A mediados de los '90 finalmente decidió regresar de forma permanente a Corea del Sur, donde siguió trabajando.
Shin Sang-ok falleció en 2006 a causa de complicaciones por hepatitis luego de haber recibido un transplante de hígado dos años antes. Choi Eun-hee aún vive en Corea del Sur.