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Una noche en un bar, la compañía ideal, los nervios presentes ante una cena romántica, un momento especial con la novia de años, una cita con el amigo de siempre, o un escape con la atenta esposa, no importa el motivo para expresar los sentimientos un día cualquiera.
“Díselo con flores esta noche sin perder el tiempo, no hay ningún motivo para demorarlo más”, parte de la popular canción de la cantante mexicana Fey lanzada a finales de los 90, ¿pero de donde saco unas a esta hora? Es ahí se puede escuchar de forma casual y oportuna frase “¿una rosa para la dama?” de parte de un caballero prolijamente vestido que lleva consigo multicolores rosas.
Detrás de esas flores está Pedro Tomás Núñez Vargas (35), un hombre que recorre los principales sitios de la movida nocturna asuncena cada viernes y sábado desde hace dos décadas, un poco a pie otro poco en colectivo, en busca de aportar esa chispa de sorpresa a las veladas en pareja y así ganarse la vida.
Él es natural de la ciudad de Caaguazú, pero hace siete años debe hacer un viaje de más de 400 kilómetros para llegar a nuestra capital, pues actualmente reside en una de las localidades más violentas del país, Capitán Bado, del lejano departamento de Amambay.
Con una sonrisa en su rostro, Pedro cuenta que después de unas siete horas en colectivo, empieza su jornada laboral en plena tarde de viernes, mientras la gran mayoría de las personas abandonan sus puestos de trabajo, desde las 18:00 empieza a envolver las rosas en el brillante papel que las convierte en un atento y oportuno detalle.
Calzados cómodos, jeans, una camisa y tal vez un abrigo por si refresca, inicia su peregrinar en la cabecera de la populosa Quinta Avenida. “Cargo con un promedio de 75 rosas, que pesan más o menos seis kilos, comienzo en Avenida Quinta y Félix Bogado como a las 20:30 y termino en locales de Fernando de la Mora como a las 5:30”, dice.
En los años en que viene desempeñando su trabajo, se ganó la confianza de los administradores de establecimientos nocturnos más concurridos de Asunción, por lo que su figura de florería andante, rodeada de perfume de rosas, ya forma parte del cotidiano de fin de semana.
A pesar de su respetuoso comportamiento y su digna forma de trabajar, en el trajín no todo es color de rosa. “Tengo mis clientes, con los gerentes y dueños de locales que me conocen, es todo tranquilo, recorriendo encuentro personas diferentes, pero en algunos locales te sacan del brazo algunas veces, yo me manejo donde me permiten nomás, donde no, solo una vez intento”, relata.
Estos episodios, por fortuna, son unas pocas espinas en su día a día. “Hay algunas personas que te valoran mucho, no te compran la rosa, te dan la plata y algunos que compran toditas las rosas. Son los recuerdos más lindos”, dijo.
“La venta siempre es dura, hay que trabajar fuerte, con mente positiva. Con frío o lluvia estoy igual por los lugares”, nos dice mientras se desliza entre las mesas con su aromática carga.
En materia económica, vender rosas le permite llevar una vida digna siempre apoyado en el esfuerzo. En un fin de semana puede llegar a vender entre 100 y 120 rosas, ganancias que se reparte con la florería con la que trabaja.
Su entramado trayecto entre Asunción y Fernando de la Mora no está exento de los riesgos, sobre todo para una persona que se desplaza a pie preferentemente por la noche, aún así en los 20 años que lleva en esta actividad, no ha sido víctima de la inseguridad.
Tras intercambiar palabras, robarle una fotografía y escuchar su historia, Pedro se pierde en la noche asuncena con su característico andar.