Crónicas desde el pasillo

Un programa piloto de reducción de riesgos en poblaciones vulnerables ve sus primeros frutos a través de una revista hecha por pasilleros de Tacumbú. “Desde adentro” transmite vivencias y testimonios en primera persona, matizado con ilustraciones y más.

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“Abandonados”, “excluidos”, “con pocas o casi nulas posibilidades de reinserción”. Estas son solo algunas de las expresiones comúnmente asociadas con la población penal que sobrevive sin una celda fija en el Penal de Tacumbú, lejos de las condiciones mínimas para un encierro medianamente digno, siendo una de las muestras más elocuentes de las falencias del sistema penitenciario en nuestro país.

Si bien es cierto que muchos de los internos posiblemente se hayan vuelto adictos estando afuera y los delitos que les valieron el encierro tienen relación con las drogas, la situación de vulnerabilidad los arrastra a seguir consumiendo, aún cuando en teoría la droga es totalmente restrictiva dentro del penal capitalino, pero la realidad es otra, ellos viven y ellos la cuentan, “solo un mil basta para que te ofrezcan droga”, refleja un pasaje de “Desde adentro”.

El problema de la droga en “tierra de nadie” motivó la intervención de un grupo multidisciplinario de profesionales que iniciaron un programa de reducción de riesgos entre los habitantes del pasillo en julio de 2017. “La idea era la de disminuir el consumo de crack, interrumpir o sustituir por otra menos nociva”, explicó Federico González, psicólogo y parte del equipo de trabajo.

Los pasilleros sobrellevan algo que se denomina como “sufrimiento agregado”, teniendo en cuenta que, además del encierro en condiciones infrahumanas, se le suma la adicción al crack, “que en realidad es la única oferta en el pasillo. Por ello queríamos generar un espacio donde ofrecer algo diferente”, mencionó a su vez la doctora Raquel Samudio, psiquiatra y coordinadora del proyecto.

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Al momento de poner a consideración de las autoridades del penal de Tacumbú un proyecto que involucre a los pasilleros se tuvo el visto bueno pero acompañado de dudas y temor ante las consecuencias que pudiera tener el contacto entre los internos y los voluntarios en lo que respecta a la seguridad.

“No queríamos invadir su espacio porque había que cuidarlo, nos juntamos primero en un lugar que se conoce como cuadrilátero, ahí comenzamos a hablar del consumo, qué habían hecho en la semana, de ellos mismos salían técnicas de reducción de daños, y cuando el grupo se consolidó conseguimos otro espacio para continuar con las reuniones, en un ambiente menos ruidoso y más sano”, recordó González.

Durante las primeras charlas con un grupo de aproximadamente 30 internos, estos reconocieron que la adicción es la única alternativa para hacer llevadera la vida en la cárcel y en especial dentro del pasillo. A partir de ello se comenzaron a diseñar alternativas de distracción y la primera opción fue la lectura y la creación de una biblioteca.

“Se acordaban de los libros que alguna vez leyeron, entonces sugerimos hacer una biblioteca, ¿pero dónde vamos a conseguir una? Si ponemos en un pabellón los pasilleros no podemos ir”, manifestaron los internos. "Entonces nació la idea de una biblioteca itinerante, donde cada uno lleva un libro, le presta a otra persona, comentamos qué fue lo que leyeron y ahí se fue haciendo durante semanas, antecediendo a la etapa siguiente del proceso que era la ampliación de la vida”, comentaron los voluntarios.

La biblioteca itinerante, además de ser una sorpresa para el resto de la población penal, demostró que había interés en los pasilleros y por sobre todo reflejó la solidaridad existente entre ellos y que se fortalece en la adversidad. “Yo no sé leer pero mi kera irû (compañero de celda) me lee”, dice un interno; "leía para su copiloto analfabeto, el libro a lo mejor no era de su interés, pero leía para ayudarle a su par, en el pasillo uno no puede andar solo”.

La naturalidad con la que abordan la muerte es otra de las vivencias que marcaron profundamente a los voluntarios, en ese sentido recordaron que durante las charlas “cuando preguntábamos por qué faltaba alguno, nos dicen: o no está, se lo llevaron o directamente murió, como si nada para luego quedarnos en medio de un largo silencio”.

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A medida que transcurrían las charlas el crecimiento fue tal que los internos querían transmitir su experiencia hacia afuera, no sin antes exigir una denominación, así nació el nombre de “psicopass” (psicología pasillera), término acunado por los habitantes del pasillo y que sería prólogo de lo que vendría.

Aunque la percepción de los pasilleros hacia el periodismo es poco favorable, debido que consideran que a través de esto se fomentan los prejuicios sobre la vida en el interior de la cárcel, fue a través del periodismo que los pasilleros eligieron transmitir sus vivencias en el proyecto de reducción de daños y ampliación de la vida.

Esta vez pasaron de ser objetos de noticia a ser transmisores de ella, los pasilleros se metieron en las pieles de entrevistador y entrevistado para transmitir sus vivencias personales y la manera en que el proyecto psicopass estaba contribuyendo a la transformación de su entorno.

“Era una necesidad contar lo que estábamos haciendo, que de por sí ya era algo loco para los pasilleros, y tenían ganas de sacarlo para afuera. Armamos una revista para que cada uno se exprese, ahí nos dimos cuenta de que había gente que escribía, que pintaba, que dibujaba bastante bien, y eso explotamos, contamos la experiencia desde adentro”.

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A lo largo de sus 28 páginas la revista pasillera cuenta con la fidelidad propia de quienes la viven, como es el universo en esa suerte de limbo carcelario, donde las únicas pertenencias son las ropas o las frazadas y que están constantemente en riesgo de desaparición, ni hablar cuando alguno de ellos accede a pertenencias de mayor valor o dinero.

También transmiten sus ansias de tomar contacto con sus familias en los días de visita y la desazón que sobreviene al momento en que suenan las campanas con la despedida por un lado o con la amargura de la soledad.

Definida como un grito de denuncia sobre las condiciones de encierro y el abandono familiar, también se pueden leer testimonios esperanzadores, muchos de ellos fruto del programa, varios que están reduciendo sus hábitos de consumo y el círculo se va ampliando, y lo más resaltante es la vocación artística que han despertado los colaboradores del naciente medio.

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El abordaje del consumo de drogas, la reducción de riesgos y ampliación de la vida tiene su origen en el Bañado Sur entre el 2009 y  el 2010, a cargo de la organización Enfoque Territorial, que ganó un proyecto de la Conacyt para analizar la situación de personas en situación de vulnerabilidad en general y privadas de su libertad en particular.

A partir de este trabajo se identificaron tres grupos sensibles, nativos, personas que viven con VIH y personas con discapacidad psicosocial. La doctora Samudio recordó que al momento de iniciar con el macroproyecto notaron la dura realidad del crack y la necesidad de “hacer algo más” por esta franja, y es así que arrancó el programa piloto.

Consultada sobre la posibilidad de extender el programa hacia otros reclusorios, la doctora Samudio señaló que existe predisposición de la parte penitenciaria, pero no cuentan con recursos económicos para ampliar el mismo. “Hicimos esto de forma voluntaria porque era algo en lo que creíamos, queremos que esta investigación sirva para replicar, capacitar a otras personas, y que se implemente en todas las penitenciarías”, dijo.

Por su parte González remarcó que con base en la experiencia psicopass notaron que el programa de reducción produce efectos positivos, pero es obligación del Estado modificar su abordaje del problema de las drogas en los recintos penitenciarios.

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“El drama mayor es que el tema de las drogas se trata desde el punto de vista de la seguridad y no de la salud, las personas que trabajan en la salud dentro de las cárceles se sienten maniatadas, porque dicen que esta persona debe ir a tal parte, pero eso finalmente termina siendo decidido por un guardia de seguridad, no lo decide un médico, no hay decisiones tomadas por médicos, psicólogos o psiquiatras”.

“Las cárceles nuevas tienen que tener un formato diferente, si se tiene la misma lógica que se aplica en Tacumbú, entonces será un espacio de negocios, de lucro con las drogas, si hay personas con adicción que haya espacios de reducción de daños y de salud y menos espacios de criminalidad”.

La primera tirada de la revista ya está a la venta y lo recaudado será destinado en su totalidad a la compra de artículos de primera necesidad para los participantes del programa. Para quienes quisieran adquirir números de revista, comunicarse al inbox de Enfoque Territorial.

También se reciben libros para la biblioteca pasillera y donaciones de víveres y artículos de aseo personal para los participantes en las oficinas de Enfoque Territorial, San Francisco 1288 casi San Antonio – oficina 3, (021) 338 0669, Barrio Jara, Asunción. Coordinar con Javier Mendoza (0982-439-484).

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