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Pasaron 12 años desde aquella trágica noche, la penúltima de diciembre de 2004. Una noche en que Argentina sufrió la más dolorosa de sus tragedias.
Siendo aquella tierra albergue de tantos compatriotas que han encontrado un medio de vida en aquel país, era natural que en la trágica lista de 194 fallecidos y al menos 1.400 heridos que dejó el siniestro estuvieran también presentes cuatro paraguayos.
Nelson Ignacio Pereira Silva (21), Jorge Manuel Pereira Silva (20), Derlis Aurelio Espínola Monges (20) y Alicia González Fretes (24) son los nombres de nuestros cuatro compatriotas que fueron a un recital a divertirse, sin imaginar que sería el último día de sus vidas.
La historia de los hermanos Nelson Ignacio Pereira Silva y Jorge Manuel, que tomaremos en este reportaje, es tan solo una las de las miles que se entretejen detrás de la mayor tragedia no natural de Argentina, ocurrida el 30 de diciembre del año 2004.
El ambiente era festivo y en el aire se respiraba alegría en Buenos Aires, Capital Federal. Era diciembre, acababa de pasar la Navidad y estábamos a un día del Año Nuevo.
El recital de la banda Callejeros, una de las más afamadas en ese momento, había sido muy promocionado y todos los fanáticos de la escena del rock querían estar presentes. Se vendieron más de 3.500 entradas y el lugar solo estaba preparado para 1.031 espectadores. Finalmente, consiguiendo entradas en puerta, ingresaron 6.000 almas a contemplar aquel concierto.
Nelson y Jorge nacieron en la localidad de San Ramón, departamento de Misiones, pero, desde muy pequeños, se mudaron a vivir a Buenos Aires. Aun así, la familia nunca olvidó los orígenes de esa sangre tricolor que corría por sus venas. Ambos eran los menores de una familia que también está integrada además por su hermana mayor, Andrea, y su madre, Teodora Silva.
No eran muy fanáticos de Callejeros. De hecho, era la segunda vez que iban a un show, recuerda su hermana Andrea Pereira (32) en un contacto telefónico desde Argentina. “Callejeros era como una moda en ese momento”, cuenta.
En el primer recital al que fueron se anunció que iban a estar en República de Cromañón, un boliche muy popular de la época, alojado en Once, el 30 de diciembre. Los muchachos tuvieron muchas ganas de ir, recuerda la joven. Ambos eran trabajadores y comprar una entrada representaba un esfuerzo considerable. Pero para ellos, Callejeros lo valía.
Acordaron encontrarse en la Estación de Once al salir de sus trabajos, para ir juntos hasta Cromañón. Así lo hicieron. Ingresaron al boliche temprano y, minutos después de las 22:00, los artistas aparecieron en escena. Todo estaba listo para que se iniciaran los primeros acordes.
Antes, Omar Chabán, gerente del lugar, hizo una advertencia que en ese momento fue común, pero luego dejaría en evidencia una suerte de premonición. “Hijos de p..., paren con las bengalas. Porque si acá se prende fuego no sale nadie, ¿eh? Nos vamos a morir todos como en el shopping de Paraguay”, expresó, como intentando calmar a las masas.
El Pato Fontanet, al tomar el micrófono, también añadió una advertencia: “¿Se van a portar bien?”, preguntó. Pero no hubo forma. Miles de jóvenes llenos de la adrenalina del rock and roll no querían escuchar nada que no fueran los temas de Callejeros. Finalmente, después de tanto esperar, llegaron los primeros sonidos eléctricos de la guitarra. Al ritmo de“Distintos”, los jóvenes pogueaban enloquecidos.
Nadie imaginaba que faltaban solo 2 minutos con 33 segundos para el horror. Apenas inició el primer tema, comenzaron las bengalas y explosiones.
Ambiente cerrado, humo, olor a pólvora... peligro. Pese a la advertencia, la banda no detuvo el concierto. Entre tantas bengalas, fue una la que marcó el inicio del final. Una brasa que cayó del techo inició el fuego. Al percatarse de que algo extraño estaba ocurriendo, poco a poco, la banda dejó de tocar.
Aquel boliche tan concurrido se convirtió en una trampa mortal y los chicos, desesperados, empezaron a correr hacia la salida, intentando escapar de las entrañas de aquel infierno. Unos murieron asfixiados, otros aplastados. Las sirenas de las ambulancias se escuchaban a la distancia y los que habían zafado del desastre ayudaban a los bomberos a sacar a sus amigos.
La fila de chicos tirados en el asfalto, semidesnudos, era un reflejo de la gran desgracia.
Doce años después, Andrea Pereira (34), la hermana mayor de Nelson y Jorge, cree que el dolor no pasa, pero el ser humano logra exorcizarlo con el tiempo. Cuesta mucho empezar a hacerle preguntas, pero ella nos tranquiliza diciendo que la entrevistemos con confianza. Cree que recordar a sus hermanos es una forma de homenajearlos, no para revivir el dolor, sino para recordarlos con amor.
“Quiero hablar de esto sobre todo para que no pasen más estas cosas. Para que los chicos puedan salir, divertirse y volver a sus casas. Para que ninguna mamá se encuentre llorando en la madrugada por la perdida de su hijo. Que de una vez se aprendan las medidas de seguridad que tienen que tener los boliches”, expresa Andrea a ABC Color.
Como paraguaya, ella no olvida que también en agosto de 2004, unos meses antes de lo de Cromañón, había ocurrido la terrible tragedia del Supermercado Ycua Bolaños, en la que perdimos a alrededor de 400 personas.
Cuando todo pasó, Nelson y Jorge tenían 20 y 21 años. Andrea, la mayor, 22. Por la cercanía de edades, los tres hermanos siempre fueron muy unidos.
De hecho, ella también estuvo invitada a ir al concierto esa noche, pero les dijo que no a sus hermanos, pues en ese entonces su bebé tenía solo dos años y no podía descuidarla. “Mi esposo, que en ese momento era mi novio, iba a ir también. Pero, por motivos de la vida, ese día el llegó tarde del trabajo y no los acompañó. La entrada extra se la dieron a otro amigo. Ese chico sí pudo salir de Cromañón”, cuenta.
Nelson y Jorge habían ido a comprar las entradas en los primeros días de diciembre, porque temían que se agotaran. Pero ya después, durante las investigaciones judiciales, se descubrió que los boletos seguían vendiéndose en puerta, aún cuando la capacidad del local estaba absolutamente rebasada. “Cobraban 10 pesos y los dejaban pasar”, declara Andrea.
Todos vivían con su madre, pero esa noche Andrea había ido a quedarse a la casa de su suegra.
“Yo estaba haciendo dormir a mi hija y en eso mi esposo me cuenta que el boliche donde mis hermanos habían ido se estaba incendiando. No lo podía creer. Había apagado la tele para hacer dormir a mi nena y los noticieros ya estaban hablando del tema. Eran tipo 23:30”, recuerda en un tono calmo, que evidencia que las heridas han cicatrizado, pero las marcas permanecen imborrables.
Andrea no quiso llamar a su madre enseguida. No la quería asustar. “La verdad es que pensé que era algo pasajero, que iba a ubicar a mis hermanos en un rato. No pensé que tomaría tremenda magnitud el incendio”, cuenta nuestra entrevista. En la televisión, mostraban que la cifra de muertos y heridos aumentaba cada minuto. Chicos que sacaban a otros chicos, caras llenas de hollín, zapatillas deportivas sin dueño esparcidas por el suelo, mucho dolor.
Con calma, marcó el número de Nelson y luego el de Jorge. Tono de llamada y contestador. Del otro lado, un torturador silencio. Finalmente, se armó de valor y llamó a la madre. Eran las 02:00 y no sabía cómo decirle lo que estaba ocurriendo para no preocuparla. Pero ella fue la sorprendida al enterarse de que su mamá ya estaba frente a Cromañón, buscando a los chicos.
La desesperación era enorme y no servía de nada. No dejaban pasar a nadie al boliche. Los bomberos les decían que fueran a buscar a los chicos en los hospitales más cercanos. Así empezó la odisea. “Fui junto con mi madre en el auto de un tío, buscando a Nelson y a Jorge por todos los sanatorios. Era una locura, un infierno la verdad”, recuerda.
La desgarradora búsqueda consistía mirar uno por uno los rostros llenos de hollín de los chicos, algunos muertos, otros heridos, porque no se podía reconocer los rasgos a simple vista. “Era querer limpiarles la cara con algo en la desesperación por reconocerlos. Así estuvimos hasta las 08:00 de la mañana”, recuerda Andrea.
Por fin, una pista llegó. Luego de una intensa búsqueda por hospitales, Teodora encontró a Nelson en el Hospital Penna de Buenos Aires.
Estaba en terapia intensiva y con los peores pronósticos a consecuencia de una neumonía. Los doctores les contaron que Nelson, al momento de ser encontrado, tenía su camiseta atada al rostro, a modo de protegerse del humo. Por los signos que presentaba a nivel pulmonar -había inhalado mucho dióxido de carbono y tenía las vías respiratorias quemadas por dentro- los médicos estaban casi seguros de que Nelson, a pesar de haber logrado salir, regresó varias veces al interior de Cromañón, para buscar a su hermanito.
Faltaba Jorge, y no había rastros en los hospitales. Era hora de emprender un camino demasiado difícil de asumir: ir a las morgues. Sobre Nelson, los doctores decían que solo se podía esperar un milagro. “No había esperanzas, y hacían tanta falta”, recuerda Andrea.
La familia se dividió en dos grupos. Andrea y Teodora quedaron en el hospital a cuidar a Nelson, mientras dos tíos se fueron a seguir buscando.
“Yo me negaba a asimilarlo. El hecho de ir a buscar a mi hermano entre los muertos no podía ser posible. Le dije a mamá: ‘Busquemos, no perdemos nada, total, yo siento que mi hermano está vivo, tiene que estar vivo. Capaz no lo vimos, o por ahí está perdido, aturdido. Capaz volvió a casa”.
Su mente adquirió la capacidad de imaginar todos los escenarios posibles, menos aquella idea terrible que cada vez amenazaba más con transformarse en realidad. Era difícil seguir luchando con la única armadura que le quedaba: la esperanza de encontrar a Jorge con vida en algún rincón de esa pesadilla. Y así pasó aquel 31 de diciembre.
La pantalla del celular se iluminaba indicando la llamada entrante de uno de sus tíos. Andrea atendió mecánicamente y, del otro lado, una voz cortante le preguntó cuál era el nombre del amigo que había ido al recital con Jorge y Nelson. Ni bien terminó de responder, su tío cortó sin explicaciones.
Pablo Paz, amigo de sus hermanos, había salido a tiempo del boliche y se encontraba a salvo en su casa. A la media hora, su tío volvió a llamarla: Jorge había guardado en la mochila de Pablo su billetera con documentos, por lo que la policía se confundió. Quien estuvo en la morgue desde un primer momento bajo el nombre de Pablo en realidad era su hermano. Jorge ni siquiera tuvo tiempo de llegar a un hospital. La vida se le fue a bocanadas de aire dentro de aquel boliche del terror.
Los noticiarios arrojaban la cifra cruel: 194 jóvenes vidas, 194 amigos que ya no estaban, 194 brindis de fin de año que no se podrían realizar.
Recién a las 23:00 del 31 de diciembre, la familia Pereira tuvo certeza del paradero de sus dos miembros. Aunque desgarradora, la verdad era mejor que la incertidumbre. “Fue un infierno, la verdad esa es la palabra. Escuchar los cohetes que explotaba la gente a la medianoche celebrando el Año Nuevo mientras nosotros íbamos a la morgue a retirar el cuerpo de mi hermanito”, relata Andrea.
Nelson luchó con todas sus fuerzas hasta el 14 de enero. En esos 15 días, una sola vez abrió los ojos y abrazó a su hermana. Lo enterraron el día del cumpleaños de Andrea.
Doce años después, en cada fiesta de fin de año, los lugares vacíos que dejaron Jorge y Nelson en la mesa de Año Nuevo revelan un dolor tangible y perenne en la familia Pereira. Pero la llegada de los nietos y el positivismo de todos, ayuda a que los recuerdos, en lugar de lúgubres, sean transformen en anécdotas felices y cariñosas, que rememoran las risas y travesuras que dejó este par de hermanos durante su corto paso por la vida.
El 6 de abril pasado, la banda “Don Osvaldo” -encabezada por el antiguo líder de Callejeros, Patricio Fontanet (37)- tenía previsto subir a escenario en la Ciudad de Corrientes, Argentina. Pero el show se canceló ya que el músico tuvo que volver a prisión a purgar una pena de 7 años de cárcel que, en estas condiciones, iría hasta agosto del 2021.
Hoy en día, todos los miembros del ya disuelto grupo cumplen condena, pues la Justicia argentina los declaró responsables del siniestro de Cromañón. Otro sentenciado fue un empleado del boliche, el entonces jefe de la comisaría de la zona y tres exfuncionarios del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, que estaban encargados del control de seguridad de locales nocturnos.
En tanto, el gerente de Cromañón, Omar Chabán -que había sido condenado a casi 11 años de encierro- murió en 2014 cumpliendo una condena domiciliaria porque estaba enfermo.
En un primer juicio oral (2009), los músicos habían sido absueltos del caso. Pero en el año 2011, una nueva carátula de la causa determinó la condena, que fue modificada a través de una apelación. Posteriormente, las penas fueron confirmadas -al menos en la mayoría de los casos- en un último fallo que quedó firme en abril del 2016, 11 años después del siniestro.
En definitiva, la Justicia Argentina consideró que la banda tuvo responsabilidad en el incendio. Exceptuando al cantante, el resto de los músicos fueron sentenciados a cinco años de prisión. Los sentenciados son los guitarristas Maximiliano Djerfy y Elio Delgado, el bajista Christian Torrejón y el saxofonista Juan Alberto Carbone, cuyas condenas se extenderán hasta el 2019. Por su parte, el escenógrafo de la banda, Daniel Cardell, debe cumplir 3 años de prisión.
Djerfy fue beneficiado con un arresto domiciliario debido a que es hijo único y sus padres atraviesan un delicado estado de salud. Asimismo, el exmánager de Callejeros, Diego Argañaraz -quien perdió a su esposa en la tragedia- también fue condenado a 5 años de prisión, pero recientemente obtuvo su libertad condicional.
El baterista Eduardo Vázquez (41), sobre quien también pesa una condena de 5 años, sumó a su cargo una cadena perpetua. En un hecho completamente ajeno al caso de Cromañón, Vázquez fue encontrado culpable del asesinato de su esposa, Wanda Taddei, quien falleció en 2010 a consecuencia de unas severas quemaduras provocadas.
La sentencia que soportan Callejeros y los demás condenados no es directamente por homicidio, sino por los delitos de estrago culposo y cohecho.
En 2009 habían sido absueltos por el crimen de estrago “doloso”, pues la Fiscalía insistía en que los músicos actuaron eran conscientes de que meter a tanta gente al boliche podría desencadenar una tragedia, pero aún así lo hicieron.
Posteriormente, la carátula de la causa cambió a estrago “culposo”, pues no se comprobó que los músicos se hayan puesto a pensar en la posibilidad de un incendio. Aún así, la Justicia consideró que son responsables de la tragedia porque decidieron tocar aunque sabían que era un local cerrado, sin condiciones de seguridad para emergencias, y con entradas excesivamente sobrevendidas. Incluso, se comprobó que sabían que se detonaría pirotecnia, pues cubrieron con chicles en los extintores, ya que el ruido de las pocas alarmas contra incendios que había “les molestaba”.
Por otro lado, el delito de cohecho o “coima” refiere al hallazgo de pagos que hacía el mánager de Callejeros a la policía para que se hiciera de la “vista gorda” y no reporten las irregularidades registradas en las noches de show. Por los mismos delitos fue condenado a 6 años la mano derecha del gerente del boliche, Raúl Villarreal, y el subcomisario Carlos Díaz, quien fue sentenciado a 8 años de prisión.
Asimismo, las autoridades de Ficalización y Control, y de Control Comunal de la gobernación porteña -Gustavo Torres, Ana María Fernández y Fabiana Fiszbin- recibieron penas de 3 años y 9 meses, 2 años y 10 meses y 4 años, respectivamente. Los tres fueron encontrados culpables del delito de “omisión de deberes del funcionario”, ya que fue culpa de ellos que el boliche funcionara sin tener en cuenta las condiciones básicas de seguridad.
La argentina Nilda Gómez (59) estudió Derecho para honrar con justicia la memoria de su hijo Mariano, quien murió a los 20 años en la tragedia de Cromañón. Pero no solo la de él, sino la de cientos de padres que, así como ella lo hacía, recorren los pasillos de los tribunales con la foto de sus hijos fallecidos, exigiendo una justicia que no comprenden, y que no los comprende a ellos.
De no entender ni una sola letra de la carpeta fiscal, pasó a ser una experta en derecho penal que hoy lleva casos de cientos de padres que perdieron a sus hijos en Cromañón y en otras tragedias. Y así, se convirtió en la líder de la organización Familias por la vida, que llevan adelante las madres de los chicos fallecidos en Cromañón.
En contacto telefónico con ABC Color desde Buenos Aires, Nilda nos explica que en lo concerniente a la causa penal, el caso ya se cerró absolutamente, por lo cual las condenas están firmes. No así con las causas civiles, que continúan llevándose en forma individual por las numerosas víctimas.
Muchos son los que se preguntan por qué motivos tanto el Pato Fontanet como los demás integrantes del grupo ingresaron a prisión y volvieron a quedar libres cuando habían cumplido 20 meses, para posteriormente volver a ingresar a las penitenciarías. Nilda explica que esto se debe a una “justicia garantista” que se tiene en la Argentina. “Si la defensa hace bien su trabajo, tiene muchísimas posibilidades de ir rebatiendo cada condena que se va dando”, nos explica la abogada y madre.
Una vez revisado el caso y llevado a la Corte Suprema, esta declaró que ya estaba todo concluido y se empezó a cumplir la condena. Sin embargo, este mismo garantismo otorga la posibilidad de que los condenados vuelvan a salir antes del cumplimiento de la sentencia, por buen comportamiento, cursos realizados, etcétera. “Se les descuentan días, pero bueno, no hay nada que hacer”, manifiesta la mujer.
La postura de los familiares es clara: afirman que la banda Callejeros es responsable del incendio. “Sabían que podían ingresar nada más que 1.031 y mandaron a imprimir 3.500 entradas”, relata Nilda, asegurando que todos los hechos que menciona fueron probados.
En representación de todos los padres de víctimas y sobrevivientes, Nilda dice que se encuentran conformes con la condena. “La sentencia dice “culpables”, y es correcto. Ahora bien, no estamos conformes con la cantidad de años ni con la carátula porque dice “estrago culposo”. “Estamos absolutamente seguros de que allí hubo dolo eventual”, sostiene.
El dolo eventual se refiere a cuando una persona sabía, pensó, o al menos le advirtieron que determinada acción u omisión podría provocar un daño. Pero actúa a sabiendas, dejando el resultado a la eventualidad. “La banda era coorganizadora del evento junto con Chabán, el gerente del boliche, por lo tanto ellos eran los que decidían cómo se iba a hacer” el show, reafirma Nilda.
Mariano (20) era estudiante de Derecho y amante del rock and roll. Era el único hijo varón de Nilda, pues además está Carolina, la hermana mayor de Mariano. La noche que el chico fue al show de Callejeros, Nilda no estaba en Buenos Aires. Sin mamá en casa, a Carol le tocó la tarea más desgarradora: salir a buscar a su hermano y sufrir la locura de no hallarlo vivo.
Producto de esa pesadilla, la salud de Carolina se resquebrajó. Sus riñones le comenzaron a fallar y Nilda tuvo que donarle uno. Actualmente, el segundo riñón sufre fallas y la joven espera un nuevo trasplante. Su madre afirma que las secuelas en su salud física son producto del estrés terrible que tuvo que vivir aquella noche.
El empuje que tiene para encabezar la organización de madres de Cromañón lo atribuye a la fuerza que le envía Mariano desde donde esté. “Decidí ponerme fuerte en el momento en que fui al entierro de mi hijo y lo vi ahí la cara marcada con una zapatilla en la mejilla, con los ojitos cerrados. Ahí, yo también hubiera querido morirme, pero tuve que decidir. O me moría, o me levantaba a matar la injusticia, la impunidad, la corrupción, el olvido”, expresa Nilda.
Una de las metas de la organización “Familias por la vida” es cambiar toda una concepción acerca de la costumbre de hacer festivales sin que el público importe. Tienen incluso una red de asistencia a las personas afectadas por la tragedia de Cromañón.
La tesis que sostiene firmemente la organización es que la tragedia se pudo haber evitado y que hay responsabilidades políticas que no se pagaron nunca. “La banda la sacó barata, consideramos a Cromañón un crimen social, una masacre. El estado tenía presente al boliche porque lo usaba para cobrar coimas. Fue un estado presente el que provocó la muerte”, afirma Nilda.
Solo la memoria y la justicia alivian la herida de 194 familias para las que la Nochevieja ya nunca será igual. Tanto Andrea como Nilda aseguran que no se trata de rencor, sino de darle paz al alma sabiendo que los responsables de aquella noche aprendieron la lección pagando sus culpas.