Cinco momentos de boxeo en el cine

Con motivo del estreno en Paraguay de “Ajuste de Cuentas” recordamos cinco grandes encuentros en cuadriláteros del celuloide.

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Este viernes se estrena en cines de Paraguay Ajuste de Cuentas, un filme que reúne a dos legendarios actores con notorios roles como boxeadores en el pasado, Sylvester Stallone y Robert De Niro, y los devuelve al ring.

Por eso es oportuno recordar algunos momentos destacados de boxeo en el cine, incluyendo el filme que le dio el Óscar a De Niro y el más taquillero de la saga que hizo famoso a Stallone, además de la historia de otros dos boxeadores de la vida real y una historia muy irreal pero bastante entretenida.

De todos los personajes autodestructivos que protagonizaron películas de Martin Scorsese, sin duda uno de los más emblemáticos –y más autodestructivos- es el boxeador Jake LaMotta, interpretado de forma inolvidable por Robert De Niro en Toro Salvaje, un filme que es considerado un clásico y una de las mejores películas de la historia del cine.

Toda la película está filmada en blanco y negro, lo que le da un estilo único y tiene la ventaja de disminuir un poco el impacto de lo que sin duda son algunas de las más brutales escenas de pelea jamás plasmadas en celuloide. Seguimos la vida de LaMotta, un destacado boxeador de peso mediano, desde 1941 hasta luego de su retiro quince años después. Los segmentos en los que vemos al violento LaMotta volverse cada vez más inestable y trágicamente aislado a todos los que lo rodean van intercalados con dinámicas y, en cierto sentido a pesar de su naturaleza gráfica, hermosas recreaciones de algunas de las más importantes peleas de la carrera del púgil.

La que se lleva el premio es sin duda la última, el encuentro entre LaMotta y el legendario Sugar Ray Robinson, por el título mundial de su categoría, en 1951. En una secuencia visualmente poética al mismo tiempo que dolorosa, vemos a LaMotta casi ausente, incapaz de oponer más resistencia pero tercamente negándose a caer ante la andanada de devastadores puñetazos del rival, desafiándolo a que siga. Luego de unos minutos que parecen interminables, la pelea finalmente es dada por terminada y el título pasa a Robinson. Con el rostro hinchado hasta hacerlo casi irreconocible, LaMotta se acerca a su rival, a quien había propinado años atrás su primera caída en el ring. “Nunca me tumbaste, Ray”, alcanza a decirle, aferrándose a lo que considera una pequeña victoria dentro de una aplastante derrota.

¿Es un totalmente desvergonzado filme de propaganda estadounidense contra la Unión Soviética? El póster del filme mostraba a Rocky (interpretado como en las tres películas anteriores por Sylvester Stallone, quien también dirigió y escribió el guión) en pose de triunfo prácticamente envuelto en la bandera de los Estados Unidos. Eso debería responder la pregunta de forma bien clara.

Eso no significa que no tenga méritos. Claro, Stallone no estaba haciendo su mejor trabajo a la hora de escribir un guión, con una historia simplista y totalmente carente de cualquier tipo de sutileza. Pero como se dice de la guerra, en ella todo vale, y que la guerra sea fría no la hacía una excepción. Por cuarta vez Rocky Balboa se ponía en frente a un rival en apariencia muy superior, triunfando con su indomable fuerza de voluntad y en esta ocasión además dándole una lección a los enemigos del modo de vida americano.

Si algo tiene a favor el filme, es el hecho de que Stallone, aunque sea bastante irregular como guionista, siempre ha sido un muy buen director en el aspecto técnico. Sabe mover la cámara y escoger ángulos para acentuar la acción en pantalla, y esa destreza es especialmente notoria en el efectivamente épico encuentro final entre Rocky y el imponente gigante ruso conocido como Ivan Drago (Dolph Lundgren). Es esa inolvidable secuencia, con Rocky siendo inicialmente pulverizado por un rival en quien los golpes parecen causar tanto daño como harían en una pared, y eventualmente sobreponiéndose con un poco de clásico espíritu perserverante hasta poner de su lado al público ruso, la que hace tan difícil resistirse a dejar la película cuando la encontramos al hacer “zapping” en la televisión.

Dirigida por Ron Howard –quien el año pasado nos recordó con Rush que es muy bueno haciendo películas deportivas-, Cinderella Man es la historia de James Braddock (Russell Crowe), quien boxeó en los años de la Gran Depresión en los Estados Unidos y, a pesar de ser considerado demasiado viejo, logró convertirse en campeón mundial peso pesado.

Aunque la pelea final es entre él y el entonces campeón Max Baer, el momento que me pareció más impactante en el filme es su pelea anterior con Art Lasky (Mark Simmons). Lo que realmente vende el momento es la actuación de Crowe, específicamente un detalle de la misma. Como puede usted ver en el video, luego de recibir un devastador golpe directo de Lasky que manda a volar su protector bucal, visiones de la pobreza que amenaza a su familia pasan ante los ojos de Braddock.

Braddock recupera en seguida la compostura, y mira a Lasky con una expresión, a falta de otra palabra, aterradora, con una sonrisa que parece querer comunicarle al rival que para él la derrota no es una opción, así que es momento de tener miedo. Por la expresión de terror en el rostro de Lasky, parece que el mensaje se entendió. Luego de que Braddock, goteando sangre, recupera su protector, las cosas concluyen como uno esperaría. Tanto la carrera como la nariz de Lasky salen mucho peor que como llegaron.

The Fighter, el filme que convirtió a David O. Russell en el niño mimado de la crítica y habitual de los premios Óscar que es actualmente, sigue la carrera del boxeador Micky Ward, pero es más que nada una exploración de las relaciones intrafamiliares, un tema común en la filmografía del director.

El filme muestra a Ward en medio de varias fuerzas que lo estiran hacia distintas direcciones, desde su posesiva madre y su hermano adicto al crack hasta su novia, quien intenta liberarlo de la influencia de su familia. Es solo cuando todas las partes deciden unirse por el bien del boxeador que Micky brilla con mayor intensidad, en la pelea por el título contra Shea Neary.

Lejos del expresionismo visual de Scorsese y Howard, y del dinamismo técnico de Stallone, Russell filma en un estilo realista, casi de documental o de transmisión televisiva, que le da una sensación interesante de realismo al filme.

Esta película tenía todos los ingredientes de un desastre cinematográfico en ciernes. Un argumento ridículo y repetido hasta la irrelevancia, un niño protagonista, un director cuya filmografía previa inspiraba poca confianza, y una dependencia de efectos especiales que podía resultar muy contraproducente a menos que se contratara a gente con verdadero talento en ese campo.

La sorpresa fue grande cuando el filme no solo no resultó ser un fracaso terrible, sino que acabó siendo un filme más que disfrutable, con muy buenos efectos por computadora al servicio de muy buenas secuencias de combate y una historia que, aunque abundante en clichés, se beneficiaba de un mundo que resultaba interesante una vez que uno aceptara la bastante improbable idea de que la humanidad preferiría ver a robots despedazándose a golpes en vez de ver a humanos golpeándose hasta la inconsciencia.

Seguro, el niño sí podía ser bastante molesto por momentos, pero afortunadamente Hugh Jackman estaba a mano para salvar el día.

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