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Blade, inmortalizado en la pantalla grande por el distantemente carismático y marcialmente habilidoso Wesley Snipes, no fue el primer héroe negro de cómic en tener su propia película.
Su turno llegó después de intentos más bien poco exitosos de parte de Spawn, quizá el ícono definitivo de la tendencia infantilmente “madura” y ultraviolenta de los cómics en los '90, la malinterpretación de las virtudes de los enormemente influyentes trabajos de Alan Moore o Frank Miller a finales de la década anterior; y Steel, en la que el basquetbolista Shaquille O'Neal interpretaba a un personaje nacido en el seno de DC Comics como un reemplazo temporal para un recientemente fallecido Superman.
Esos dos filmes fueron estrenados en 1997, e incluso antes hubo un par de comedias superheróicas con protagonistas de color como Blankman o Meteor Man.
No, Blade –que llegó en 1998 al cine– no fue el primer superhéroe de color en llegar a la pantalla grande, pero fue el primero con verdadero impacto e influencia, calidad y un merecido éxito comercial.
Basado en el cazavampiros creado 1973 como uno de los íconos del lado sobrenatural del Universo Marvel por el apropiadamente apellidado guionista Marv Wolfman y el dibujante Gene Colan, el Blade trasplantado al cine por el director Stephen Norrington y el actor Wesley Snipes dejaba de lado el peinado afro y los vivos colores de sus orígenes en los cómics por una estética más acorde a lo que uno vería en el cine de acción de los '90 y principios de la década del 2000.
Con sus lentes oscuros y elegante abrigo negro, Blade se establecía como precursor del estilo de moda que uno año después Matrix codificaría como el estándar a imitar por numerosos otros filmes del género.
El ataque a su madre por parte de un vampiro cuando estaba a punto de dar a luz convirtió a Blade (alias Eric Brooks) en una especie de eslabón único entre humanos y vampiros: dotado de su superfuerza y capacidad de regenerarse tras ser herido, pero libre de la aversión mortal de los nosferatus a la luz solar, Blade utiliza toda las fortalezas de los vampiros y la ausencia de casi todas sus debilidades para declararles la guerra, buscando venganza por la muerte de su madre. La única debilidad vampírica que lo afecta es la sed de sangre, que aplaca por medio de un suero especial hecho por su aliado humano Whistler (Kris Kristofferson).
Las secuencias se acción del filme lo convierten en un entretenido espectáculo de violencia, con buena coreografía y un Snipes en el tope de sus considerables capacidades como estrella de artes marciales, y el hecho de que los efectos especiales por computadora son por lo general sutiles, empleados solo para aumentar ligeramente la acción – al menos hasta el enfrentamiento final, donde se salen de control.
Pero al final lo que define al filme es su personalidad única y distintiva, su ambientación ambigua pero tangible de una ciudad no específica, mezcla de Nueva York y Los Ángeles, dos ciudades en extremos opuestos de Estados Unidos que ilustran de forma muda las dos realidades del mundo del filme: la fachada de normalidad y el submundo de baños de sangre dominado por una especie que desafía la posición de la humanidad como los seres dominantes del planeta.
El filme enmarca a los vampiros como una infección en el mundo, una enfermedad que se ha propagado hasta infectar gran parte de la ciudad anónima en que trascurre la acción, y la constantes secuencias en las que se mezclan sangre y sexo hacen una clara referencia a enfermedades de transmisión sexual. Eso sin mencionar el hecho de que Blade literalmente tiene que inyectarse un suero de forma regular (uno que es cada vez menos efectivo) para mantener a raya sus necesidades vampíricas, o el papel protagónico de Karen Jenson (N'Bushe Wright), una doctora rescatada por Blade que acaba descubriendo un método químico para destruir la "infección".
Como enemigo principal de Blade se levanta Deacon Frost, interpretado con la amenaza de un depredador confiado por Stephen Dorff, quien, al igual que Blade es en cierta forma un marginado, despreciado por la sociedad “pura sangre” vampírica por haber sido convertido y no haber nacido vampiro: un mestizo mirado con desdén por la raza pura, pero al mismo tiempo un genocida dispuesto a eliminar o subyugar a todos los que considere inferiores.
El filme sería seguido por una secuela estrenada en 2002 y dirigida por un Guillermo del Toro que un año antes con El Espinazo del Diablo comenzaba a hacer que su nombre sea ampliamente conocido, y que produjo un filme de calidad que profundizaba en su mirada más cercana al submundo de los vampiros; y una tercera parte de la mano de David S. Goyer que se quedaba lejos de sus predecesoras en nivel de calidad.
Pero tanto en su importancia para la representación racial como en su influencia en el subgénero que ahora reina por completo la industria hollywoodense, Blade es un filme de enorme importancia.