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- “¡Le mataron a Santiago! ¡Le mataron a Santiago!”
Al otro lado del teléfono, Ana María Morra reconoció la voz de Zulia Giménez, jefa de prensa de Radio Mburucuyá, la emisora que pertenecía a su marido Santiago Leguizamón y que operaba desde Pedro Juan Caballero. A los gritos y sin poder decir otra cosa, la mujer le estaba dando la noticia que tanto tiempo había temido escuchar, pero que en cierta manera esperaba.
Sentada en su oficina en Asunción, a 450 kilómetros, Ana María colgó el teléfono y el mundo parecía venírsele encima. En su cabeza solo tenía los rostros de sus cuatro hijos, que en aquellos días tenían entre 1 y 14 años. Los pequeños estaban solos con la empleada en la casa de la familia y recibieron la noticia de que su padre había sido asesinado en la frontera con Brasil, esa zona de nadie, porque la empleada escuchó lo que había ocurrido en la radio.
Recordar aquel viernes 26 de abril de 1991 todavía genera un comprensible dolor en ella. A 25 años de ese día, sentada en su oficina, trata de encontrar las palabras y la fuerza para poder continuar con su relato.
- “¿Les molesta si fumo?”, pregunta.
- “No hay ningún problema”.
Saca un pabilo de la cajetilla de 20 que tiene guardada en un cajón, lo lleva a la boca y lo enciende. Respira hondo, un breve silencio y continúa.
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Santiago se levantó temprano, como habitualmente lo hacía, en la mañana de aquel viernes 26 de abril de 1991. Antes de que la luz del día apareciera del todo sobre el firmamento pedrojuanino ya estaba sentado en el estudio de Radio Mburucuyá, la emisora que había fundado uno de sus hermanos mayores y que quedó bajo su mando luego de que se mudara a Pedro Juan Caballero, capital del departamento de Amambay, una ciudad ubicada en la frontera seca entre Paraguay y Brasil y considerada clave, ya en aquellos días, para el tráfico de todo tipo de mercaderías, especialmente de drogas.
La radio funcionaba en un precario edificio de madera ubicado en el barrio María Victoria de la capital del Amambay. A las 07:00, puntualmente, se inició una nueva edición de su programa, al que había bautizado “Puertas Abiertas” y desde el cual Santiago daba espacio a las denuncias contra el rollotráfico, el crimen organizado, la persecución contra campesinos e indígenas, todos temas que habitualmente no eran abordados y lo hacía ya desde los años duros de la dictadura militar stronista.
Quizás por eso es que Santiago era señalado constantemente por miembros del entorno del gobierno de Andrés Rodríguez, el general stronista que se encargó de encabezar el golpe militar que derrocó al dictador Alfredo Stroessner, como el responsable de las invasiones o protestas campesinas. “Los desalojos eran una cuestión del día a día allá. Incluso Santiago solía estar siempre en esos desalojos y de eso le culpaba el gobierno de Rodríguez a él, que él era el que le incitaba a los campesinos. Decían que por culpa de Santiago las cosas estaban así”, recuerda Ana María Morra, la viuda de Santiago Leguizamón, en conversación con ABC Color.
La denuncia social había caracterizado siempre al trabajo de Santiago, formado en la Universidad Católica y por sacerdotes jesuitas. Al ser dueño de su propia radio, podía decidir la línea a seguir y optó por hacer aquello en lo que creía, aunque le significara ganarse enemigos poderosos y peligrosos. Además de su trabajo en la radio, Santiago realizaba constantemente investigaciones como corresponsal de la entonces Red Privada de Comunicaciones (RPC), conformada por Diario Noticias, Canal 13 y Radio Cardinal.
Ese trabajo generaba molestias.
Dos meses y 12 días antes de aquel fatídico día, el 14 de febrero de 1991, el presidente Rodríguez, sobre quien ya había publicaciones periodísticas que lo vinculaban con el crimen organizado, viajó hasta Pedro Juan Caballero para una jornada de gobierno que terminó aguada por multitudinarias manifestaciones campesinas.
Ese mediodía, durante un almuerzo celebrado en un hotel propiedad del socio de Rodríguez, el capo mafioso brasileño Fahd Jamil Georges, se habría escuchado la frase que comenzó a definir la sentencia de Santiago: “Con este muchacho hay que hacer algo”, le escucharon decir al entonces presidente de la República.
La suerte estaba echada y la información llegó a oídos de la familia Leguizamón esa misma tarde. Como en tantas otras ocasiones, Ana María le pidió a Santiago que se quedara un tiempo en Asunción, una propuesta que él declinó sin siquiera pensar demasiado en ello.
A pesar de que sabía de la rabia que le tenían Rodríguez y su entorno, Santiago nunca estuvo dispuesto a quedarse callado, a dejar de denunciar o de investigar. Fue así que preparó una nueva serie de reportajes para el diario Noticias, hoy extinto, aunque si se permitió tomar una precaución para ese trabajo: había pedido que la redacción central en Asunción enviara a un equipo para que lo acompañara y que fueran los componentes de ese equipo capitalino los que firmaran los artículos.
La serie se comenzó a publicar entre el 19 ó 20 de marzo y demostraba los vínculos entre Fahd Jamil, Andrés Rodríguez y el crimen organizado fronterizo. Un par de días después, el 22 de marzo, el día en el que el menor de los hijos de Santiago y Ana María cumplía su primer año de vida, la mafia les hizo saber que la suerte estaba echada: el periodista iba a morir.
Las publicaciones aparecieron cinco días consecutivos, antes de ser parados. El propietario del diario Noticias, Nicolás Bó, recibió la visita de alguien que había viajado desde Pedro Juan Caballero para manifestar su molestia por las investigaciones.
“Ahí Santiago se sintió mal porque él pensaba que le iban a acompañar hasta el final, pensó que le iban a acompañar y apoyar hasta el final. No pudo publicar todo lo que quería, pero como la orden vino de arriba”, recuerda Ana María.
Existen versiones de que Leguizamón tenía en su poder una foto en la que aparecían Rodríguez, Jamil y el narcotraficante colombiano más famoso de la historia: Pablo Escobar. Esta foto habría sido uno de los motivos de su sentencia de muerte.
La mafia no amenaza, simplemente hace saber o hace llegar la información. Eso fue lo que hicieron con Santiago. El pecado cometido por el periodista, de cumplir con su labor de denunciar, había sido mortal y ahora ya no había vuelta atrás.
Desde entonces, su familia comenzó a pedirle con mucha más insistencia que tomara precauciones o que pensara en la posibilidad de dejar por un tiempo Pedro Juan Caballero o viajar fuera del país. No había manera de convencerlo.
“Yo le pedía que se quedara acá por lo menos un tiempo o que se vaya al extranjero, que viera si el diario le mandaba a algún lado mientras, cuando ya la cosa era muy complicada”, recuerda Ana María.
- “¿Para qué?”, era la respuesta casi automática de Santiago. “Yo vuelvo en tal fecha y al poco tiempo me van a matar”, seguía.
Santiago era consciente de que las sentencias de muerte dictadas por la mafia no tenían vencimiento. Recordaba siempre el caso de un hombre oriundo de Pedro Juan Caballero que decidió huir con su hijo cuando se enteró que había una orden de asesinarlo. Volvió dos años después y un par de días más tarde, fueron acribillados.
- “Me van a matar ahora o dentro de uno o dos años, y voy a estar lejos sin poder hacer lo que me gusta hacer. Entonces voy a estar frustrado”, le repetía Santiago a su esposa.
La última vez que Ana María le pidió que pensara al menos en esta opción fue una semana antes del fatídico 26 de abril de 1991.
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La jornada era normal para Santiago aquel viernes. Poco después de haber iniciado su programa, “Puertas Abiertas”, tuvo un contacto telefónico con Cándido Figueredo, entonces corresponsal de Radio Mburucyá en Yby Yaú (distrito del departamento de Concepción) y actualmente corresponsal de ABC Color en Pedro Juan Caballero.
“Santiago era un tipo con un humor extraordinario. Podía ser sarcástico o regalarte palabras llenas de significado”, recuerda Figueredo a su amigo Santiago. “Era muy peculiar, había días en los que hacía su camisa en short, sin camisa y con zapatillas de cuero”, agrega.
“Era un apasionado por lo que hacía, vivía por el periodismo”, asegura.
Una vez al aire, se dio el intercambio de felicitaciones por el día del periodista paraguayo entre Cándido y Santiago. Luego de un breve reporte, quedaron en comunicación privada, una comunicación durante la cual se dio una conversación que Figueredo tiene bien grabada en su memoria.
Como era habitual cada 26 de abril, los funcionarios de Radio Mburucyá participarían de un almuerzo en un restaurante ubicado en Ponta Porá (ciudad brasileña vecina a Pedro Juan Caballero) que era propiedad de un paraguayo amigo de Santiago. Habitualmente, Cándido hacía la hora u hora de media de viaje para compartir con sus compañeros y amigos, aunque esa vez no podría estar presente.
- “¿Vas a venir para irnos todos juntos en tu camioneta, como siempre?”, le preguntó Santiago.
- “Esta vez va a ser imposible porque mi hija está enferma”, le respondió Cándido.
- “¡Nooo! Hacete de tiempo y vení”, le espetó Santiago. “Vení si que porque dicen que me van a matar. Mirá que puede ser el último día del periodista que pasemos juntos” .
- “No hay que hablar así, Santiago”.
Un estremecimiento recorrió a Cándido y segundos después se despidieron. Esa fue la última vez que conversaron. Horas después…
Santiago incluso bromeaba sobre la posibilidad de su muerte. A las 12:00 tuvo un contacto con su amigo Humberto Rubín, director de Radio Ñandutí, quien le pidió al aire que se cuidara. Leguizamón, hacía de menos la cuestión.
- “Te pido por favor que te cuides Santiago”, le dijo Rubín.
- “¿Todavía querés que me cuide?”
- “Mucho más que antes”
- “¿Vos escuchaste algún dato importante?”
- “Sí, sí”
- (Risas)
- “No, no es para reírse Santiago”
- “Hay dos clases de muerte, Humberto. Una es la muerte material y la otra es la muerte cuando uno abandonó la ética y la voluntad de trabajo”.
Después de ese contacto, Santiago se despidió de su audiencia, con la promesa de un próximo reencuentro. Poco después de despedirse abordó su automóvil y en compañía de su secretario Baldomero “Karape” Cabral partió rumbo a la zona fronteriza.
Sobre la avenida Rodríguez de Francia, en la esquina de la calle De Jesús Martínez, en plena línea fronteriza, un automóvil Volkswagen Gol color negro, con vidrios polarizados y puerta derecha abollada, estaba esperando. Había tres hombres a bordo.
Eran las 12:15 cuando el vehículo negro cerró el paso a Leguizamón y Cabral en la conocida como “terra de ninguém” o “tierra de nadie”, la línea fronteriza que divide Paraguay y Brasil. Dos de los hombres saltaron a tierra. Uno llevaba armas cortas, presumiblemente una 9 milímetros y una 38 magnum, y el otro, una potente escopeta calibre 12 recortada.
Santiago detuvo el auto y vio que los hombres se le venían encima. No hubo palabras de por medio, simplemente rociaron con balas el parabrisas delantero. Ya herido, Santiago consiguió gritarle a su secretario: “¡Corré, salvate... yo ya no puedo!”.
Cabral abrió una de las puertas y salió corriendo. Se encontraba todavía huyendo cuando escuchó un último disparo: el escopetazo con el que volaron el ojo izquierdo de Santiago Leguizamón.
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El crimen nunca fue investigado a profundidad por la Policía paraguaya. Un año después del asesinato de Santiago Leguizamón, en Brasil fueron detenidos pero por otros delitos José Araulho, más conocido como “Tiro Certo; José Aparecido de Lima y Bras Vaz de Moura, todos brasileños.
Los tres confesaron entre varias cosas, que asesinaron a Santiago en abril del 91, por encargo de Daniel Alvares Georges (hijo de Fahd Jamil) y su primo Luis Enrique Georges.
Araulho y Lima son los que dispararon contra Leguizamón, mientras que Moura era el conductor del vehículo. Un testigo describió los rasgos físicos de los involucrados y coincidió perfectamente con los detenidos.
La justicia paraguaya nunca trajo a los tres brasileños, debido a que el Brasil no extradita a sus connacionales.
La justicia brasileña solicitó a su par de Paraguay el envío del expediente Santiago Leguizamón, para juzgar a los brasileños en el vecino país, pero nunca se concretó el pedido de parte de los paraguayos.
“Sabíamos eso desde el día en el que le mataron. Sabíamos que jamás se iba a dilucidar y que jamás se iba a llegar a nada. Ese día en el velatorio yo le dije a Menchi: ‘al pedo, no se va a hacer nada’”, afirma Ana María.
Varios de los que tenían vínculos con los involucrados en el crimen, hoy son grandes políticos. Uno de ellos es el mismísimo presidente de la República, Horacio Cartes. El actual mandatario era apadrinado por Fahd Jamil Georges. Hicieron negocios juntos y varias de las estancias del brasileño pasaron después a manos del empresario cigarrillero devenido en político.
Jamil sigue libre y operando en la zona, a pesar de haber desaparecido un tiempo por estar prófugo de la justicia brasileña, acusado de evasión y lavado.
Santiago fue apenas el primero de 17 trabajadores de prensa asesinados como consecuencia de su trabajo a lo largo de los 27 años de democracia en Paraguay.
A pesar de que quisieron acallar su voz, Santiago sigue siendo un ejemplo para quienes deciden abrazar el periodismo como profesión y a través de ella luchar por un Paraguay mejor.
juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano