A la sombra de la inclusión

La maestra “sombra”, término ya desfasado, es la salvación para padres de niños con autismo. Gracias a ella, vieron a sus hijos aprender sin barreras. Hoy se las llama maestras de apoyo a la inclusión, pero el MEC no ve el rol con la misma importancia.

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Adentrar a un niño de 5 años en el aprendizaje de la lectura es, bajo cualquier punto de vista, un desafío para el docente. Ahora, imagínese el escenario cuando hablamos de un niño que se encuentra dentro del espectro autista. La dificultad comunicativa no es un factor que se pueda negar, así como las miles de variantes que se pueden dar dentro de la condición.

Así como el docente se puede encontrar con un niño que no responde a las indicaciones verbales, pero que sí capta impresionantemente en su memoria las imágenes, pues es muy visual, los profes también trabajan con niños que no son buenos recordando gráficas, pero que no olvidan nunca más un nombre que se le haya mencionado a través de la voz, aunque haya sido una sola vez.

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Lejos de lamentarse porque les tocó la experiencia de criar a niños diagnosticados con Trastorno del Espectro Autista (TEA), los padres de estos pequeños de todas las edades se organizan en búsqueda de un crecimiento intelectual cada vez más integral de sus chicos. En este sentido, uno de los elementos fundamentales dentro del esquema es el trabajo que hacen las antiguamente llamadas “maestras sombra”.

Con los años, y con el fin de mejorar los conceptos y evitar dar señales de discriminación por el uso desafortunado de las palabras, se han ido consensuando nuevas expresiones, como el de maestra integradora y maestra de apoyo a la inclusión, esta última, la más aceptada y utilizada en la actualidad.

Si bien ha cambiado la forma de llamarlas, lo que no muta es el rol invaluable de estas docentes en la vida educativa de los niños con TEA.

La labor silenciosa y paciente, invisible e ingrata a veces, explica quizá por qué en un momento dado les otorgaron la cualidad de la sombra. Su misión es no despegarse de su estudiante en ningún momento de la jornada escolar, explicándole las lecciones a la par que lo hace la docente del aula y asegurándose de que el pequeño vaya aprendiendo absolutamente todo, rompiendo así las barreras que lo limitan y demostrando que un niño autista no es un niño enfermo, sino uno que va a su propio ritmo.

Increíblemente, aunque el rol de las maestras de apoyo a la inclusión es casi tan importante como el aire que respiran los niños con TEA, el sistema educativo formal -y el sistema en general- no parecen verlo de la misma manera.

No existe una sola organización privada o del Estado que aglutine a docentes especializados en trabajar con el espectro; un grupo al que los padres puedan recurrir para contratar a una profe sombra que le garantice el profesionalismo suficiente para que su niño sea escolarizado.

El asunto es más preocupante aún: en Paraguay no hay un perfil específico ni una especialización que apunte concretamente al trabajo docente con niños del espectro autista. En nuestro país puede ser maestra integradora desde un estudiante de los primeros años de docencia hasta un enfermero o enfermera, pasando por un profesional de la fonoaudiología, un psicólogo o estudiante de psicología. Básicamente, cualquiera predispuesto a cumplir el rol.

Eso no significa que estas trabajadoras no pongan su mejor empeño en estimular a los chicos e impulsarlos a superar barreras. Y es allí, en la mirada cómplice y privada, en la empatía, en la comprensión profe-niño, donde nace la magia, se olvidan los prejuicios y se entiende que no hay lugar para la negatividad. Porque ese niño es tan capaz de aprender a leer y a multiplicar como cualquier otro. Solo necesita un poco más de paciencia.

En medio de la gran carencia de capacitación enfocada en la escolarización de niños, el Centro de Desarrollo Integral para Niños, Niñas y Adolescentes con Necesidades Especiales (Cedinane) se ocupa de brindar anualmente formación a profesores y licenciados de otras carreras en las estrategias de enseñanza y aprendizaje para que puedan obtener resultados certeros en el proceso educativo de niños con TEA.

Una vez aprendidas las técnicas, están disponibles para que los padres las contraten y comiencen a asistir diariamente con el niño a la jornada escolar. Porque, claro, esa es otra realidad que no se puede obviar: son los padres quienes deben costear en forma particular el pago a una maestra integradora.

El costo aproximado por el servicio es de G. 1.100.000 mensuales, por un acompañamiento de 7:00 a 11:00, o de 13:00 a 17:00, de lunes a viernes.

Alice Benítez, psicóloga de Cedinane, tiene experiencia en acompañamiento en las escuelas asesorando el trabajo de las maestras integradoras. Para ella, el gran desafío es conocer al niño “dejando un poquitito de lado el diagnóstico, conocerlo tal cual es. A veces te dicen que está dentro del espectro, pero hay diferencias dentro de ese mismo margen”, arranca contando.

Según lo que ha podido ver en su trabajo en clase, el trabajo de escolarización con un niño autista abarca desde lo intelectual y pedagógico hasta lo social, todo pasando en forma transversal por la comunicación en varias áreas.

Y en ese camino, muchas veces llega la frustración cuando no hay química con el niño y se debe cambiar de profesor. “Es un poquitito de cada cosa, de parte del niño y de parte de la maestra. Cuando no hay conexión, el trabajo resulta difícil. A veces no se llega a un nivel empático de relación”, comparte Alice.

En cuando a las estrategias para lograr el proceso de enseñanza de aprendizaje, también es una lucha, porque lo que nosotros manejamos como lenguaje verbal, los niños con TEA no lo poseen. “Sin embargo, ellos tienen otro tipo de lenguaje, que es físico, por ejemplo, o el de las imágenes, y ahí es donde trabajamos con pictogramas. Si es auditivo se refuerza la comunicación hablada”, explica la psicóloga.

Para los estudiantes con autismo, siempre es más significativo lo concreto. “Algo abstracto no lo entienden, lo tienen que ver para que le den la significación. En los gráficos, señalan las respuestas y así nos muestran que están en un buen proceso de aprendizaje”, relata Alice, para quien esta parte del proceso es apasionante.

“Ver que uno de los chicos con quienes trabajamos entendió un concepto matemático, internalizó una lección de comunicación, es la gloria para nosotros”, expresa.

La figura de la maestra sombra no está dentro del esquema del Ministerio de Educación. Consideran que hay niños que sí pueden tener esta figura de apoyo por un tiempo, pero que luego ya deben trabajar con la docente del aula y con respaldo de los denominados Centros de Apoyo a la Inclusión.

Natalia Ojeda, directora de Educación Inclusiva del Ministerio de Educación y Ciencias (MEC), aclaró que no están exactamente en desacuerdo con las maestras de apoyo, sino que se rigen por normativas internacionales y nacionales

“La Convención por los Derechos de las Personas con Discapacidad habla de las medidas de apoyo personalizadas y efectivas para que el estudiante pueda lograr su máximo potencial académico y social. Lo que buscamos es que las personas con discapacidad logren su plena inclusión”, manifestó, al tiempo de agregar que a través de la ley Nº 5.136, de Educación inclusiva, se cuenta con centros de apoyo a la inclusión para las instituciones públicas y privadas subvencionadas. “Estos deben estar instalados en los equipos técnicos de las escuelas centro, con los profesionales necesarios”, dijo.

No obstante, resaltó, la cartera educativa está supeditada al Presupuesto General de la Nación, por lo tanto “es todavía una materia pendiente que estos profesionales puedan estar permanentemente atendiendo en los mencionados centros”, reconoció.

Ante este escenario, la solución para Ojeda es el trabajo colaborativo. “Los equipos técnicos de las instituciones que sí cuentan con especialistas de educación inclusiva (hoy día en el país existen 1.100) deben colaborar apoyando la inclusión con las instituciones que no tienen estos profesionales. Ahí son de gran importancia las supervisiones y direcciones departamentales”, mencionó.

Con respecto al cuestionamiento que hacen muchos grupos de padres de niños con TEA, sobre los motivos de esta suerte de rechazo que tiene el MEC hacia las maestras inclusivas, Natalia Ojeda argumentó que comprenden que existen personas con discapacidad que precisan de profesionales personalizados, pero añadió que esto debe ser “como un proceso terapéutico por un tiempo. El MEC no niega que ellos tengan que estar en aula y la importancia de su función. Sin embargo, nos encontramos con instituciones donde la presencia de los maestros integradores sobrepasa la cantidad en las clases, y esto afecta el desarrollo pedagógico, desvirtuando la función exclusiva del profesor y la armonía institucional”.

Recomendó, asimismo, que los directores de instituciones se acerquen a los centros de apoyo solicitando respaldo docente para los chicos con diagnóstico de autismo u otras capacidades.

De acuerdo a datos proporcionados por la Dirección de Planificación del MEC, en todo el país son 440 los docentes enfocados en la enseñanza a personas con discapacidad que trabajan en los centros de apoyo a la educación inclusiva. La cifra es ínfima en comparación con la gran cantidad de niños autistas y con otras discapacidades en todo el territorio.

Hay ocasiones en que los docentes se trasladan desde los centros de apoyo hasta las escuelas para ayudar a niños con discapacidad, de acuerdo al pedido. En otros casos, los chicos tienen turnos opuestos: por la mañana van a la escuela regular y a la tarde hacen su refuerzo en el centro de apoyo a la inclusión.

Según el Registro Único del Estudiante (RUE) al corte del 29 de enero de 2019, existen 123 menores matriculados en escuelas regulares y de educación inclusiva que declararon su discapacidad en el año 2018.

Los números que son visibles en las estadísticas son solamente los que se registran. Existen muchos otras otras cifras mudas, paralelas, sin voz e invisibles, a causa de la misma pobreza, que les impide a estos pequeños acercarse siquiera a una institución a estudiar y así ser parte del sistema.

El factor prejuicio también entra a tallar de forma significativa, pues hay padres que se niegan a aceptar que sus hijos están, solo a modo de ejemplo, dentro del espectro autista y mucho menos lo declaran públicamente en las encuestas que se realizan.

Nelson Lezcano es padre del corazón de Francisco, de 13 años, un adolescente diagnosticado con TEA.

Desde el jardín de infantes, Francisco fue escolarizado con una maestra de apoyo a la inclusión. Hoy, Francis va al sexto grado y a veces sus compañeros se molestan con él porque se aprende las biografías de los poetas paraguayos de memoria y entrega las tareas antes que nadie, levantando así la vara de exigencia para el grupo. Y es que Francis lee mucho y solo tiene que guardar los datos en su memoria una vez, para que no se le olviden nunca más. Para Lezcano, su orgulloso papá, su hijo no hubiera logrado todo el avance en su aprendizaje si no fuera por el trabajo que hicieron las maestras integradoras que trabajaron con él.

“Ellas hicieron un excelente trabajo de disciplina con él, primero para que aprendiera a quedarse, luego para empezar a aprender, rendir y pasar de grado”, cuenta Nelson Lezcano.

Contrario a lo que pueda creerse, Francisco nunca fue más despacio que los niños neurotípicos, sino que aprendió a leer al mismo tiempo que sus demás compañeros. En el quinto grado, la familia decidió jugarse por la independencia y probaron que Francisco fuera a la escuela ya sin maestra inclusiva.

Ahora, su padre apunta a brindarle todas las herramientas para que pueda conducirse solo.

Si bien con el caso de su hijo siente que ya tiene la cuestión solucionada, a Nelson también le indigna que no haya una organización a la que uno pueda recurrir en busca de las maestras integradoras.

“No entiendo bien qué es lo que pasa en el Ministerio. Facilita muchísimo la maestra sombra en el grado. Las crisis de las criaturas se resuelven en el momento, no después cuando venga el profesor del Centro de Apoyo”, criticó el padre de familia.

Lamentó que en reuniones con el MEC le hayan dicho que “las profesoras de grado están preparadas para atender a los niños con TEA dentro de su aula, y es mentira. Los directores de escuela, que están en la vida diaria en la práctica, saben que hace mucha falta las maestras de apoyo a la inclusión. Siento que en el MEC no saben la realidad”, remarcó Lezcano.

Otra cuestión algo ingrata, según la experiencia de este padre, tiene que ver con que las maestras que contrató para trabajar con su hijo siempre fueron estudiantes de docencia, psicología o enfermería, todo por el tema económico. “Una profesora recibida no te va a cobrar lo que cobra una estudiante, por eso es que nos manejamos así”, contó.

Los tragos amargos que se deben sortear son muchos, pero también existen momentos gratos, donde la vida parece compensar todo el sacrificio, cuando el rostro abstraído de ese niño con el que se está haciendo una denodada labor docente de pronto cambia de expresión. Cuando captó la explicación y se le prendió la lamparita. Cuando está listo para rendir ese examen y sacarse un cinco, y demostrar que los diagnósticos médicos no son barreras para la equidad.

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