“El hoyo” es una alegoría cruda y atrapante

Un cruento filme español que pinta con estremecedora precisión a la sociedad vertical en la que vivimos como una prisión en la que la empatía y el sentido común son casi inexistentes.

Iván Massagué en "El hoyo".
Iván Massagué en "El hoyo".Netflix

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(Disponible en Netflix)

El filme español El hoyo nos presenta a Goreng (Iván Massagué), que despierta en una especie de prisión, en una celda cuadrada con un orificio con esa misma forma en el techo y otro en el suelo. Su compañero de celda, Trimagasi (Zorion Eguileor), le explica que están en el nivel 48 de un total desconocido de niveles, ciertamente más de cien, y que todos los días una plataforma con un grandioso banquete de comida desciende desde la cima de la estructura, una cantidad de comida que en teoría debería bastar para todos los prisioneros en todos los niveles, pero que nunca llega a los de más abajo debido a que los de arriba siempre toman más de lo que necesitan.

En cuanto a alegorías se refiere, no es de las más sutiles, ni mucho menos. Es la noción de “los ricos enriquecen más y más mientras los pobres mueren de hambre” llevado a un extremo literal, y lo aleatorio del sistema de “el hoyo”, según el cual cada mes los prisioneros cambian al azar de nivel, pudiendo acabar más arriba o más abajo según los designios del azar, parece ser un comentario sobre la naturaleza artificialmente justa de la economía en la mayor parte del mundo capitalista, donde se pregona que cualquiera puede alcanzar la riqueza con esfuerzo, sin tener en cuenta los factores como privilegio social, de género o de raza que muchas veces influyen.

A pesar de lo “justo” del sistema del Hoyo, lo único seguro es que siempre hay gente matándose entre sí por no morir de hambre en el fondo.

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En esos primeros dos tercios, el filme es electrizante, una metáfora obvia pero elegante con una dirección clínica del realizador vasco Galder Gaztelu-Urrutia, que va elevando con una maestría envidiable la tensión a medida que Goreng se va familiarizando con la vida en el Hoyo, pasando de horrorizarse ante las cosas que ve, oye, hace y le hacen; a aceptar pasivamente que por un simple capricho de la suerte podría acabar siendo autor o víctima de atrocidades en el nombre de la supervivencia.

Más adelante el filme pasa a centrar su ojo crítico en los seres que componen el sistema opresivo, sus herramientas y sus víctimas, pintando un cuadro estremecedor en que las personas equipadas con empatía o sentido común, si bien existen, están en desventaja ante la cantidad sobrecogedora de personas que se mantienen indiferentes a los demás siempre que ellos mismos estén cómodos y alimentados.

Hasta ese punto, el filme invitaba en mi cabeza a comparaciones favorables con la fascinante película post-apocalíptica de Bong Joon-ho Snowpiercer (2014), otra violenta obra de ciencia ficción en la que un conflicto social se desarrolla en un entorno imposible.

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El problema es que el filme es que va perdiendo fuerza hacia el final, a medida que la alegoría va dejando de lado a la historia en sí, hasta el punto que parece dejar de importarle el destino específico de Goreng o cualquiera de los otros personajes, pero tampoco se atreve a darle una resolución definitiva a la historia.

Para ser justos con el filme, películas de este tipo rara vez ofrecen un final típico de Hollywood, ya que al ser los obstáculos o antagonistas expresiones de males sociales, económicos, ambientales u otras inquietudes que preocupan a los creadores de la obra, normalmente incluso los finales que tienen cierto grado de optimismo – digamos, por ejemplo, la excelente Niños del hombre (2006) de Alfonso Cuarón– vienen envueltos en una perturbadora incertidumbre.

Darle a este tipo de filme un final definitivo en vez de dejarlo abierto y ambiguo sería como decir que cuestiones como la desigualdad social y el capitalismo agresivo son monstruos que pueden ser eliminados de la noche a la mañana.

Pero filmes como Niños de los hombres o Snowpiercer no solo tienen la escala y la textura suficiente para presentar sus mundos alegóricos como lugares creíbles y a sus personajes como seres con vidas propias en ese mundo, en vez de simples avatares del espectador. Es un ingrediente que a El hoyo acaba faltándole, y el desenlace de la película se siente menos potente por eso.

A pesar de que se queda frustrantemente corta de poder ser considerada un triunfo absoluto, El hoyo es un brutal filme de suspenso que viene cargado de intriga y de reflexión, y se merece una recomendación.

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EL HOYO

Dirigida por Galder Gaztelu-Urrutia

Escrita por David Desola y Pedro Rivero

Producida por Ángeles Hernández y Carlos Juárez

Edición por Elena Ruiz y Haritz Zubillaga

Dirección de fotografía por Jon D. Domínguez

Banda sonora compuesta por Aránzazu Calleja

Elenco: Iván Massagué, Zorion Eguileor, Antonia San Juan, Emilio Buale, Alexandra Masangkay, Zihara Llana, Mario Pardo, Eric Goode, Txubio Fernández, Chema Trujillo, Miriam Martín

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