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La primera Central Térmica de la Administración Nacional de Electricidad (ANDE) se encuentra en un extremo del barrio Sajonia de Asunción, rodeada de árboles, ruidosas aves y frente a la cual se levanta el imponente río Paraguay. Ese es uno de los lugares probablemente más importantes para la modernidad de nuestro país, porque es nada más y nada menos el punto estratégico de donde se empezó a distribuir la energía eléctrica a finales de 1910 y que fue testigo de los avances de la tecnología.
En este lugar no hay solo carteles que cuentan historias ni réplicas de herramientas. No, aquí se puede ver la primera usina térmica que funcionaba a leña, una estructura que se construyó con verdadero ingenio y que se fue adaptando con el correr de los años, así como autos de distintas marcas que se hicieron andar a base de electricidad en 1975.
Paredes que albergan relatos tristes como la muerte de trabajadores, toda una historia, un inmenso valor cultural, rico, latente, se encuentran en ese espacio poco conocido de la capital esperando por una mayor inversión, por más interés de quienes deben salvaguardar los patrimonios históricos, para mantener semejante monumento.
El museo actualmente se mantiene a puro pulmón, en base al trabajo de un par de personas que, según se observa, resulta poco para toda una imponente estructura, la cual, se puede decir, tiene mayor valor que las piezas expuestas en renombrados museos de otros países.
El Ing. Alberto Maricevich es un trabajador de la estatal que desde hace años venía soñando con que el sitio se convierta alguna vez en museo. Detectó el valor histórico que encerraban esas paredes y esos suelos, puesto que también cuenta con túneles; fue juntando materiales originales, vehículos sin igual, piezas únicas para la historia de nuestro país, y solicitó el visto bueno para dar marcha al proyecto.
“Acá todo funciona”
Lo más asombroso de este sitio, donde se congregó el esfuerzo de miles de trabajadores que sudaron la gota gorda para literalmente dar luz a los asuncenos y después también a otras ciudades, consiste en lo que el ingeniero enfatiza con mucho orgullo: “Acá todo, absolutamente todo funciona” y como prueba de ello pone en marcha uno de los motores de los primeros vehículos eléctricos del país.
La muestra contempla seis rodados eléctricos, de los cuales a dos se les hizo una adaptación en el motor, es decir, fueron extraídos sus motores originales mecánicos y se les incorporaron los eléctricos, mientras que otros fueron traídos ya con esas características de otros países. En este punto del paseo, lo más impresionante es ver los “enchufes” que tienen cada uno de ellos para la recarga de batería.
El triciclo es muy particular porque fue elaborado exclusivamente para el interior y solo se llegó a fabricar dos, con ruedas especiales, para evitar el problema de que se pinchen debido a los andrajosos caminos de piedras y arena de aquella época (cosa que no cambió mucho a pesar del tiempo en varios lugares).
Según cuenta Maricevich, en 1975, los ingenieros se preguntaron: "¿Cómo puede ser que tengamos el monopolio de la energía eléctrica y que no seamos capaces de hacer un vehículo eléctrico? El ingeniero Debernardi ya estaba entonces, tenía un Jeep tipo Willys, se le sacó todo lo que había adentro, se le dejó nada más que la carcasa, pero ¿qué ocurrió? No tuvo resultado porque se le colocó la batería que se utilizaba para cualquier motor, anduvo un poquito y ahí se quedó. Pero en los experimentos no existen errores, porque de eso se trata, de aprender”, agrega.
“En función a eso, al año siguiente se compra este Volkswagen, al que se le saca la cabina, se le puso la cabina del famoso ‘Mita’i’, se le sacó el motor y se compró un motor de Alemania; se hizo el pedido: ‘Queremos el motor en estas características y queremos baterías para este vehículo. Mediante eso se pudo armar todo esto y se puede decir que funcionó mucho tiempo”, puntualiza.
Tras estas dos experiencias, finalmente las autoridades de la institución decidieron probar rodados elaborados en el exterior; en ese contexto, en julio de 1981 llegaron cuatro vehículos Daihatsu, modelo S60 de Japón; en enero de 1982 compraron dos Electra Van de Estados Unidos y en octubre de ese mismo año llegaron dos automóviles de la marca Gurgel de origen brasilero. Cabe resaltar que hasta el cargador original de estos rodados se encuentra en el museo.
La mayoría de estos móviles operaron un par de años en las instalaciones de la ANDE para trasladar personal y equipamiento, hasta que se tomó la determinación de sacarlos de circulación.
Maricevich considera que en aquel entonces no se continuó con los experimentos para hacer que estos vehículos sean rentables y utilizados a gran escala porque afectaban los intereses de personas cercanas al entonces dictador Alfredo Stroessner, razón por la cual dejaron de ser modificados o de utilizarse solo por ese motivo.
La cuna de la energía eléctrica en el país
Probablemente, para la mayoría, lo más asombroso serán los vehículos eléctricos de aquella época, pero lo más sorprendente es cómo se produjo la energía desde los inicios en aquella añosa estructura.
El 28 de noviembre de 1910, el Parlamento dio luz verde para que el italiano Juan Carosio pueda explotar una red de tranvías eléctricos y usina para alumbrado público; luego la empresa fue adquirida por una compañía inglesa en 1913 y seis años después Carosio volvió a adquirir los derechos, ya como cabeza de la Compañía Americana de Luz y Tracción ,que después de vaivenes pasó a ser del Estado y ya desde entonces se denominó ANDE.
La ubicación de la estación fue estratégica, porque a través del río llegaba la leña del Chaco en embarcaciones; esta materia prima era subida con rieles y trasladada hasta las calderas. La grúa que se encuentra en el sitio también funciona aún.
“Es un patrimonio del Paraguay, porque resulta ser que el proyecto de la represa de Acaray es un proyecto que se hizo en Italia. En Asunción, cuando venían los grandes barcos para traer las turbinas y los transformadores, no teníamos grúas para bajar. Se tuvo que incluir una grúa de 50 toneladas. Esta es la primera grúa de 50 toneladas que tuvo el Paraguay y funciona todo al dedillo”, comenta el ingeniero.
Bajo las instalaciones existe un túnel de 2,60 m de altura x 3,20 m, de ancho y en total 36 m de largo, para que el agua corra hasta el sitio donde debe ser procesada. “Acá hay dos bombas muy grandes, pero necesitábamos seis bombas más y como no podíamos seguir haciendo eso, se buscó otra estrategia. En física se estudia algo que se llama los vasos comunicantes. Eso es lo que se hizo acá: esto sube el río y sube allá, baja el río y allá baja. Básicamente, transportaron el río a través de un conducto hasta el sitio aquel”, agrega.
El agua entra por ahí a través de bombas y allí se realiza la primera parte del proceso, el físico, para extraer todos los materiales orgánicos que tiene el agua del río. Primero se filtra con carbón mineral, en piletas de tratamiento que interiormente tienen como un zigzag que ayuda a que el agua circule; eso cae en otra piscina que tiene arena lavada, canto rodado y carbón. Luego el agua llega a un tanque de 200.000 litros que se encuentra arriba.
Luego, se debe procesar químicamente, entonces se procede al ablandamiento del agua, se extraen componentes como el magnesio, silicio, calcio y hierro. Luego se alza a un tanque por medio de bombas y por ese mismo medio eso se introduce a la parte inferior de las calderas.
Dentro de las calderas acuatubulares se ingresa agua por unos tubos y por el otro lado se le proporciona calor, mucho calor, para producir vapor. “Una caldera es prácticamente una olla a presión, está llena de cañerías adentro; por un lado se mete el agua, por el otro lado, fuego, lo que se evapora va para arriba (el domo superior), es vapor saturado, lo que no nos sirve para las turbinas, eso pasa por un recalentador (arriba de los 400 ºC) y sale sobrecalentado, ese es el vapor que se envía a la sala de al lado, donde están las turbinas", explica.
“Por la presión y la temperatura que tiene este vapor hace girar las aspas de la turbina, a 3.000 revoluciones por minuto, que está conectada al eje del generador con la misma intensidad, de esa forma obtenemos que nuestro electroimán, que crea el campo magnético cortado por las bobinas que contiene el estator. De esa manera obtenemos energía eléctrica”, subraya.
Aquí el vapor se convierte en energía y para pasar a ser mecánica, debe conectarse a un generador de energía eléctrica, mientras que el vapor pasa por un condensador, que es una máquina que levanta agua del río a temperatura ambiente para enfriar el vapor y hacerlo líquido de nuevo, eso va a parar a un par de enormes contenedores.
Un cambio hacia el futuro
Como se había precisado en un principio, las calderas funcionaban a leña. En ese entonces había constantemente obreros que se encargaban de extraer las cenizas de las calderas, un arduo trabajo que revestía mucha inseguridad.
Otro dato interesante de la estructura es la enorme chimenea, que fue hecha con el mismo material de las pocas casas coloniales que todavía se pueden observar en Asunción y es probablemente una de las partes más bellas en materia de arquitectura de dicha estructura.
Más tarde, las calderas pasaron a funcionar con fueloil, un tipo de combustible bastante espeso, razón por la cual, antes de ingresar a las calderas, también debían pasar por un proceso, que consistía en calentarlo para que el espesor disminuya y se vuelva más líquido.
Como las primeras calderas funcionaban a leña, éstas fueron adaptadas entonces a lo que serían los “hornos” por donde se generaba el fuego, se le pusieron techos y allí hasta ahora se pueden ver las marcas del fueloil, que se filtraba por las gruesas paredes mientras se iba perfeccionando la adaptación de las calderas. Ya con el tiempo, las otras adquiridas funcionaban netamente a fueloil.
Esos sitios, que quedaron como pequeñas habitaciones, pasaron a constituirse en talleres para los obreros de la central. Mismos espacios que ahora el ingeniero Maricevich pretende convertir en diminutos museos. Para el cometido, incluso guardó herramientas originales que pretende seleccionar, señala, y exponer al público en general.
Del lado izquierdo de la estructura se encuentran las calderas que trabajaban bajo mayor presión, produciendo más toneladas de vapor por hora, prácticamente el doble de las que están en la entrada de la central. En ese sector ya se puede notar cómo en pocos años la tecnología avanzó a pasos agigantados y eso es porque, por ejemplo, dos calderas que trabajan con la misma potencia, una al lado de otra, tienen motores ya bastantes diferentes en apariencia.
Cabe resaltar que, a pesar del paso del tiempo y aunque por fuera las calderas se vean hechas de metal, por dentro están compuestas por ladrillos, explica el ingeniero, porque estos son aislantes del calor, con mayor efectividad los de color blanco. Aclara que cada uno de los ladrillos tenía un código, para que los trabajadores sepan dónde ubicarlos.
En esa área, muestra el ingeniero, hay un artefacto que servía para controlar la presión de las calderas, tenían un papel que se iba marcando como en un electrocardiograma y entonces el encargado de monitorear eso sabía si todo iba en orden o si estaba faltando oxígeno en el ambiente. Esos artefactos tenían químicos que hasta la fecha permanecen inamovibles en sus sitios de antaño, lo que les da aún más valor.
La tragedia
Las condiciones de trabajo de los obreros en aquella época eran bastantes peligrosas, considerando la cantidad de calor y presión, además de los químicos que se empleaban en la combustión y la escasa seguridad con la que contaban.
El 21 de junio de 1954, estas condiciones tuvieron su consecuencia más trágica. Durante un cambio de guardia, cinco obreros se dirigieron a la duchas que se encontraban cerca de las cañerías del vapor, que se había sobrecalentado y por ende reventaron los conductos.
Esto produjo quemaduras graves en cinco trabajadores: Mario Fernández, Salustiano Agüero, Demetrio López, Nazario Celso Paredes y Quintín Agüero, quienes luego fallecieron a causas de dichas lesiones.
La piscina de salmuera para simular el consumo
El sitio es una caja de sorpresas todo el tiempo, incluso para el ingeniero Maricevich, que lleva 20 años en la institución. El mismo había decidido cortar unos arbustos y descubrió un espacio circular que se asemejaba a una piscina. Decidió investigar y llegó a la conclusión de que su valor era más importante de lo que parecía.
Explica entonces que cuando se construyó la Central Hidroeléctrica de Acaray, más por necesidad brasilera que paraguaya, el consumo de energía era todavía escaso debido a las pocas instalaciones que existían en nuestro país, por lo que una turbina de dicha hidroeléctrica “nos quedaba grande”.
“La energía que venía de Acaray a Asunción teníamos que hacerla reactiva acá, entonces colocábamos agua con salmuera, porque el agua sola no es un buen conductor de electricidad, poníamos varias jabalinas (elementos de cobre que conducen electricidad) que se conectaban con los cables; eso representaba 200 focos, por dar un ejemplo. Se simulaba un gran consumo de energía. Gracias a eso pudimos tener Acaray funcionando, porque una turbina era muy grande para nosotros”, ratifica.
Propuestas ocurrentes
Entre risas, el ingeniero cuenta que ya llegaron hasta el sitio personas con raras propuestas para llevar a cabo en el sitio: en una ocasión una pareja le pidió autorización para celebrar un matrimonio en una de las zonas más oscuras de los subterráneos. Otras personas le habían consultado si podrían alquilar el sitio para una fiesta de Halloween. “Se van a matar todos”, respondió ‘en broma y en serio’ el encargado del lugar. Evidentemente, la respuesta en ambos casos fue la misma: No.
Ciertamente, la estructura de la central es bastante llamativa e imponente, ideal para una película de terror, pero el peligro es grande, puesto que hay varias escaleras, niveles, materiales inflamables, elementos pesados y espacios en el suelo debido al paso de cañerías, por lo que hay que andar con cuidado en cada paso que uno va dando.
Proyectos de seguir creciendo
El espacio ha sido declarado Bien de Valor Patrimonial Cultural por la Secretaría Nacional de Cultura en agosto de 2018. Fue invitado a participar en la Noche de los Museos de este año, pero la invitación fue rechazada.
Las ideas a implementar en el lugar son muchas: señalar bien los espacios de peligro, poner explicaciones al alcance de los visitantes, iluminar mejor las instalaciones y montar minimuseos.
Pero para el efecto, cabe resaltar que también es necesario que se inyecte mayor inversión en un lugar tan emblemático, dinero que podría partir de la misma estatal o, por qué no, de las grandes hidroeléctricas, teniendo en cuenta el gran valor cultural e histórico que significa y más aún porque todavía se mantiene intacto en un país que poco o nada se ha ocupado de resguardar muchos de sus patrimonios, de los cuales inclusive en varios casos ya no existe ladrillo alguno.
Actualmente las personas interesadas en visitar el sitio, ubicado sobre las calles Ruy Díaz de Guzmán y Francisco López, barrio Sajonia, pueden contactar con el ingeniero a través del correo alberto_maricevich@ande.gov.py, principalmente cuando se trate de un grupo que quiera ir a verlo. Normalmente está abierto en horas de la mañana hasta el mediodía, aunque es importante precisar que por la inmensidad del lugar, las historias, el proceso que envuelven las máquinas que reposan allí y los autos antiguos, un recorrido de tres horas queda corto.
Ojalá las autoridades encargadas de velar por los patrimonios culturales posen sus ojos sobre esta reliquia y sepan convertirla en uno de los puntos turísticos más importantes del país y pueda ser declarado Patrimonio Universal de la Humanidad.