Cargando...
Cuando aceptó la invitación aquella mañana de domingo, la pequeña Tatiana Gabaglio -tenía entonces apenas 7 años- no podría imaginarse nunca que se encaminaba a la jornada que terminaría marcando el resto de su vida.
Una vecina y su hija invitaron a la niña a acompañarlas al supermercado a realizar algunas compras, su madre aceptó pues pensó que iría al local de La Bomba que se encontraba en las cercanías de su casa. Sin embargo, las tres fueron hasta el Ycuá Bolaños Botánico ubicado sobre la Avenida Artigas.
Luego de realizar todas las compras, las tres formaban fila en una de las cajas para pagar por la mercadería y emprender el camino de vuelta a casa. Pero todo cambiaría en cuestión de segundos.
Diez años después, las imágenes de aquella fatídica jornada siguen vivas en Tatiana que hoy cuenta con 17 años. Se queda un instante parada en la entrada de lo que solía ser el estacionamiento del supermercado y donde desde hace algunos días víctimas y familiares se reúnen para unir en sus voces en el rezo del novenario en conmemoración por los diez años del triste domingo.
Guarda silencio, conversa con dos o tres personas que esperan para saludarla. “Siento una mezcla de sentimientos cada vez que vengo”, nos dice mientras se queda observando al grupo conformado por unas 20 personas que recitan padrenuestros y avemarías. Rabia, impotencia, tristeza son algunas de las sensaciones que la atacan, pero que después dejan lugar a la alegría y el agradecimiento por haber podido sobrevivir.
“Acá lo que hay son 400 ángeles que nos cuidan”, afirma.
Mientras se encuentran en la caja esperando por el monto total a abonar antes de poder volver a casa, una fuerte explosión se escucha en el interior del supermercado. La pequeña niña de 7 años, la adolescente de 15 y la madre de ésta última ven cómo el techo comienza a desplomarse cual galletitas que van cayendo.
Desesperada, la gente comenzó a correr buscando la salida, algo que Tatiana y sus acompañantes también hicieron; sin embargo, por el camino las personas iban cayendo una encima de la otra, amontonadas. La pequeña niña tropezó y cayó cerca de una góndola a escasos metros de la salida. Fue ahí cuando escuchó una voz que ordenaba a los gritos: “Cierren las puertas, porque la gente está robando”.
La realidad en aquel momento era otra, recuerda Tatiana. A su alrededor había cuerpos calcinándose, hombres, mujeres y niños que eran convertidos en antorchas humanas para luego quedar reducidos prácticamente a cenizas.
Como consecuencia de las altas temperaturas, el cielo raso que caía de arriba se había derretido y quedó pegado por el pantalón y las piernas de Tatiana. La pequeña en aquel momento estaba convencida de que el final estaba cerca; debía tratarse de una cuestión de segundos, o minutos quizás. “En un momento dado me di por vencida, estaba convencida de que no saldría con vida y que era mejor entregarse”, recuerda Tatiana.
Luego de permanecer una hora tirada en el interior y sintiendo como las llamas devoraban todo a su alrededor, Tatiana comenzó a escuchar ruidos de golpes que se hacían cada vez más fuertes. Era la gente que se encontraba en el exterior del supermercado que había decidido en un gesto de enorme heroismo comenzar a romper las paredes y los bomberos que abrían boquetes para poder ingresar a rescatar a las víctimas.
De pronto, la pequeña niña sintió como un bombero de la Policía, el suboficial Édgar Bogarín, la tomaba en sus brazos y la sacaba afuera. Corriendo, el hombre la llevó hasta una ambulancia, parecía que aquella pesadilla estaba por terminar. Mientras la sacaban, con la voz temblorosa, la pequeña niña exclamaría: “Papá, dame agua”.
Pero la vida tenía preparada para Tatiana varias pruebas más, una más dura que la anteriror.
La ambulancia trasladó a la pequeña hasta el Sanatorio Santa Bárbara, donde le pidieron sus datos personales y alguien con quien contactar; la niña respondió todo lo que pudo. En el centro asistencial debían quitar el yeso que se había pegado por su pierna derecha, sin embargo no contaban con los equipamientos necesarios así que fue trasladada hasta el Centro Médico Bautista.
Una vez que se encontró en el Bautista, los médicos le pidieron que durmiera un rato, con la promesa de que pronto podría volver a casa. Tatiana, ya casi sin fuerzas, decidió hacer caso pero cayó en un coma que duró varios días. Otra vez, la niña sintió que su fin en este mundo se acercaba.
Siete días después, llegaba una noticia que desgarraría a toda la familia: para que Tatiana pudiera seguir con vida le debían amputar la pierna derecha.
“Ahí comenzó mi proceso más doloroso”, relata mientras el rezo del rosario continúa a escasos metros de donde estamos. “Padrenuestro...”, comienza un nuevo misterio y Tatiana se queda en silencio unos segundos ante de continuar.
“Me sentía devastada, me sentía muerta en vida”, afirma la joven de 17 años quien reconoce que el dolor que le producía el haber perdido una pierna la empujaron varias veces a intentar quitarse la vida; una vida que para ellla ya no tenía sentido.
Para Tati, el tener que acepta la situación, convivir con lo que le había pasado fue lo más duro que le dejó el 1 agosto de 2004. Sin embargo, asegura que las terapias sicológicas a la que asistió y el ver la forma en la que luchaban las víctimas y sus familiares bajo el lema de “Ycuá Bolaños nunca más” le ayudaron a sobrelllevar la situación.
Con el paso de los años, Tatiana se convirtió en una joven comprometida y con visión crítica de la realidad; se sumó a la lucha estudiantil y estuvo siempre durante el tiempo en el que las víctimas permanecían unidas.
Una década después, Gabaglio optó por la carrera de bombero, esa que en aquel fatídico domingo salvaría su vida y la de tantos otros que permanecían encerrados en un supermercado convertido en el infierno sobre la tierra.
“Elegí esa carrera principalmente porque creo que sobreviví algo y que la misión en esta vida es salvar más vidas. Dar mi vida por otras vidas así como dieron los 400; porque yo siempre digo que gracias a ellos sigo viva”, puntualiza.
Actualmente forma parte de la 3ª Compañía de Sajonia y afirma que la carrera es sumamente gratificante. “Opté por esa carrera más bien para servir a los demás, porque esa es mi misión en la vida, servir a los demás, cambiar mi pequeño entorno. Aunque no valoramos el trabajo de los bomberos, yo creo que son seres especiales porque gracias a ellos muchos sobrevivimos”, afirma.
Diez años después, Tatiana asegura que aquel domingo fue el día que le cambió la vida, “el día que dio un giro de muchísimos grados”
“A pesar de mi corta edad entendí que la vida puede muchísimo más, que a pesar del dolor, a pesar de la pérdida hay algo que siempre te da fuerzas para seguir adelante. Estos diez años han sido sumamente difíciles. El correr del tiempo hace que nos olvidemos las cosas, principalmente los paraguayos, que no contemplemos la memoria, que no recordemos los errores pasados que tuvimos y no tener en cuenta para no volver a repetirlos”, apostilla.
“En el nombre del Padre...”, se escucha desde el grupo que se encontraba rezando el rosario que ya llega a su final, así como nuestra conversación con Tatiana quien enseguida es rodeada por más personas que quieren saludarla antes de que continúen las actividades que forman parte de la recordación de los diez años de la peor tragedia en tiempos de paz en Paraguay.
Foto: Carlos Shahtebek, Jorge Cañete, Gustavo Machado - ABC Color.