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“Yo me quedé debajo de mucha gente, atrapada, solo podía mover las manos. Yo pensé en ese momento que nadie se salvaba”, el recuerdo aquel en que una avalancha humana evitó que las llamas lastimaran su cuerpo. Liz Torres, exministra de la Niñez y por varios años líder de un colectivo de víctimas de la tragedia, nos relata cómo ella y su marido fueron rescatados con vida, convirtiéndose en una de las pocas familias de la zona que no perdió integrantes a raíz del siniestro.
Nació y creció en el tradicional barrio Santísima Trinidad de Asunción y aquel 1 de agosto se desarrollaba como un domingo más, entonces fueron a hacer compras al supermercado Ycua Bolaños.
“Ycuá era como el shopping de barrio, nos encontramos con vecinos, amigos, en lo que parecía ser un día de compras normal, coincidía con una actividad muy tradicional en Trinidad; el cierre del torneo de vacaciones de invierno de la parroquia, entonces habían varios niños que fueron a festejar algunos la victoria, otros como decía mi amiga Angélica López, que fue a llevarlos a sus hijos a comprarles un helado porque habían perdido en el fútbol”.
Estábamos comprando – recuerda – veníamos del fondo donde están los lácteos (zona donde casi nadie se salvó) estábamos ya frete a fiambrería cuando escuchamos no ninguna alarma, porque no sonó ninguna, sino como un estallido de vidrios y cuando nos miramos con mi marido no pudimos identificar qué pasaba, entonces viene un segundo sonido fuerte, un estruendo y ahí dirigimos la mirada hacia el lado de donde provenía, del patio de comidas, hacia la zona norte.
“Vimos de extremo a extremo del techo como una ola de fuego, era como una ola de mar, pero era una llamarada impresionante” detalla. Fue entonces que empezó a huir, junto con su marido y otras decenas de personas, en una carrera mortal en busca de alguna salida. “Ahí tomo conciencia de que solo puedo correr hacia la única salida que da hacia el sur, y todos corrimos hacia ahí”.
Torres menciona que en aquel entonces no había forma de pensar en una salida de emergencia, la única que había en ese supermercado llevaba a la escalera principal y luego a una rampa que bajaba al estacionamiento, o sea que tampoco era una salida directa.
“Muchísima gente corrió conmigo, ahí fue donde me perdí de mi marido. Entonces cruce el salón antes de llegar a la escalera. La gente gritaba ‘mamá’, le llama mucho la gente a su mama en esas circunstancias; los nombres de sus hijos, por lo viso que había mucha gente separada de sus hijos en ese momento, de su pareja. Entonces yo llego a la escalera, al primer escalón, cuando doy vuelta para buscar a mi marido: el fuego nos alcanza y ahí ya fue una avalancha de gente, oscuridad, fuego…”
Liz hasta recuerda el peso de aquellas personas que cayeron sobre ellas, en medio de la desesperación. “Era impresionante el fuego rojo, la oscuridad, la desesperación, las pisadas de la gente; mucha gente habrá muerto por la avalancha misma”.
Inmovilizada debajo de muchos cuerpos, “traté de no dormirme, pero en un momento dado sentí que se me iba, pensé que era un sueño y en ese momento siento el agua de los bomberos que lograron llegar y romper el techo. Caían con chispas el agua, era un contraste con calor que hacía dentro”.
Lo más difícil que siempre me resultó – menciona – es el tema de la gente: al comienzo gritaban, después se apagó y empezaban los gemidos. “Te pasa toda la vida en ese segundo, son segundos en que haces un recorrido y lo que a mí me sostuvo y es la misma experiencia que cuenta mi marido, fue pensar en nuestros los hijos”.
“Yo estaba tirada cuando veo una mano que me ayuda, entonces decido levantarme, caminamos dos pasos y vemos a los bomberos sobre una cascada de cuerpos en la escalera. Dijo ‘apeo oï moköi’ gritó y nos dijo ‘vengan, vengan’ y empezamos a caminar sobre los cuerpos, la parte más difícil y ahí ya salimos. Muchos no tuvieron la suerte, al salir me encontré con mi marido, increíble. A él le sacaron por el otro boquete, pero coincidimos en la misma patrullera”.
Tras ser rescatada, fue en la misma patrullera policial en la que estaba su marido, hacia hospitales para ser tratados. Liz Torres estuvo internada alrededor de ocho días, ya que no sufrió quemaduras, solo lesiones en los ojos a raíz del intenso calor, mientras que su marido permaneció hospitalizado por casi 20 días, a causa de las lesiones que afectaron sus extremidades, rostro y otras partes el cuerpo.
“Siempre digo: yo soy la vida de muchas personas que no pudo salir de ese infierno”, expresa.
LA ORGANIZACIÓN Y LA JUSTICIA
“La organización fue una herramienta muy fuerte, creo que es la herramienta que nos permitió mantener la memoria, mantener la vida de muchos y lograr mínimamente que en este país haya justicia”.
Según reflexiona, el caso de Ycua Bolaños debería ser estudiado en las universidades, pues marca un antes y un después en la justicia paraguaya.
Torres, quien dirigió una de las agrupaciones surgidas tras la tragedia, explica que larga y constante lucha fue lo que posibilitó que se sean condenados los responsables, aunque no todos, del hecho criminal de aquel 1 de agosto.
Lamentó así mismo que el intendente de la ciudad de aquel entonces, Enrique Riera, no haya sido vinculado al proceso. “Jamás logramos siquiera la investigación de Riera porque no fue imputado y tampoco logramos juicio político desde la junta municipal, hubo una protección terrible y eso es muy dañino para un estado, para una sociedad”.
Luego empezó la lucha por la memoria – detalla –cada domingo por dos años llevamos adelante lo que llamamos “memoria viva”, un espacio para recordar a las víctimas y fuimos logrando que no quede en solo estadísticas, construimos varios símbolos. Logramos también que ese lugar no se vuelva a convertir en lugar comercial, ahora estamos esperando la sentencia de fijación de precio que está en segunda instancia para pedir al parlamento para que dé el presupuesto de compra y el estado pueda adquirir el predio.
REFLEXIÓN
“Esto no tenía que haber ocurrido. Lastimosamente no podemos decir que desde aquella vez cambió y hoy podemos estar tranquilos y seguros. Tenemos todavía en Asunción lugares muy poco seguros para la gente pero si muy seguros para las mercaderías.
Concluyó que se necesita fortalecer el compromiso ético de los empresarios y responsabilidad de ellos. Dijo que existe un grupo de empresarios, especialmente este que tenían las acciones del Ycua, a quienes califica como seudo – empresarios, “Especialmente Pío Paiva, que siempre mostró desprecio hacia la gente desde el momento que cerraron las puertas”.