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Eran cerca de las 19:00 del miércoles 10 de marzo cuando en Palacio de Gobierno, el ministro de Salud Julio Mazzoleni anunció que se cerraban escuelas, colegios y otras casas de estudio, se cancelaban los eventos sociales que implicasen aglomeración de personas, así como los comercios. El país iba a cuarentena ante el inminente ingreso del coronavirus y el temor de que se expandiera velozmente y que los enfermos colapsaran el frágil y precario sistema sanitario.
Aunque toda la población fue puesta en cuarentena, la normativa del Poder Ejecutivo – siguiendo la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) – dictaminaba que los adultos desde los 60 años debían quedarse en sus casas, sin posibilidades de salir a trabajar aún siendo del sector esencial. También pedían mayores cuidados para esta franja etaria por ser la de mayor riesgo de presentar complicaciones en el caso de contraer el virus.
Esta regla le cambió la vida a las familias paraguayas, acostumbradas a las reuniones de fin de semana en la casa de los abuelos y a que los chicos se queden con ellos mientras los padres salen a trabajar. Desde el 11 de marzo de 2020 los mayores de 60 años debieron adaptarse a una nueva configuración en la dinámica social que los encerró y a pesar de las campañas de concienciación que explican que estas restricciones son para preservar sus vidas para muchos tiene sabor a castigo.
Sacrificios para sobrevivir
Rubia Ibarrola es conocida en el barrio Dr. Gaspar Rodríguez de Francia de Asunción por vender las empanadas más ricas de la zona. Ella atiene su casilla apostada en las inmediaciones del Hospital del Quemado hace más de 20 años.
Cuando escuchó el anuncio sobre la cuarentena total estaba en su casa, preparando los productos que al día siguiente iba a vender en su local. A sus 69 años, mantiene el mismo ímpetu y la mismas ganas de décadas atrás, salvo por las limitaciones naturales que le impone su cuerpo.
Rubia vive sola desde que se separó – hace 20 años – y semanalmente recibía la visita de su hija, Blanca (42) y su nieta Noemí (15) pero desde que se inició la cuarentena, no tiene contacto con ellas salvo mediante llamadas telefónicas.
Quedarse en casa, no fue una opción para ella debido a que sobrevive con las ventas que hace en su casilla. No cerró su negocio - exceptuado por ser del rubro de alimentos- pero las personas ya no podían sentarse a comer allí, solo comprar y retirar los productos. “Tengo miedo a enfermarme, miedo a no poder trabajar, a no ver a mi familia. Mi hija es enfermera y desde el principio me avisó que no íbamos a vernos y que no iba a venir por acá porque ella trabaja en el hospital”, contó.
Rubia lleva más de 100 días sin compartir un almuerzo con los suyos. Según mencionó, extraña los mates con su hija, cocinar para su nieta y conversar con los clientes sentados a la barra de su casilla.
Incertidumbre y temor a lo desconocido
Hasta el pasado 10 de marzo, puntualmente a las 7:00, Carlos Parodi (80) salía a caminar por recomendación de su médico. Hacía varias vueltas a la manzana en la cuadra de su casa del barrio San Antonio de Asunción. Con el inicio de la cuarentena total con estrictas restricciones para los adultos mayores, trasladó las caminatas a la pequeña terraza de su vivienda, desde donde observa cómo se desarrolla la vida de aquellos que pueden salir.
Cuando nació, en 1940, Paraguay aún vivía las secuelas de la Guerra del Chaco y su infancia estuvo marcada por las historias de la contienda y también de las dificultades económicas que supuso el enfrentamiento con Bolivia. Para don Carlos el escenario de la pandemia es más incierto que el de posguerra. “Nunca viví algo así, es difícil, nos encerraron en nuestras casas, pero yo me cuido porque no me quiero enfermar”, contó.
Don Carlos vive en el segundo piso de una casa cuya planta baja convirtió en salones comerciales. A raíz de la cuarentena sus inquilinos tuvieron que cerrar sus negocios y dejar los locales vacíos, lo que para él significa quedarse sin ingresos. “Espero que pronto se solucione todo esto, para volver a normalidad”, expresó.
Debido a las restricciones sanitarias, tuvo que recurrir a su cuñada y sus sobrinos -que viven con él – para hacer las compras en el supermercado y otros comercios, según contó. Pero de todas formas mantiene su independencia. “Yo cocino, preparo mis cosas, yo hago todo”, dice.
Hace más de tres meses que no ve a su hermana que vive en Ciudad del Este (CDE) pero se mantiene comunicado con ella con videollamadas. “Mis sobrinos le llaman y hablamos, ella también está preocupada porque ahí en Alto Paraná hay muchísimos casos. Nosotros nos cuidamos, espero pronto verle otra vez”.
El lado “luminoso” del confinamiento y cómo reinventarse día a día
Lucio (66) y Perla Soto (60) llevan 36 años de casados y la pandemia los encontró en medio una nueva dinámica familiar: su hija mayor, Anahí (34), casada hace poco más de 3 años y con un bebé de meses y su hija menor, Débora (26), estudiando en Colombia.
Con total sinceridad Perla cuenta que encontrarse sola con su marido, después de años al pendiente de sus hijas y con numerosas actividades fuera de la casa, fue un nuevo desafío. Ambos tienen a cargo la consejería familiar de una iglesia y todas sus actividades debieron volcarse a las plataformas online. Como es una mujer de fe, decidió dejar todas sus inquietudes, temores y preocupaciones en Dios y creer en el mejor de los escenarios, según expresó.
Para Perla uno de sus mayores logros durante la cuarentena fue amigarse con la tecnología, de la que se sirvió no solo para estar en contacto con sus hijas, sino que también la utilizó para seguir con sus clases y sus sesiones de consejería. “Ahora yo manejo este aparatito (la computadora), porque tuve que aprender. Entonces yo doy mis clases por acá, yo doy mis conferencias, me siento mejor persona y más valiosa, porque yo le tenía miedo a todo esto que es tecnología”, señaló.
Entre las actividades que se creó para pasar el tiempo, pudo hacer un hueco para remodelar su cocina.
Las preocupaciones y la incertidumbre en cuanto a lo económico también afloraron en su día a día, pero dentro de esta realidad (una enfermedad para la que no existen vacunas y cuya propagación es impredecible) de momento prefiere ocuparse de lo que está en sus manos: cuidarse y evitar enfermarse, para luego poder hacer frente a las dificultades que se presenten.
“Al principio nos costó, pero aprendimos a ahorrar, sacamos la cabeza del agua y entendemos que esto tiene que ser una oportunidad de crecer. Yo le veo todo lo positivo”, indicó.
Su mayor anhelo es volver a alzar en sus brazos a su nieto y llenarlo de besos. Una muestra similar de afecto tendrá con sus hijas, y con todas las personas a quien hace más de 100 días no ve personalmente.
Junto a su esposo tuvieron que volver a acostumbrarse a pasar tiempo juntos y a disfrutar de los placeres sencillos de la vida, como preparar una comida, charlar tomando unos mates y otras actividades que muchas veces se ven postergadas dentro de la ajetreada rutina.
En base a su propia experiencia, Perla anima a los jóvenes a apropiarse de este tiempo en confinamiento para hacer cosas que en otro momento no se podrían hacer como tomar clases de arte, música, escritura, idiomas, disfrutar de estar en familia. “Hay que aprender a vivir esta nueva normalidad", comentó.
Consecuencias psicológicas del confinamiento
Cecilio Agüero, enfermero del Hospital Geriátrico del Instituto de Previsión Social (IPS), fue parte de la nueva rutina instalada en el centro asistencial donde se realizaron numerosas adaptaciones para la atención de adultos mayores con cuadros respiratorios. El principal cambio - según describió - fue el aislamiento total, que ya no permite el acompañamiento de familiares. “Los pacientes están solos en su sala y la enfermería se encarga de todos los cuidados”, manifestó.
Como profesional cercano a la población de riesgo a tener complicaciones de contraer la COVID-19 destacó que los adultos mayores son muy conscientes y que ellos mismos se protegen.
Indicó que lo más difícil de afrontar por los abuelitos durante la cuarentena es la falta de compañía. No todos cuentan con teléfonos y los que tienen no saben usarlos, según refirió. “No es nuevo que los adultos mayores demanden compañía y que la requieran por sobre todo”, expresó.
El común denominador entre los ancianos internados en el hospital es "el miedo a morir solos”, explicó.
Cifras a tener en cuenta
Según se hacen eco medios internacionales la cifra oficial de ancianos muertos por la pandemia en mundo es imprecisa ya que en algunos países solo incluyen a las personas que mueren en hospitales y no a aquellas que fallecen en residencias de mayores o en sus casas.
En el caso de Paraguay de las 13 muertes registradas, 10 corresponden a adultos de 60 años y más, lo que equivale al 77% de los fallecidos a causa de la enfermedad.
El brote del coronavirus según las evidencias médicas tiene como grupo más vulnerable a los adultos mayores. Estos presentan un mayor riesgo debido a su inmunidad reducida con numerosas posibilidades de padecer enfermedades base como hipertensión, diabetes, cáncer, y otras. De contraer la COVID-19 tienen más posibilidades de presentar complicaciones severas y fatales.
Estudios científicos demuestran que pacientes de 65 años o más, pueden presentar síntomas inusuales del coronavirus. Uno de ellos es la falta de energía, dormir más de lo habitual, falta de apetito, que parezca confundido o desorientados. A esto se le puede sumar debilidad y deshidratación. También afecta el sistema nervioso central, lo que puede causar confusión y problemas del habla, signos que pueden ser entendidos como un accidente cerebrovascular.
A pesar de que en nuestro país está en rigor la tercera fase de la cuarentena inteligente, que permite ciertas flexibilizaciones en el confinamiento, para los adultos mayores sigo siendo estricto el aislamiento con las prohibiciones de salir de sus casas -salvo para realizar actividades físicas en el horario permitido-, evitar reuniones sociales, visitas de los familiares, ir a trabajar, entre otros. Estas medidas sanitarias serán siendo las mismas para dicha franja etaria según adelantaron las autoridades sanitarias.