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La incidencia del ictus es muy elevada. Se calcula que una de cada seis personas sufrirá de esta enfermedad en el mundo, el 75% se produce en personas mayores de 65 años.
La doctora Belén Nacimiento, neuróloga, refiere que según informes de la Organización Mundial de la Salud se prevé un aumento de la incidencia y prevalencia de esta enfermedad, como consecuencia del progresivo envejecimiento de la población. Por otra parte, el 45% de los pacientes que sobreviven quedarán con una discapacidad, lo que genera repercusiones sociales, económicas, así como referentes a la salud.
“A esto hay que añadir que el paciente que sufre un ictus tiene una probabilidad importante de padecer uno nuevo u otra enfermedad vascular, como el infarto cardiaco, por ejemplo”, agrega.
El ictus ocurre cuando “el flujo sanguíneo no llega al cerebro y la falta de oxígeno produce un daño de las células, ya sea por una obstrucción a nivel arterial en el ictus isquémico, que corresponde al 80% de los ictus, o por la rotura de una arteria que representaría al ictus hemorrágico, en ambos casos la llegada de la sangre a una zona del cerebro se ve afectada”.
Los principales factores de riesgo a tener en cuenta son: presión alta, 140/90 mmHg, colesterol alto, colesterol LDL (240 mg/dl), diabetes con un nivel de azúcar en sangre (120 mg/dl), fumar, consumo excesivo de alcohol (60 g al día), obesidad e inactividad física, que se asocia al aumento del colesterol, la hipertensión y otros factores de riesgo vascular, por lo que favorecen el riesgo de sufrir un ictus.
La doctora Nacimiento menciona que también se incluyen las alteraciones cardíacas como arritmia cardíaca no controlada, que multiplica el riesgo de sufrir un ictus.
Los síntomas de alarma que nos hacen sospechar de la presencia de un ictus son “pérdida brusca de movilidad o sensibilidad de media parte de nuestro cuerpo (cara, brazo, pierna), pérdida repentina de la capacidad para hablar o entender, así también de la visión, total o parcial, que aparece súbitamente. Afecta a uno o ambos ojos. Se añade el dolor súbito de cabeza, de alta intensidad (no habitual) y sin causa, así como dificultad para caminar, pérdida de equilibrio o coordinación”.
Resalta la profesional que la rápida identificación de los síntomas es de vital importancia, por lo que el traslado a un centro hospitalario para atención médica es urgente.
“En el ictus isquémico el tiempo es fundamental para iniciar el tratamiento y restablecer el flujo sanguíneo cerebral. Para ello existe un sistema de emergencias, llamado código ictus, en el que enfatiza que la atención neurológica es fundamental para el tratamiento precoz dentro de las cuatro horas y media del inicio de los síntomas”, acota.
Si se controlan los factores de riesgo se evita hasta el 80% de los casos de ictus, por ello se aconseja llevar a cabo una alimentación sana, realizar actividad física y controlar la presión arterial. Recuerde que esta patología se puede prevenir y tratar a tiempo.
Tratar a tiempo
El doctor Osvaldo Paniagua, neurólogo, enfatiza que el accidente cerebrovascular (ACV) isquémico es el subtipo más frecuente de padecimiento. El objetivo inicial es minimizar el daño cerebral y tratar las complicaciones como consecuencia de esta enfermedad.
El tratamiento agudo “está dirigido fundamentalmente a salvar la penumbra isquémica (salvar el territorio al que le falta la irrigación, pero que aún no está muerto) que inicialmente puede representar hasta el 90% del tejido comprometido y es responsable de gran parte de los síntomas que afectan al paciente”.
El profesional apunta que, como toda patología, la evaluación inicial debe partir por la obtención de la historia médica, muchas veces interrogando a familiares, y de un examen físico adecuado, orientado principalmente a distinguir entre isquemia cerebral y otras condiciones que puedan imitarla.
El examen físico debe incluir un examen neurológico completo, palpando los pulsos carotídeos, radiales y de las extremidades inferiores, consignando su ausencia, asimetría y si existe un ritmo irregular.
El doctor Paniagua refiere que antes de tomar la decisión de tratar se debe identificar el tipo de accidente vascular, si es isquémico o hemorrágico, ya que el manejo es distinto.
Son dos las técnicas de tratamiento: la trombolisis endovenosa, que consiste en administrar un medicamento que licua el coágulo formado como responsable del accidente vascular isquémico, que tiene como resultado restablecer la circulación cerebral.
Así también el tratamiento endovascular, que es otro tratamiento en el que se realiza un cateterismo cerebral hasta el sitio del coágulo, que se extrae con un dispositivo de aspiración del coágulo.