La psicomotricidad

Existe una gran interdependencia entre los desarrollos motores, afectivos e intelectuales en la primera infancia.

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La Lic. Sandra Borgognon Arregui, especialista en estimulación temprana, resalta que el ingreso al jardín en el niño significa un importante cambio y promueve miedos, ansiedades e ilusiones. “Los docentes y familiares brindan los elementos que necesitan para lograr un sano desarrollo intelectual, afectivo, biológico y social, mostrándole “cosas nuevas”, ayudándolo a vencer las dificultades con que se va encontrando a lo largo de este proceso. Además le ayudan a vencer las dificultades a lo largo de este proceso”.

La profesional explica que la motricidad ocupa un lugar destacado en la educación infantil, sobre todo en los primeros años de la infancia. “La psicomotricidad es la acción del sistema nervioso central, que crea una conciencia en el ser humano sobre los movimientos que realiza, a través de los patrones motores como la velocidad, el espacio y el tiempo. En las acciones de los niños se articula toda su afectividad y sus deseos, como también todas sus posibilidades de comunicación y conceptuación. La inteligencia se construye a partir de la actividad motriz de los niños”.

La profesional afirma también que en los primeros años de vida, hasta los siete años aproximadamente, la educación del niño es psicomotriz. Es decir, el conocimiento y el aprendizaje se centran en la acción del niño sobre el medio, los demás y las experiencias, a través de su acción y movimiento.

Dos motricidades

Con la motricidad gruesa, los niños aprenden a coordinar los movimientos amplios, como rodar, saltar, caminar, correr, bailar, etc.

En cambio, con la motricidad fina manifiestan los movimientos con mayor precisión, son requeridos en tareas donde se utilizan de manera simultánea los ojos, las manos y los dedos, como por ejemplo rasgar, cortar, pintar, colorear, enhebrar, escribir, entre otros.

La comunicación

La Lic. Borgognon señala que escucharle al hijo es tan importante como hablarle. La comunicación solo funciona y llega a un denominador común, es decir, a la comprensión entre ambos, si entre padres e hijos existe una conversación de ida y vuelta. “Conversar con los niños ayuda a enriquecer el lenguaje, el vocabulario, y aumenta el desarrollo intelectual. A través del diálogo, padres e hijos se conocen mejor, aprecian sus respectivas opiniones y la capacidad de verbalizar sentimientos, pero nunca la información obtenida mediante una conversación será más amplia y trascendente que la adquirida con la convivencia. Recuerde que dialogar también es escuchar”.

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