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Se llama bocio al aumento de volumen de la glándula tiroidea, cuya aparición no solo se manifiesta en situaciones patológicas, sino también fisiológicas. Una de las situaciones fisiológicas más comunes, en las que se da un aumento del volumen glandular tiroideo, es el embarazo. En este caso, el incremento obedece a modificaciones adaptativas en respuesta al aumento de la demanda de producción hormonal tiroidea, propia de la gestación y reversible, posterior a esta.
Pero en la población general no gestante se describen varios tipos de bocio. Uno de ellos, es el denominado “bocio no tóxico”, que es aquel que se presenta con una función tiroidea preservada. Es decir, se define como un aumento de volumen tiroideo con una producción hormonal tiroidea estrictamente normal. Asimismo, puede definirse el bocio, en términos de su estructura, como bocio difuso o nodular.
El bocio no tóxico puede ser esporádico o bien endémico. Por definición, el bocio endémico se denomina cuando afecta a más del 5% de la población infantil de una determinada región y cuya principal causa es la deficiencia de iodo.
Sin embargo, no todo bocio es consecuencia de una deficiencia de iodo, ya que se han descrito diversos factores; tanto genéticos, demográficos y ambientales; como influyentes en la genésis del bocio tanto difuso como nodular. Entre los factores genéticos se da la predominancia en el sexo femenino del bocio esporádico, la ocurrencia de bocio en varios componentes de ciertas familias y la persistencia de bocio en áreas geográficas con adecuados niveles de suplementación de iodo.
Dentro de los factores ambientales destaca la exposición a disruptores o interruptores endocrinos u hormonales, tales como el perclorato, tiocianato, nitrato y organoclorados, definidos como sustancias químicas asociadas a una disfunción hormonal y a la generación de bocio.
La formación de cantidades normales de hormona tiroidea requiere de la disponibilidad de cantidades adecuadas de yodo exógeno. La ingesta diaria de iodo varía ampliamente en todo el mundo, dependiendo fundamentalmente del contenido de este en el suelo y en el agua. El requerimiento en el niño es de 90-120 mcg al día; en el adulto es de 150 mcg al día y en la embarazada de 200 mcg al día.
(*) Especialista en endocrinología y nutrición.