Cargando...
Tener un lugar en el cual vivir es una necesidad básica, como lo son comer y beber. Si bien es cierto que nuestras carencias aparentemente nunca acaban y “qué más da si al tigre se le agrega otra mancha”, no deja de ser lamentable el hecho de que aún haya personas sin hogar propio. A consecuencia de esta gran falencia, tristemente se observan enfrentamientos protagonizados por campesinos u otros grupos al intentar ocupar propiedades privadas por no tener un espacio en el cual habitar.
Mientras tanto, llueven denuncias de todo tipo relacionadas con la Senavitat, órgano que debería, al menos, intentar solucionar esta gran problemática social. Pero muy lejos de resolverla, cada vez aumentan los inconvenientes, como si cada liberación de fondos fuera igual a una campana que llama a la corrupción, que pareciera siempre estar alerta, esperando la ocasión para hacer de las suyas.
El caso más típico es el de las empresas ganadoras de las licitaciones, que deberían encargarse de la construcción de las casas y, en ocasiones, inician el trabajo, pero luego abandonan la obra con apenas medio metro de pilas de ladrillos. Esto deja a quienes debían ser beneficiados sin nada más que hacer salvo recoger su esperanza destrozada.
También existen las tierras fiscales, cuyos encargados son los municipios o el Indert y debido a la falta de interés del Estado no se busca la manera de dar salida a esta problemática, que ya parece imposible arrancar de nuestra sociedad. Pero como estamos acostumbrados a las carencias, seguramente, quienes no tengan dónde vivir tendrán que seguir esperando algún milagro.
Por Dayhana Agüero Brítez (18 años)