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Las vacaciones —que siguen después de un agotador año en el cole— son las más esperadas porque resultan como el periodo en el que te proponés hacer todo aquello que quedó inconcluso por la sobrecarga de responsabilidades que tenías. Sin embargo, cuando llega el tan anhelado momento, olvidás tus planes y la situación se reduce a subsistir para realizar las funciones vitales solamente.
La ordenada rutina con la que contabas es reemplazada por otra en la que la noche y el día cambian de roles para vos. Mientras escuchás que en la cocina tu mamá está preparando el matecito de la mañana, vos empezás a desconectar la compu para darte un debido descanso.
Cuando el alma vuelve a tu cuerpo para avisarte que ya es hora de dejar la cómoda camita, sentís que tus ojos pesan como si te los hubieran pateado repetidas veces. Salís al mundo exterior con la esperanza de recibir un gran desayuno, pero te encontrás a toda la familia sentada para almorzar y no te queda más que unirte a ellos y ser partícipe del relato de todas sus actividades de la mañana, y vos te quedás ahí, sin nada nuevo que contar.
La situación se repite diariamente, por lo que este círculo vicioso se convierte en tu modo de vida. Al final de las vacaciones hacés un balance del grado de productividad de esos días y descubrís que tus únicas acciones se basaron en comer para vivir y existir para dormir.
Sin duda, la temporada de descanso debe ser aprovechada para recuperar fuerzas, a fin de empezar otro ciclo de trabajo con las pilas recargadas, pero eso no significa que tengamos que hundirnos en la haraganería extrema. También podemos invertir nuestro tiempo libre en hacer alguna actividad deportiva, tomar cursos didácticos o realizar paseos al aire libre.
Por Viviana Cáceres (18 años)